Con el reciente Un canto por México Volumen II, Natalia Lafourcade cierra una década de indagar músicas folklóricas de América latina y, más concentradamente, las de su país, México. El gesto pendula entre el rescate de piedras preciosas y ocultas –casi un trabajo de arqueología- y la fórmula de una industria discográfica mainstream que no exhibe muchas más ideas que la de los duetos. Entonces se pasa de maravillas como Los Cojolites –banda que investiga las músicas de Veracruz, fundadores del Centro de Documentación del Son Jarocho- o Los Macorinos –guitarristas históricos de Chavela Vargas-, al desfile de estrellas con certificado de garantía como Caetano Veloso, Rubén Blades, Jorge Drexler, y grupos como Los Auténticos Decadentes o un desprendimiento de Café Tacuba como el tecladista Meme del Real. Todos juntos, revueltos, infalibles. En el medio, menuda, interesantísima, inteligente, cada vez más sólida, Natalia Lafourcade: una figura global que se ganó todo lo que tiene y que a fuerza de trabajo y buenas decisiones se abre paso en una tradición que contempla mujeres agrestes y de armas llevar como Amparo Ochoa, Paquita La del Barrio, Chavela.

Ella parece tener todo absolutamente claro. Sabe lo que significó cantar en inglés –“Remember me”- y en castellano –“Recuérdame”- el tema principal de Coco, y su correspondiente versión en vivo durante la ceremonia de los Oscar para millones de espectadores. El pop se supone que es sinónimo de efervescencia, liviandad; la raíz, de profundidad. Son claramente estereotipos, consideraciones banales. Lo concreto es que cuando lo que proyecta cada palabra -pop, raíz- aparece combinado en dosis astutas, el resultado puede ser arrasador. Ocurrió con discos puntuales de Alejandro Sanz, Juanes, Carlos Vives y tantos más. Pero el caso de Natalia Lafourcade es diferente: ella ya tiene impregnada, definitivamente, el dolor de la tierra. Su dimensión artística aún no tiene techo y su mexicanísima voz suena sincera. Canta bien, entona, frasea, compone, toca la guitarra y claramente sus incursiones en la tradición no significaron un desvío de un par de álbumes. No fueron un recreo; por el contrario, se vislumbran como una misión. Hay una decisión y, acaso, una necesidad.

La concatenación de discos afines es la construcción de un camino propio. Pop de “popular”. En 2012 lanzó el bellísimo tributo a la obra de Agustín Lara, Mujer divina; en 2015, Hasta la raíz; luego Musas I y II con Los Macorinos, presentado como “un homenaje al folklore latinoamericano”. Un canto por México I fue la consumación de su propia huella, ahora ya definitivamente pavimentada por Un canto por México II. La huella no es cualquier huella: es de identidad.

Un canto por México II es un disco que me sabe a mole. Se percibe el maíz. Te sientes en el campo, sientes la tierra, sientes la ciudad, sientes México. Es un disco que le canta a la vida, a la muerte, a los dolores, al amor, al desamor, a la alegría. Y encapsula a leyendas del pasado, como Chavela Vargas y tantas más. Está Frida Kahlo, está Diego Rivera…”, explicó. Su apellido afrancesado sugiere, para parafrasear el run run regional de las últimas semanas, que se puede ser mexicana y bajar de los barcos y rendir culto al pasado. Un plato de fusión: la meseta azteca que late en el interior convive con pasiones como las de Nina Simone, Fiona Apple y Björk.

Habrá que recordar que nació en DF pero se crió y vive en Veracruz. El azar se le cruzó un día como para que ella pensara los discos que piensa. Si es que se considera azar a un terremoto. Tal vez un sismo no sea otra cosa que un mensaje brutal de esa misma tierra a la que le canta. Tal vez Lafourcade recibió el mensaje como un alerta. Como fuera, en 2017 el Centro de Documentación de Son Jarocho de Jatiplán, Morelos, fue destruido. Lafourcade encabezó la tarea de reconstrucción y los discos que iba editando eran a beneficio. “El proyecto nació a partir del derrumbe del Centro. La intención fue ayudar a una comunidad, y también aprender. Sus costumbres, sus ritos”. Ayudó y aprendió. Con similitudes con el joropo, el son jarocho es la música típica de Veracruz. Lafourcade se crió entre las fiestas de su pago y muchas de sus canciones remiten a ese recuerdo.  “El son jarocho surgió hace tres siglos en las costas de Veracruz como una música clandestina, de esclavos, prohibida por las autoridades religiosas, que la consideraban lasciva”, dice y canta en “Mi tierra veracruzana”: “Volverte a ver / mi tierra veracruzana / te quiero querer/ No hay un día que pase que no te piense / Esta lejanía me hace extrañarte”, y suspira una y otra vez “volverte a ver”.

“El disco tiene temas que forman parte de otros discos, pero también metimos nuevas canciones. Se convierte en un híbrido pero va muy de la mano con mis inquietudes de acercarme al folklore, de seguir explorándolo, integrándolo a mi manera de hacer música. Hay bolero, polca ranchera, son jalisciense, son jarocho… No es folklore ciento por ciento, porque tiene mi tinte. Yo siento que los arreglos te llevan hacia nuestras playas, hacia nuestras montañas, hacia nuestros bosques, hacia nuestras selvas. La mezcla de los instrumentos es algo muy interesante: saber escuchar una jarana, un requinto, una quijada de burro, toda la gama de percusiones, la tarima, la leona... Los instrumentos del mariachi: la vihuela, el guitarrón, el arpa...”, dijo.

A semanas del final de la segunda temporada de la serie de Luis Miguel y cuando las chicas dudan si escuchar al original o al prodigio imitativo de Diego Boneta, Lafourcade despliega bolerazos a su manera, algunos junto a Mon Laferte; a casi 30 años de Fina estampa, se ubica al lado de Caetano y hace una versión desarmante de “Soy lo prohibido”, de Roberto Cantoral o, solita, de “Cucurrucucú paloma”. Y así. Todo es disfrutable. En “Nada es verdad”, con Los Cojolites, es pura raíz. Lafourcade es una artista capaz de tomar “La llorona” y, durante una versión de casi ocho minutos, ser ella misma como el chile verde, “picante pero sabrosa”, y repetir la canción con Silvana Estrada y Ely Guerra, y volver a llorar, “llorar y llorar”, y dejar que se deslicen por ese llanto Chavela, Amparo, Paquita, Lhasa y tantas otras mujeres, sin dejar de ser, jamás, un segundo, mexicanísima, Natalia Lafourcade.