“Cuenta un sueño, pierde un lector." Cada vez que alguno de nosotros llevaba a las quincenales reuniones de los viernes un texto que rozaba lo onírico, con una sonrisa, nos tiraba ese mandamiento de Henry James. Curiosamente, ya en pandemia, publicó una contratapa donde contaba un sueño en el que nadaba por las calles de Buenos Aires con una fluidez y sincronización semejante a los chinos que practican Tai Chi en las plazas.

Juan, ahora, todos sabemos que te fuiste a nadar. No es casualidad, vos nos enseñaste “la noche más larga y secreta de su vida”. En serio Juan, 21 de junio. Es obvio.

En esa contratapa también planteabas la duda acerca de si los sueños hablaban del pasado o del futuro. Y contabas que tu abuela te decía antes de dormir: “dormite, así te juntás con los demás”.

El escritor, el editor, el maestro estaban en función de ayudarnos a entender la historia que queríamos contar y la descubría magistralmente, aunque a veces le dábamos pocos elementos. La entendía él, y nos mostraba la mejor versión.

Se mandaba un parlamento y al terminar, animado, como un juego, nos preguntaba: “¿Entendieron?”.

"No escriban emocionados…”, pero Juan, a un paso del solsticio de invierno, de la noche más larga, se nos hace muy difícil. Vos te zambulliste, pero nosotros nos quedamos frente al agua queriendo contarte de todo, como si el amanecer nos pudiera esperar.

Mirá, acá queremos creer que los sueños hablan del futuro, y que, un día, como decía tu abuela, los demás vamos a ser nosotros.

“Bueno, pero entonces...”, entonces, vamos a jugar, Juan. Vamos a imaginarte mandando tu invitación al meet media hora antes, y vamos a verte con esa risa iluminándote todo, diciéndonos: “Chiques, escriban. Es la vida. Curtansé”