La escena duró un momento fugaz. Un pequeño instante en la vida de niños rodeados por muros de hormigón y alambres de púas. Sobre un suelo árido y polvoriento, gambeteaban a sus rivales y a las piedras. Una imagen que podría haber filmado Vittorio de Sica, pionero del cine callejero, como en su célebre Ladrones de Bicicletas de 1948. El hecho pasó a principios de 2014 en Kafr sur, distrito de Tulkarem, Cisjordania. Un lugar del que se apoderó Israel desde la Guerra de los Seis Días en 1967. El pequeño Amir, hoy ya un hombre, pateó la pelota de su amigo Mohamed con tanta fuerza que nunca más la vieron. Cayó en los territorios ocupados. Al otro lado de la franja de seguridad. No hubo manos salvadoras que la detuvieran, ni una red, ni los palos del arco, ni un soldado invasor que se compadeciera.

El preciado objeto de deseo nunca se recuperó. Ni siquiera fue posible hacerlo con una carta que pibes como Amir le enviaron a Ban Ki-moon, el ex secretario general de Naciones Unidas. Pero los niños recibieron diez pelotas donadas por el club Barcelona que hasta el alcalde de Kfar Sur, Emad Zbdeh, agradeció. Siete años y medio después, a la historia contada por la agencia de noticias palestina Ma'an y El Periódico de Catalunya le salió otro brote solidario. La Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino ideó una campaña para cubrir ese vacío que podría repetirse. Porque son muchas más las pelotas que faltan. En un juego que Palestina juega en condiciones muy desventajosas, esas ausencias no tienen reemplazo.

Israel mantiene su política de entorpecer el crecimiento del fútbol en la Franja de Gaza y Cisjordania. El documental ¡Yallah! ¡Yallah! (¡Dale! ¡Dale! en árabe) estrenado en 2018 lo cuenta en detalle. Hay un diálogo de la película filmada en Palestina y dirigida por los argentinos Cristian Pirovano y Fernando Romanazzo, donde una mujer llama por teléfono desde la Federación de Fútbol local. Pregunta: “¿A cuántos jugadores detuvieron?”. Pide más información: “¿Se sabe de qué los acusan?”. Enseguida le responden que fueron arrestados “sin causa”. Son siete. Medidas represivas sacadas del manual de la opresión se repiten hace más de una década. Al principal escenario deportivo de Gaza lo bombardearon el 18 de noviembre de 2012. El gobierno del ex primer ministro Benjamín Netanyahu adujo que se lanzaban cohetes hacia Israel desde canchas de fútbol en Gaza.

En marzo de 2018 unos 134 clubes palestinos le pidieron a Adidas que dejara de patrocinar a la Asociación de Fútbol de Israel (IFA). Alegaron que desde esa organización afiliada a la FIFA se permite competir a sus equipos en la ocupada Cisjordania. También mencionaron que la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas votada en 2016, definió a los asentamientos de colonos como una “flagrante violación de la ley internacional”.

En la nota dirigida al director ejecutivo de la empresa, Kasper Rorsted, describían: “Los jugadores palestinos son atacados, encarcelados y asesinados de forma rutinaria. Se les niega la libertad de movimiento para asistir a sus propios partidos. Los estadios han sido bombardeados y destruidos. Israel incluso impide que los palestinos importen equipos de fútbol y desarrollen instalaciones de fútbol”.

Uno de los entrevistados en ¡Yallah! ¡Yallah! dice que “el deporte es considerado terrorismo por ellos”. Un dirigente recuerda la clausura del club Qalqilya en cuatro oportunidades: “Cualquiera que intente entrar deberá presentarse ante un tribunal militar”, agrega. A Sameh, un integrante del seleccionado, lo detuvieron cuando intentaba cruzar la frontera. A un compañero lo castigaron con 60 días más de arresto porque se presentó en un juzgado con la campera del equipo palestino. Tuvo más suerte que Ahed Zaqout, un ex jugador del equipo nacional que murió cuando un proyectil israelí impactó en su departamento de Gaza mientras dormía. Fue en 2018 durante la Operación de represalia Borde Protector.

“El torneo de fútbol tuvo que dividirse en dos por la imposibilidad de viajar de Gaza a Cisjordania y al revés. Se ha prohibido la movilidad de atletas que llegaron a Palestina para participar en eventos internacionales. Nuestros atletas que fueron a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016 viajaron a último momento y sin uniformes”, recuerda el embajador palestino en Argentina, Husni Abdel Wahed.

Los bloques de hormigón que cercaron pueblos enteros, en Cisjordania tienen nombre propio: Il yidaar il fasel o el muro de separación. Este comenzó a levantarse en 2002 y el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya lo declaró ilegal dos años después. Una de las misiones que tiene ahora el diplomático y periodista Wahed es lograr que las pelotas para Palestina lleguen a chicos como Amir y sus amigos. “Nosotros haremos que se envíen, pero la tarea no será fácil porque Israel obstaculiza su destino, todos los pasos fronterizos están custodiados por su gobierno, todo debe pasar por su aduana” explica.

A los socios e hinchas que por decenas se juntan en la Coordinadora de Derechos Humanos de los clubes argentinos, no los intimidó la logística complicada ni los chekpoints que filtran personas y cualquier tipo de objetos en los territorios ocupados. Cuando se enteraron de lo que había ocurrido en Kafr Sur, y pese al tiempo transcurrido, se dijeron “hay que dar una mano”. El embajador de Palestina agradeció el gesto y lo definió como “una demostración de solidaridad sublime y quienes más la valoran son las personas que la necesitan: un sector tan vulnerable como los niños. Tratar de brindarles un momento de alegría es de un valor incalculable”.

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