En la arquitectura financiera internacional comienzan a aparecer distintas novedades que preparan el tablero para la pospandemia. Una de las que más ruido hizo en los últimos días fue el anuncio de la Unión Europea respecto de la digitalización de su moneda. El euro digital parece ser la nueva apuesta del bloque luego de pasar distintas etapas de pruebas tecnológicas.

En Estados Unidos las autoridades se muestran algo más reticentes a avanzar en esta dirección aunque quieren darle una oportunidad al desarrollo de las stablecoins. Se trata de monedas digitales lanzadas por empresas privadas que tienen respaldo en dólares y,l por ese motivo, cotizan con una relación 1 a 1 contra la divisa estadounidense.

Estos desarrollos seguramente serán claves en la coordinación financiera global de los próximos años aunque, por ahora, se encuentran en una etapa incipientes. En cambio, la innovación que luce cada vez más madura es la de la emisión de deuda verde. Se trata de bonos que buscan financiamiento para proyectos de energías renovables, saneamiento de aguas, transporte limpio, entre otros emprendimientos con impacto en el clima y la biodiversidad.

En su último informe el Instituto Internacional de Finanzas realizó un trabajo de investigación dedicado a analizar el avance de este tipo de colocaciones sustentables y enfocadas en estrechar el vínculo entre las finanzas y el medioambiente.

El documento precisó que los bonos verdes alcanzaron este año una capitalización de mercado de más de 1 billón de dólares y la demanda de financiamiento a través de estos instrumentos de inversión continúa en aumento.

La colocación de estos bonos superó los 240 mil millones de dólares en los primeros seis meses del año, de los cuales 115 mil millones se emitieron entre abril y junio. Los países que lideraron las colocaciones fueron Alemania, China y Francia.

El volumen promedio de operaciones diarias de estos títulos alcanzó en lo que va de 2021 a ser casi el doble respecto al monto de 2020. Pasó de 1600 a 2700 millones de dólares con una diversificación de los emisores. Cada vez más empresas de energía, materiales y consumo deciden buscar capitales a través de las colocaciones ambientales.

El crecimiento de este mercado fue exponencial en los últimos 5 años aunque a nivel agregado los bonos verdes todavía representan menos de 1 de cada 100 dólares que se colocan en títulos de deuda. Por su parte el elemento ambiental no sólo aparece en el segmento de bonos sino que comienza a tener protagonismo para las acciones.

En el universo de los grandes fondos de inversión resulta cada vez más común encontrarse con la promoción de índices accionarios que se componen únicamente de empresas sustentables. Para formar parte de esos índices se evalúa por ejemplo la evolución de niveles de huella de carbono de las empresas que apuntan a tener el sello de la sustentabilidad.

El interés de los inversores en estos activos parece ir en aumento a medida que se incrementan las alertas vinculadas con posibles crisis ambientales.

De la misma manera que la crisis sanitaria en el último año y medio alteró la organización de la sociedad a nivel mundial se considera que existen riesgos similares por los problemas que pueden surgir de factores como el cambio climático o la escasez de agua dulce.

En una de sus últimas columnas de opinión la economista y especialista en el comportamiento de los ciclos financieros globales Helene Rey planteó que posiblemente una de las próximas amenazas para la estabilidad de la economía mundial no sea producto de una burbuja tradicional de activos sino que sea el resultado de una turbulencia medioambiental.

El planteo es  potente: un aumento en la frecuencia y gravedad de los desastres vinculados con el clima puede provocar un problema en cadena impactando en el negocio de los seguros, de las entidades financieras y de las empresas productivas. Este riesgo tiene nombre: en la jerga de las finanzas lo llaman cisne verde, en un juego de palabras con la idea de incertidumbre y crisis del tipo cisne negro.