Recuerdos de mi abuela Mimi: en una época de mi adolescencia iba a almorzar con ella todos los jueves al mediodía, mi abuela vivía en un tercer piso del Fonavi, al que por entonces se le decía "ciudad gótica".

Creo que un modo de demostrar cariño que tiene la gente en general es a través de la cocina, y mi abuela no era la excepción... siempre el postre era múltiple (helado, gelatina, durazno al natural, etc).

Creo que a veces mi abuela me usaba de "conejillo de Indias".

Ella mezclaba postres y luego me consultaba sobre su tan ansiado experimento; a lo que yo siempre respondía: ¡¡¡riquísimo, buenísimo, quiero más!!!

Antes de irme, siempre me preparaba varios tuppers (infaltables y exquisitos los fideos caseros) y como los buzones del fonavi -que eran individuales y de madera color caoba- estaban en el hall central del edificio, la abuela siempre me pedía que al irme revisara  "si no había llegado ninguna carta".

Al rato, ella me miraba desde arriba y yo desde la vieja parada del 107, le gritaba o le hacía la clásica seña universal de la expresión "no". (No llegó ninguna carta)

En más de una oportunidad, bajando las escaleras, se escuchaba el ruido del motor del colectivo Mercedito (128, creo) que anunciaba su llegada, y entonces, yo batía el record histórico y olímpico de bajar rápido las escaleras rojas, mirar el buzón y salir corriendo para alcanzar justo a tiempo el cole... Después de pagar, corría hacia atrás del colectivo y sacaba la mano sólo para saludar.

En algunas de esas oportunidades que yo me olvidaba de expresarle el resultado de la tan esperada carta, la abuela me llamaba por teléfono (al 396807, el fijo de mi casa de calle Callao) para saber el resultado.

Ahora no recuerdo bien si fue la llamada, o la insistencia, o la expresión de su rostro cuando yo le decía que no había carta alguna, pero seguramente, en algún momento, eso me hizo reflexionar, pensar y darme cuenta de que tenía que hablar con ella sobre lo que yo empecé a sospechar.

Para explicarle que la carta lamentablemente nunca iba llegar. Ahora, lo veo hasta lógico, hasta ese momento yo no me había dado cuenta, ni se me había pasado por la cabeza pensar que la abuela esperaba una carta de mi papá, después de 20 años de su desaparición. 

Es cierto que, al principio, eran muy fuertes esas esperanzas alrededor del desaparecido, las primeras consignas eran: aparición con vida y castigo a los culpables.

Del otro lado, se hacía mucho daño: "los desaparecidos están viviendo en el exterior", aseguraban en la tele. 

Para personas no muy politizadas y crédulas -como lo era mi abuela- fue determinante para la producción de sus propias espectativas y esperanzas de la aparición con vida de su hijo.

Siempre pienso: cuánto daño se ha hecho con la familia del desaparecido.

La abuela Mimi era "la madre que vuela". Por su forma de caminar y la posición de los brazos y manos, parecía carretear e ir levantando vuelo alrededor de la plaza. Me contó Pablo Álvarez que un día con Eduardo Marinangeli (dos históricos asistentes a la plaza 25 de mayo los jueves, para acompañar a las Madres) visualizaron esa forma notoria de transitar la plaza que tenía mi abuela. 

Mimí tenía muy desarrollada esa esperanza y como dice uno de sus hijos, el Tío Miguel: el dolor del hallazgo de los huesos de Roberto, mi papá -su hijo- a ella, en especial, le causó una profunda decepción, desesperanza y angustia, que le llevó a perder la memoria.

Aunque su cuerpo resistió unos años más, hasta hace unos pocos días, su pensamiento, su espíritu y sus esperanzas se habían volado un tiempito antes.

Solamente quería dejar este pequeño recuerdo que hace a la memoria de una de Las Madres de la Plaza 25 de Mayo.

Por mi abuela Mimí, por mi papá Roberto, por mi mamá Miriam, por ese futuro hermano o hermana, por mi otra abuela Nélida, por mis abuelos, Alberto y el gran Tito Moro.

Por todos los que se nos fueron.

¡¡¡Presente, ahora y siempre!!!

*Gustavo De Vicenzo es el nieto de Noemí Johnston de De Vicenzo, madre de la Plaza 25 de Mayo de Rosario, que falleció el 16 de julio pasado. Gustavo y su hermano Darío son hijos de Roberto De Vicenzo y Miriam Moro, desaparecidos desde el 27 de septiembre de 1976.