Et has duas porta somnium…

Virgilio

Estirada sobre el lecho, la mujer le dijo: Ahora, cuéntame los infortunios de los tuyos y tus andantes correrías. 

El Hombre, amainada la ofuscación de los sentidos, comenzó a hablar: Jamás las palabras pueden homologar la vivencia de los hechos, yo presencié el horror de mi ciudad destruida, la desorientación y la incertidumbre extrema gobernaba el ánimo de los sobrevivientes y resolví unirlos para llevar a cabo el imperativo de partir. Mucho de mis amigos y mis seres más cercanos, entre ellos, mi esposa, suscribieron el anonimato de las siniestras sombras que se extendieron inconsolables, puesto que no supe más de ella. Todo era desesperanza, destrucción que promovía el odio ciego de nuestros enemigos. En medio de la noche, el fantasma de mi amigo Héctor, recriminaba la ceguera que opacaba nuestras mentes. Habíamos permitido a nuestros enemigos albergar a la bestia en nuestro medio y las consecuencias funestas estallaron, pero no podía darme el lujo de rendirme, puesto que mucho de mis conciudadanos requerían arribar al punto donde no hay retorno posible y solo resta, avanzar. Yo había decidido enfrentar a nuestros enemigos pero la ubicua voz de mi madre o la de mi esposa, envuelta en las tinieblas de mis sueños, recriminó mi exaltación y mi arrebato iracundo. Tres veces detrás de ella, mis manos se cruzaron y otras tantas volví con ellas a mi pecho… Al despertar regresé donde estaban mis compañeros; cargué a mi padre sobre mis hombros y con mi hijo y todos ellos ingresamos oscuros, en la solitaria noche, a través de las sombras. Nos unía la decisión de avanzar, sin pensar en las dificultades y las pérdidas que avanzar entrañaba; en un recodo del viaje, cuando todos dormían, medité en las consecuencias de nuestra condición, quiero decir en lo ineluctable…sentí que la amenaza de la muerte me desdoblaba o por lo menos, desplegaba mis emociones en dos dimensiones. Algo como de la vigilia y el sueño… Pensé que el deseo de eternidad era aterrador ya que entrañaba un tiempo infinito donde todo sería posible hasta el punto de dejar de ser y por consiguiente morir de cualquier manera, y por otra parte, ¿quién puede no desear vivir eternamente cuando la vida le ofrece momentos maravillosos? Pero… si es posible albergar sentimientos tan contrarios, ¿no hay algo en nosotros que opera más alla de nuestra voluntad? ¿No hay algo que debilita nuestra razón y nuestro entendimiento y nos hace obrar impulsivamente? La muerte crea en nosotros una actividad interior y es el precio que debemos pagar por nuestro intelecto…Muchos de mis compañeros desaparecidos, tulit sine funere mortis in ignota arena… insepultos en arenas ignoradas… No solo por nosotros es imprescindible no ceder en el intento de fundar una nueva ciudad. El mundo concebible hasta el presente, se derrumbaba y debíamos interpretar los nuevos augurios para hacer del mañana un sitio habitable. Tal vez, esa idea vino a mí, cuando perdí a mi único sostén en el infortunio y la aflicción… la inesperada muerte de mi padre ocurrida en una orilla funesta. Creí que no podría superar el trance, pero a los días me sorprendió una sensación inesperada, algo como que yo, dejaba de cargar sobre mis hombros el modelo, para encontrarme con algo inesperado. Una desconocida sensación de libertad… lo que hiciese de ahí en más, sería por mi cuenta y riesgo.

En ese momento, recuperó la presencia de la mujer, a todas luces fascinada ante el relato y temió que su enlace fuese mucho más allá de lo que consentía la momentánea contactación, la vio distinta al momento en que se habían encontrado, probablemente como era o más parecida a lo que ella era, fuera de los momentos en que las miradas se inmiscuyen en los visos de la imaginación, doblegada por Cupido. Ella ahora era más ella misma y frente a ella, él no deseaba ser él…no, y menos aún, para disponerse a un reclamo o una demanda. No le importaba que lo recubriese como lo que viene a faltar y mucho menos como lo no inscribible de algo que aparece para desvanecerse. Lo que había relatado, lo había relatado por tratarse de una desconocida, ajena a las vicisitudes de sus circunstancias y de su intimidad. A alguien que puede caer en un lugar homologable a la no identidad de sí, puesto que implica la indiferencia ante una verdad. 

La mujer, como si presintiese lo que él sentía, balbuceó: "En mi ánimo está la firme resolución de no unirme a nadie, desde que la muerte me causó cruel desengaño". ¿Por qué no pudo escuchar en los labios de la mujer, lo que había pronunciado en sí mismo? ¿Había sobreestimado lo que suponía haber ejercido sobre ella? Se sintió sobrepasado, absurdo, envanecido… se preguntó si veía algo más allá de sus narices o si sólo trataba de torcer, negando, la inabarcable complejidad de lo real. Inde Toro pater Aeneas sic orsus ab alto. Illicutis Tori…decía una voz anónima, desconocida, impersonal, cuando un débil hilo de luz de la alborada lo despertó.

Miró con cierta perplejidad a la momentánea muchacha que dormía a su lado, apenas distinguible y secreta. Impulsado por un leve malestar se levantó sigilosamente y trató de reubicarse en la semipenumbra, como si pudiese desalojar del paso, los fragmentos dispersos de su sueño para ingresar en la dimensión de la cercana realidad, que se fue esparciendo al volver sobre sus pasos y reencontrar en la mesa de luz, la versión bilingüe de La Eneida que estaba releyendo. 

Ahora comprendía, sonrisa mediante, el origen de su relato. Al correr de las hojas, encontró la frase en el primer verso del libro segundo y con su letra, en el margen, la siguiente inscripción: Torus: sustantivo derivado del verbo Torqueo retorcer, rizar, lecho conyugal… y más abajo Illicutis Toris: fornicación, lecho funerario, última cama… Tratándose de Dido y de Eneas la expresión era anticipatoria de la funesta decisión de Dido, ineludible ante las circunstancias de la realidad que la rodeaba. Una sutileza más del amado mantuano: Lo que no siendo escrito todavía…se inscribe…al modo de un relato, que retoma la continuidad de lo mismo en la vigilia y su efecto en la acechante vacuidad de la nada.

Salió de la habitación sin molestarse en despertar a la muchacha y despedirla. Sin molestarse por dejarla entre sus cosas, incluso inquieta o incómoda por su ausencia, pero necesitaba caminar hacia el ámbito de su infancia y en cierto modo despejarse, arribando a la ribera de su río, que solía imaginar como el Letheo. Retomar a ultranza los últimos hexámetros leídos y con ellos tal vez, la enseñanza de que es insuficiente el mero contacto de los cuerpos, sin la prodigiosa intensidad de un relato… soñando el imposible retorno de las Dido de su vida, aquellas que no habiendo sido, ahora eran para siempre.