La conocí cuando hacía activismo con Nadia Echazú en la zona roja de Palermo, antes de que a las putas travestis las echaran de allí empujándolas a los bosques, para que desde las vidrieras de los restó y los negocios, o desde las ventanas de la clase media, no tuvieran que verlas. La conocí mucho antes de que alguien pudiese soñar con tener su nombre y su identidad elegida en el documento. Se presentó como Mística, y aclaraba que se llamaba así por Mystique, el personaje de X-Men, la mutante azul que había visto en el cine y que podía cambiar de forma, color y género. 

Mística era una travesti que nunca andaba sola, paraba siempre en una esquina con otras, y no solo era muy sociable sino que era la que siempre estaba encendida, la que ponía calor a las noches de espera; si no era ella la que decía cualquier disparate para entretener a sus colegas, al menos tenía un grito agudo para festejar todo lo que alguien dijera, un fuego interno que le salía como un ay escupido como llamarada. No había duda que era mutante, que había elegido perfectamente su nombre, salido de la saga de esos personajes X, que aún en ese momento estaban un poco en el closet en las películas, aunque muchos años después iban a comenzar a salir y mostrar todo su poder queer.

Mística no fue la primera X que conocí, pero sí la primera que llevaba esa letra mutante como interrogación de la identidad. Porque la X que viene a suplantar las nomenclaturas binarias hasta ahora obligatorias en los documentos de identidad, no es para nada el nombre de una identidad nueva. Y no solo porque esas formas de vida fuera del binarismo hayan existido desde siempre, sino porque no se trata de un nombre nuevo en la oferta de las identidades posibles, porque X es un signo que abre posibilidades de ser, hacer y deshacer, la marca para desmarcarse del binarismo. 

Ya lo dice el decreto, se trata de un “derecho a la identificación a aquellas personas cuya identidad de género se encuentre comprendida en opciones tales como no binaria, indeterminada, no especificada, indefinida, no informada, autopercibida, no consignada; u otra opción con la que pudiera reconocerse la persona, que no se corresponda con el binario femenino/masculino.” Por lo tanto, en esa X, que también se puede leer como una versión del signo + al final de la sigla LGBTIQ+, se señala una gama que está abierta a opciones, incluso algunas que se pueden crear en el futuro. Llamá como quiera a lo que sos, ponete tu propio nombre mutante. Esa X no es una sola letra, es una invitación a crear nuestro propio vocabulario.

Cuando supe la elección de la letra que se iba a usar para salir de las tradicionales M y F para indicar los dos únicos género impuestos, lo primero que imaginé son esos mapas de los relatos de piratas, que visibilizan con una X el lugar donde está el tesoro. Y todavía creo que es la mejor forma de entender lo que trae este nuevo decreto: una posibilidad de que la vida no se estanque en un solo lugar (o en dos) sino que abra paso a una aventura múltiple donde podamos llegar a desenterrar el tesoro que nos pertenece.