“En el momento justo, m’hijo”, dice Teresa Parodi y sigue un silencio que recorta la frase que podría tener destino de remera. La cantautora habla de Después de todo, su nuevo disco, un trabajo concebido en el encierro y la distancia de la pandemia, que pudo grabar justo en los días en que, protocolos sanitarios mediante, fue posible entrar en un estudio. Lo justo del momento también se escucha en la trama sonora de estas canciones nuevas y propias, con las que a través de una memoria personal la correntina regresa a lo primordial. “Al folklore de mi región”, dice arrastrando la “erre”, y hace otro silencio. En tiempos en los que, pandemia o no, la modernidad y sus mascarones navegan entre supuestos y malentendidos, el folklore es, por lo menos, un gesto disruptivo. Hay mucho de “justo” en este momento en que Teresa interpela un presente en vilo con diez canciones compuestas en pandemia y un lenguaje inevitablemente distinto que emerge de una raíz poderosa.

“Yo asocio todo con el río, es algo ineludible para mí. Te voy a contar lo que sentí cuando estaba encerrada en casa y agarraba la guitarra para componer”, dice Teresa y empieza el relato torrencial, en el que las palabras se completan en el gesto de las manos y los ojos azules, detrás de los gruesos anteojos. “Caminaba en círculo por el living y de pronto sentía que una fuerza me arrastraba. Eran los recuerdos. Y yo me dejaba llevar, porque me acordaba que cuando aprendí a nadar, lo primero que me enseñaron fue cómo enfrentar un remolino, que es uno de los peligros del río. Cuando el remolino te agarra y te chupa no hay que oponer fuerza, que es lo que cualquiera haría instintivamente, sino dejarte llevar. Porque si te dejás llevar el remolino te devuelve, con la misma fuerza con la que te hubiese tirado para adentro si te oponías. Ahí me di cuenta de que esa caminata circular por el living agitó un remolino que me fue llevando a lo hondo de mi música, la de siempre. De pronto volvía aquel sol, ese paisaje entreverado de verde y de agua, el entorno sonoro que de distintas maneras está en la raíz de mis canciones. ¡Hasta las flores podía oler mientras componía! Esas imágenes me llevaron al fondo, bien al fondo, y después me relanzaron a la superficie, con estas canciones”, cuenta.

Chamamé, rasguido doble, milonga. Y la canción en la zona franca de los géneros –que en los tonos de Teresa asume inconfundibles respiros litoraleños–. Estos son algunos de los expedientes que modelan Después de todo, un trabajo producido por Manu Sija y Matías Cella, con la participación de Facundo Guevara en percusión, Juan Manuel Colombo en guitarras, Fernando Correa en acordeón y Camilo Parodi en bajo. De una autora en su plenitud salen canciones sólidas en su individualidad y generosas para exponerse como capítulos del gran relato que se encierra en un disco bien pensado.

Desde los sigilosos paisajes costeros de la gráfica –fotos de Alicia Campillo– comienza a explicarse un álbum que con perfección sentimental da cuenta del amor, el dolor, la nostalgia, el extrañamiento ante el mundo que cambia y el optimismo inquebrantable de quien sabe dónde pararse con su música, aún en tiempos de plataformas digitales.

El aguerrido chamamé

“¿Sabés qué es todo esto? Es el chamamé, una música aguerrida, que transmite una energía que nace en el cuerpo a cuerpo, que históricamente peleó por su lugar y sigue haciéndolo. Una música que si te agarra, no te deja así nomás”, dice Teresa. “Cuando componía estas canciones, en medio de la contradicción de un mundo que nos alejaba de todo, que nos tenía encerrados, sentía esa hermosa sensación de dejarme arrastrar hasta el fondo y encontrar esas melodías, que sé que nacieron de otras melodías, que vienen de esa música poderosa que es el chamamé”, cuenta.

Después de todo toma el nombre de un verso de “Distinto”, el tema que abre el disco. “En el naufragio una canción cruza el asombro, para abrazarte una vez más, después de todo”, canta Teresa sobre una suave oleada sonora, que con sus encastres rítmicos da una sensación de quietud que es más expectativa que inmovilidad. “Con ‘Distinto’ me voy al fondo y ahí está “Pinandí”, por ejemplo, que es un rasguido doble pero tocado con un arpegiado de la guitarra, una forma que encontré estudiando con Pedro Rossi. El ritmo está insinuado en ese arpegio, pero no se revela del todo sino hasta el estribillo, cuando dice ‘Pinandí, cielo abierto hasta el fondo y el sol más allá…’ –canta–. Lo mismo pasa en otros temas como ‘Oración de lluvia’, con esos arpegios de la guitarra que funcionan también como contramelodías y como ostinatos rítmicos. Yo quería que el clima del disco vaya por ahí”, explica Teresa. “Porque yo compongo en la guitarra. Ahí se comienzan a definir mis canciones y esos climas rítmicos, que nacen de la forma de rasguear. Busqué extender esas particularidades a otros instrumentos, para que en la variedad de colores el sonido del disco tenga su identidad”, agrega.

Sonoridades

La charla continua y Teresa se entusiasma hablando del nuevo trabajo. Por momentos pareciera que la ventanita del Zoom no alcanza para reflejar tanto gesto, tanto arrebato, tanta satisfacción por haber podido medir y poner en juego el sentido de las palabras de este tiempo en melodías que llegan de lejos. “Para elaborar estas ideas encontré una gran afinidad en Manu Sija, un multinstrumentista extraordinario, un músico de gran sensibilidad. Desde el principio del trabajo hubo un leguaje tácito que nos acercó, porque los dos somos provincianos y nos encontramos en ese punto. Mientras hacíamos el disco él estaba en su provincia y yo acá y le mostraba por Zoom las cosas que iban saliendo, después se las grababa y él me las devolvía trabajadas con toda la libertad de su juventud, que es la que tienen los músicos de su generación, los que están dándole a la música argentina nuevos registros, manteniendo su identidad”, explica Teresa arrebatada. “Manu buscó las sonoridades, tocó muchos instrumentos, desde el ukelele hasta la armónica, pasando por el bandoneón y por supuesto el violín. Más allá de los instrumentos característicos, expuso una gama de sonoridades sobre las que todavía hay mucho por averiguar en función de nuestra música”, observa.

Hablando de lo que esconde en sus pliegues una música como el chamamé, la charla trae a cuento a Pocho Roch, figura fundamental de la canción correntina. “¡Que autor! Yo siento que tengo una deuda con él y ojalá algún día me anime a hacer un disco dedicado a su obra”, exclama Teresa. Y enseguida recuerda la época de los asaltos juveniles, en Corrientes, cuando Roch hacía bailar con su grupo The Pockers. “Después terminábamos cantando chamamé con guitarra eléctrica. Quiero decir, Pocho nos demostraba que lo importante no es el instrumento, sino cómo se lo utiliza y se lo combina. Estas rupturas que para nosotros fueron de alguna manera traumáticas, para las nuevas generaciones son naturales”, reflexiona la cantautora.

En la búsqueda de sonoridades distintas, Teresa agradece que se haya dado finalmente la posibilidad de incorporar la sonoridad del violoncello a su música. “Es un instrumento de gran belleza, por su presencia, por la profundidad de su sonido. Me doy cuenta de que mis canciones siempre tuvieron implícito ese color, que nunca antes había utilizado. En algunos temas Manu utilizó el violín con el registro del cello y en ‘Canoíta pescadora’ invitamos a CheChelos, un dúo de violoncellos fantástico”, explica. “Me cautivó el contraste del violoncello con el brillo del acordeón. Así como la profundidad de uno tiene que ver con el agua, el brillo de la otra tiene que ver con la alegría del baile. Quedé con la sensación de que con este disco comencé una búsqueda sonora que quiero continuar pronto y ojalá podamos hacerlo, como dicen ahora, ‘presencial’”, sonríe.

El motor de la esperanza

“La Palmira va”, otro retrato de esos con los que Parodi aborda el alma de la condición humana, y “Musicagua” un chamamé vigoroso, marcan la conexión expresiva con otros momentos de su historia. “Milonguita compañera”, una pieza de claro sabor zitarrosiano, “Botella en el mar”, con la participación de Emilia y Ezequiel Parodi, y “El amor volverá”, con Cecilia Todd como invitada, completan un mapa sentimental en el que los respiros litoraleños entran y salen con gran delicadeza. “Facundo Guevara logró sonoridades maravillosas en la percusión. Con sus hallazgos le dio mucho a los climas del disco. También Juan Manuel Colombo, con el que trabajé sobre todo las milongas, la que compuse sobre coplas de aledo Meloni y esa que vos decís que es zitarroseana, y es cierto, pero cuando pasa a menor me hace acordar tanto al querido Raúl Carnota”, dice.

“El andar por los caminos/ suele dar tanto que hacer/ yo creí que fui enseñando/ pero en cambio fui a aprender”, canta Teresa esa milonga, recordando cuando muy joven y ya maestra dejó Corrientes para asumir su tarea en la selva misionera. “Esos chicos me enseñaron a mirar el mundo de otra forma, con alegría, con esperanza, con sueños, eso me marcó para siempre”, reconoce.

Desde aquel primer Desde Corrientes, que editó Ciclo3 en 1981, hasta este Después de todo de 2021, se refleja la coherencia de una obra que en su compromiso está marcada por una inflexible idea de optimismo. “La esperanza es mi manera de estar en el mundo y eso tiene que ver con mis sueños, mis ideales, mis amigos, mis lecturas. El optimismo es un rasgo que muchos de los de mi generación sostenemos, seguimos pensando en una patria más justa y para eso entregamos todo con convicción y alegría. Si yo soy eso, mis canciones no pueden ser distintas”, dice Teresa y cita una parte de su tema “Creo”: “La esperanza, invicta me sostiene, siempre, tan intensamente que no tengo opción”.

“Admiro a esos personajes que no dejan de luchar contra lo que les plantea la vida. Mirá la Palmira, que cruzaba al Chaco a recoger el algodón por una paga miserable, que fue madre muy joven, pero que nunca renunció a la alegría. Cuando escuchaba un chamamé, se iluminaba”, asegura recordando su canción.

Esa forma de optimismo es para Teresa una actitud política y desde ahí se moviliza. “Ese es el espejo donde me quiero seguir mirando. Si la Palmira no perdió esa alegría ni la esperanza con la vida que le tocó, yo, que vengo de una clase media acomodada, tengo el deber de aprender de ahí”, dice. “Sigo pensando que la construcción se hace por abajo y en algún momento sale a la superficie. Cuando estás convencido de que algo es posible, nada te detiene. Es más que un sueño. Como decía José Martí: ‘Un mundo mejor es posible, porque un mundo mejor es posible’”.

Pandemia y después

Conversadora apasionada, Teresa no le esquiva a ningún argumento y con naturalidad la charla deriva hacia temas como la batalla cultural, el lado oscuro de la pandemia y también la tecnología cuando ocupa el lugar del gesto físico con el que los pueblos históricamente intervienen en la política con movilizaciones masivas. “Apenas la pandemia nos lo permita, vamos a recuperar ese gesto, porque ese es nuestro lugar natural. Cuando existen razones poderosas, el pueblo sale a la calle, lo sabemos muy bien, y si en este tiempo no salió es por el respeto a las restricciones de la pandemia”, está segura Teresa. “No obstante seguimos dando la batalla, seguimos creando y nos seguimos comunicando. Ahora hay que hacerlo con estas maneras, aunque sabemos que hay otras formas de encuentro que tienen más que ver con nuestra pasión. A nosotros nos mueve una fuerza extraordinaria que es el amor al otro y eso está más allá de las plataformas”, sostiene.

“El otro día participé de un Zoom para recordar al querido Horacio González. Éramos muchísimos los que nos juntamos, había grandes personalidades del pensamiento argentino. Liliana (Herrero) cantó ‘La lucha’, el poema de Tejada Gómez que musicalicé”, cuenta Teresa. “Y pudimos hacerlo a través de una herramienta que en estas circunstancias de pandemia se torna muy útil y así recordamos a un gran argentino, a un tipo que nos interpelaba todo el tiempo con la sagacidad de su pensamiento. Horacio fue el armador de una comunidad de pensamiento y eso no se puede detener. Hay mucha humanidad y mucha historia detrás de esto. ¡Cómo no vas a ser optimista con este legado!”.

La jefa de la tribu

Después de todo es un disco con pocos invitados. Otra señal de la pandemia. Una es Cecilia Todd, que desde Venezuela grabó su voz en “El amor volverá”, el tema que cierra el álbum. “Con Cecilia tenemos una amistad hermosa y duradera. Hubo un productor, el recordado Raúl Colombo, que quiso juntarnos a Amparo Ochoa, a quien conocí cuando Mercedes hizo Sin fronteras (1988), a Cecilia y a mí. Cuando estaba todo listo, Amparo se enfermó y al poco tiempo murió. Con Cecilia nos prometimos volver a vernos y cantar juntas y pudimos poco después, a instancias del mismo Colombo, que produjo una serie de conciertos. Desde siempre admiré esa voz, tan cristalina, tan llena de sonoridades entrañables, que es una marca inconfundible de su región”, asegura Teresa.

Los CheChelos tocan en “Canoíta pesacadora” y en “Botella en el mar” están los nietos de Teresa, Emilia y Ezequiel Parodi, hijos de Camilo. La creadora cuenta que tiene más nietos que son músicos y eso la hace de alguna manera sentir “la jefa de la tribu”. “Porque en mi familia no había músicos, yo soy la primera y ver que detrás de mí vienen hijos y nietos músicos, me emociona”, asegura. “Después de estar tantos meses con esta sensación del aislamiento, de la vida en peligro, tocar con Camilo y mis nietos fue una sensación muy fuerte. Para mi próximo disco quiero juntarlos a todos. Me voy a sentar acá a hablar con ellos, pedirles que desarmen mi lenguaje y lo rearmen, que me interpelen y me lleven al mundo de ellos”, concluye.