Desde Barcelona

UNO Hubo un tiempo en que el nombre Quentin significaba para Rodríguez muchas cosas diferentes: uno de los dos sublimes álbumes live y carcelarios de Johnny Cash; uno de los personajes de una novela que empezó varias veces y no terminó ninguna (la culpa no es del escritor sino de su lector; y el personaje en cuestión, narrador desorientado y nostálgico sureño, se suicidaba en otra novela de William Faulkner que sí leyó); el protagonista/inspirador de una canción/video que nunca le gustó (la culpa es de Sting y no de Quentin Crisp). Y parece que hay un Quentin que es star planetaria de/en TikTok; pero Rodríguez nunca va a llegar hasta allí y, claro, mejor intentarlo de nuevo con Absalom, Absalom!

En cualquier caso --desde que en 1992 Rodríguez vio, feliz, Reservoir Dogs-- el primer Quentin en el ranking de las obras de su vida es Quentin Jerome Tarantino.

El primer Jerome será --por siempre y para siempre, inevitablemente, feliz 70 años, Holden Caulfield-- J. D. Salinger.

DOS Y "¡Salinger!" fue lo que Rodríguez pensó en voz baja y en la luminosa oscuridad en agosto de 2019 al escuchar al quebrado actor Rick Dalton conversar con la prodigiosa actriz infantil Trudi Frazer, ambos esperando filmar su escena en Lancer  (y quién puede ser tan idiota como para acusar a Tarantino, el más feminista de los directores de cine, de no escribir grandes roles-hembra). Y entonces Rodríguez se dijo que hacía tanto que no la pasaba tan pero tan bien viendo una película (y volvió a sentirlo las dos o tres veces más que la vio en la tele). Y la película era Once Upon a Time in Hollywood y era una película de Quentin Tarantino de la que ahora (y esto es sólo el principio porque ya se anuncian más derivados como versión extended y obra de teatro y tv-western) se estrena novela de Quentin Tarantino.

TRES En 1994, Quentin Tarantino estrenó su segundo largometraje y Rodríguez fue, también, muy feliz. Se llamó Pulp Fiction y su guion (en coautoría con Roger Avary) ganó todos los premios que se le pusieron a tiro incluyendo un Oscar. Su poster emulaba típica gráfica noir con mujer fatal de los '40s y '50s. Hoy, la portada para la edición USA de Érase una vez en Hollywood opta, en cambio, por diseño de uno de esos típicos paperbacks de los '70s en Bantam Books. Y, sí, se apunta y dispara con tarantinesco orgullo trash al género de la novelization. Es decir: convertir en libro a un film como parte del merchandising. Y aunque Orson Welles lo haya firmado para su Mr. Arkadin y Arthur C. Clarke con su 2001 se escapase/saliese con la suya (ni mucho, ni muy lejos) de la tiranía de Stanley Kubrick, y un escritor de culto como William Kotzwinkle se apuntara a lo del E.T. de Steven Spielberg por un puñado dólares, lo cierto es que la especie no produjo nada muy digno de recuerdo. Tampoco era la idea.

Lo de Tarantino, en cambio, es diferente. Porque se sabe: ya desde su debut, Reservoir Dogs (1992), ha sido justamente considerado maestro de la construcción narrativa y de diálogos y monólogos tan ocurrentes como perfectos y siempre al servicio de lo pop Made in USA como forma de mitología patria. Ya sean alrededor de mesa de bar, o de cuclillas para que un niño sepa de dónde viene ese reloj de su padre, o con gangster torturando a alguien que se pone a explicar el origen racial de los sicilianos, o con oficial de la SS bebiendo vaso de leche, o con lo que antecede a la puesta en práctica de la teoría de unos golpecitos que te hacen explotar el corazón, o (elegir vuestro favorito).

Lo que ofrece esta puesta en letra de todo ese metraje (con modales casi de auto-fan fiction bajo las órdenes de un luz, cámara, ¡novela!) es entonces, por suerte, más de lo mismo: excelente puesta en escena, conversaciones de antología y giros de trama ya no tan imprevistos a los que resulta imposible no compaginarles los rostros de Leonardo Di Caprio (el mediocre actor y aquí diagnosticado como bipolar Rick Dalton; lo que explica tanta risa y lágrima y risa) y de Brad Pitt (su fiel doble-de-acción y protector todo terreno Cliff Booth). Pero que, cuando las luces se encienden (en imagen y en letras, ese "I try...", de Pitt ya es línea clásica) resultan en una de las más grandes historias sobre la amistad masculina a la altura de aquellos memorables duetos de Newman & Redford. Mucho más que un simple buddy film. Y, de paso, una/otra gran ficción de Hollywood tras los pasos de Francis Scott Fitzgerald y Nathanael West y Horace McCoy y Elmore Leonard y James Ellroy.

Y ese vínculo entre hermanos de sangre y de celuloide se potencia aquí con precisas e ingeniosas descripciones, escenas expandidas y otras que se quedaron en la "sala de montaje" (Tarantino se documentó y obsesionó durante cinco años con el proyecto llegando a escribir episodios completos de la serie-western Bounty Law), innumerables teorías tarantinianas tan inteligentes como desopilantes sobre programas de tv y películas de la época, cronología armoniosamente desordenada (cada uno de los capítulos funciona como un relato), mucha más información acerca del hermético y sonriente Cliff (sabemos finalmente si, uh, "la mató o no" y nos enteramos de su rol en la guerra como killing machine y su pasión por Kurosawa y sus hipótesis sobre la entonces decadencia del cine norteamericano de estudio pero ya anticipando la llegada de Coppola & Spielberg & Scorsese & Co.), más Bruce Lee y más peleona perra Brandy y más Charlie Manson y más Trudi (tan, de nuevo, salingeriana esa conversación telefónica justo antes del The End), el perverso/gracioso detalle de reducir la bestial masacre final en el film (aquí mucho antes de mitad de proyección) a casi una mención al pasar, un entre gracioso y tierno cameo de un muy joven Tarantino y, por supuesto, voces de radiactivos d.j. radiales y cigarrillos Red Apple.

Érase una vez... (cuyo único mínimo defecto sea tal vez el de apelar a la marca registrada Sergio Leone para su título) es, también, se supone, un calentar motores para el futuro de Tarantino. Ya ha dicho varias veces que le queda un último film en la recámara y que luego se pasará definitivamente al teclado y a la administración/programación de sus salas de cine. Lo próximo será un volumen de ensayos/memoir/crítica sobre las películas que lo formaron/deformaron: Cinema Speculation donde también jugará (como con el no-final de Sharon Tate) con las posibilidades de la historia alternativa. Cuesta mucho creerle (o se desea que no vaya a ser cierto), pero por el momento, y con lo que aquí demuestra volviendo a mostrar, no cuesta nada pensar en que los libros de Tarantino no vayan a estar a la altura de lo ya proyectado. Eso sí, piensa Rodríguez: no estaría mal que cada uno de ellos viniese acompañado de un cast con nombres de actores para cada uno de los personajes (y, ah, cómo lo extrañará más de uno que soñaba con ser redescubierto y, otra volta, relanzado à la Quentin).

Mientras tanto y hasta entonces --érase otra vez en Hollywood, sonríe Rodríguez---- lo infrecuente pero a la vez esperable: la novela de Tarantino es tan buena como la película de Tarantino.

Y viceversa.

CUATRO "A Boy Named Quentin" en San Quentin.

Quentin: Una Novelización.

"A Quentin in Hollywood".

¡Quentin, Quentin!