Es sabido que el teatro de revista no es destino, pero tampoco es gratis para todo el mundo abrirse otros rumbos. Cada vez que Andrea Rincón demostró intenciones -y condiciones- para torcer el envase de vedette en el que la han querido encapsular, el showbiz argento “se la cobró”. 

Su estilo arrabalero forjado entre calle y reality cautivó de Gran Hermano a Masterchef, donde se la ha visto hablando de resiliencia mientras picaba en juliana. Pero la “resiliencia” en su historia es bastante más que aquello que en todas las entrevistas le preguntan sobre su capacidad de enfrentar “sus fantasmas”, que tiene que ver con cómo atravesó una situación de consumo problemático.

En cada una de sus versiones Rincón se rebela contra una lógica de bozal propia del mundo del espectáculo: el mandato de que las caras bonitas no pueden hablar seriamente de política, salvo que sea para asentir a los quotes fascistas de la mesaza. Se aparta de ese libreto y de muchos otros. La han retratado como una mujer con tradición en lealtades que sin embargo se anima a traicionar lo que se espera de ella: el cumplimiento de un manual que siempre es el mismo, ya sea para hablar -y vivir- el amor y la sexualidad, o para la forma en la que deben ser expresadas las pasiones políticas en público.

Camino a hacer esta nota, le conté al taxista que me trajo que me iba a encontrar con vos. Me respondió: “La escucho todas las mañanas en la radio a la Rincón -en el programa ‘Quién paga la fiesta’ de La Rock & Pop-. Me encanta porque es popular y la menos careta de toda la farándula”…

-Bueno, pero ese “caretaje” no es algo exclusivo de los ámbitos que llamamos “la farándula”, en los que yo también me muevo. Es mucho más expandido. Lo que seguramente se percibe como mi “no caretaje” es algo que tiene que ver con mi historia y con las cosas que me fueron marcando, las heridas. Esas vivencias nos van “acorazando”. Y la gente en este ámbito se va olvidando de lo importante. Nos olvidamos hasta de hacernos esa pregunta: ¿qué hago acá? Todo el mundo está ciego corriendo detrás de la zanahoria. Veo gente caminando anestesiada, dormida. Hay muy poca gente que entiende qué es lo importante. Está bueno hacer el ejercicio de correrse de ese lugar de la zanahoria, que puede ser por ejemplo el consumo, la locura por lo material. Así como parece que por ahí me pierdo en alguna frivolidad o estoy rodeada de “la farándula”, en verdad en mi círculo estoy rodeada de gente evolucionada, gente que la entiende.


VIVA RINCON

Andrea Rincón se despidió de Masterchef celebrity al grito de “Viva Perón, carajo”. Los dedos en V como gestito de ideas, en ella, de salida del programa más visto de la TV argentina en tiempos de pandemia, fueron rápidamente convertidos por los titulares en “otra de las polémicas a las que nos tiene acostumbrados la actriz kirchnerista”. Pero lo que no se les ocurrió pensar a los editorialistas de Espectáculos es que el cantito de la marcha en Andrea Rincón no era la búsqueda de una salida estruendosa sino un elemento más de la vida diaria de alguien que alguna vez declaró: “Soy peronista de la cuna hasta el cajón”.

Algunos años antes, en un programa que se llama Podemos hablar, Rincón contó no sentirse cómoda para decir lo que pensaba en relación al entonces Presidente de la Nación, Mauricio Macri, durante un juego de asociación libre de palabras. En esa otra mesaza, Andrea estaba en franca minoría. Pero pocos segundos después juntó fuerzas para entonar el cantito “Vamos a volver”. Mientras, María Eugenia Vidal, del otro lado de la mesa, miraba fijo su plato.

- Yo me crié en casa de peronistas. Mi abuelo estuvo en la toma contra la privatización del frigorífico Lisandro de La Torre, a fines de la década del 50. En una de las tapas de diarios de esos días estuvo mi abuela en primer plano. Es una tapa famosa en la que se ve a mi abuela estrechando a mi viejo. Mi abuelo les daba un beso a través de la reja. Así me crié, cantando la marcha peronista desde pequeña. Desde siempre tengo recuerdos de ir a cenas en las que se canta la marcha. Mi cuerpo tiene memoria y lo recuerda con alegría. Conozco las partes buenas y también las oscuras de la historia del peronismo.

¿Te perdiste trabajos por este tema? ¿Alguien que quizás no te haya querido contratar por tu color político?

-Si fue así, no me he enterado. Y si fue así, entonces no me perdí de nada. No me hubiera gustado trabajar con gente así y en un lugar donde se me vete por lo que pienso. Te tenés que detener un largo rato y sentarte a hablar conmigo para saber lo que yo pienso. Nada me impide, por ejemplo, que una de mis mejores amigas sea una persona que votó a Macri. Y yo la respeto. Ella es la que me sacó de la calle. He hablado mil veces con ella del tema. Le he dicho “este tipo no entiende a la gente como nosotras. Jamás pasó hambre, ni empatiza”. Pero ella votaba lo que le parecía. Lo tomamos con humor, nos cargamos mutuamente. Y nunca jamás esas conversaciones pasan a algo parecido a la violencia. He salido incluso con gente que políticamente está en otra vereda, y todo bien. Tengo mucho respeto por las diferencias. Pero hay mucha gente que no. Y no me gusta entrar en ese juego. Solo puedo hablar de política con quien considero que tiene ese respeto. A veces hablo de política en un medio de comunicación y me expongo a que un montón de personas que no conozco me salgan a decir cosas, como ha pasado.

¿Dirías que hubo un momento preciso en el que decidiste torcer el camino que venías haciendo, de vedette muy conocida, hacia una búsqueda artística donde tuviste que empezar otra vez, casi de cero?

-Para mí era muy importante resolver el tema del techo. Era una cuestión de prioridades. Me había quedado como una marca importante el hecho de haber pateado la calle. En un momento de mi vida me tocó vivir en la calle. Así que para mí tener un techo era todo. Una vez que pude conseguir eso dije “basta, ahora voy a ir por mis sueños, quiero trabajar de actriz”. Y empecé a decirle que no a un montón de trabajos que no tenían que ver con eso que yo quería hacer. Y se me puso muy difícil porque no se me daba y las cuentas a pagar se me juntaban.

¿Sentís que hoy alcanzaste una estabilidad profesional que deseabas?

-Sí, pero porque tuve que poner en la balanza: vivir una vida tranquila haciendo cosas que me gustan o apostar al número, a la guita. Muchas de las cosas que hago no son remuneradas, pero me gustan. Está en cada uno evaluar si le cierra esa cuenta. Antes de dedicarme al teatro de revista, yo vivía en una pieza de pensión diminuta. Desde la cama, estirabas el brazo para un lado y tocabas el ropero. Estirabas el brazo para el otro lado y tocabas la puerta. Ni baño tenía, era compartido. Siempre vestía con jogging, no me arreglaba, estaba siempre tapada. Un día vi a Wanda Nara en la TV. Una chica con un origen humilde que de pronto mostraba su casa increíble, su auto y una vida que era otro mundo. Y pensé “tendré que hacer algo así hasta que pueda salir de esta situación”. Y fue lo que hice. Ser vedette nunca fue algo que me hiciera sentir orgullosa ni algo que me gustara. Y ahí fui hacia mi sueño, que era la actuación. Yo hago teatro desde muy chiquita. Nunca pensé que lo iba a poder lograr. Siempre tuve muy baja autoestima. Hoy mi relación con el trabajo es muy otra. Cuando vivís con lo justo y necesario, no necesitás tanto. Y de paso no les damos de comer a quienes hacen que este circo funcione así de mal. Digo que es un lujo para mí poder actuar. Y la verdad es que yo siempre estuve actuando. Siempre fui muy intensa. Siempre estaba armando alguna escena para alguien. Ahora el drama lo pongo en otro lado y eso me permite vivir más tranquila. Me rodeo además de personas sensibles. Amo a los rotos. Son mi gente.


LIBRE SOY

Allá por 2016, durante varios días, los gendarmes mediáticos de los programas de la tarde y los portales de chismes dedicaron horas a correrlas con la pregunta “¿Son novias?”. Andrea Rincón y Julieta Ortega no contestaban que sí, mucho menos negaban. Y no para jugar al misterio, sino porque entendían que el ocuparse de desmentir equivalía a aclarar que no estaban haciendo “algo malo”. 

Un año antes, en la tele casi no se hablaba de otro tema que no fuera la bisexualidad de Andrea -sobre la que se le pedían todos los detalles- y su romance con Lara Pedrosa, DJ y ex baterista de No lo soporto. Algunos periodistas hasta intercambiaban felicitaciones por haberle arrancado a la morocha lo que interpretaban como confesiones. Los panelistas hablaban de Lara como una suerte de premio consuelo. Lara era una chica “de otro ambiente” -integrante de una banda apadrinada por Luis Alberto Spinetta- muy por fuera de “el mundo de las drogas”, que “le lleva la sopita a la cama” a Andrea. Casi todos los comentarios obedecían al prejuicio machista de que las mujeres que se enamoran de otras mujeres lo hacen después de “fracasar” en el universo hetero. Lara era retratada como alguien que había llegado a rescatar a la princesa peronista de los varones que la llevaban por “el mal camino”.

Tanto en la previa, como en el momento en el que presentaste ante los medios a tu ex novia Lara Pedrosa, el tema fue trending topic. ¿Qué reflexión hacés de todo ese barullo? ¿Y ahora, algunos años después, como dirías que cambió tu modo de vivir tu sexualidad en términos de fluidez y libertad?

-Soy una persona libre, que así vive su sexualidad. Lo fui en ese momento y lo soy ahora. Ahora estoy más grande y por ahí cuido un poco más las relaciones. Pero también aprendí de los errores. Creo que algunas relaciones, si las hubiese cuidado más, hubieran durado más. Pero no me sentí estigmatizada hablando de bisexualidad. Y si lo hicieron, ni cuenta me di. En ese momento descubrí, en relación a gente que me rodeaba, que había quienes tenían la cabeza más abierta de lo que yo creía. Y había gente que la tenía menos abierta de lo que decía. Mi mamá andaba con una foto de Lara en la billetera. Fue muy bien recibida Lara en mi casa. Lo mismo con otras mujeres que vinieron después. Es cierto que a la primera, Lara, le tocó romper algunos moldes. Con mi papá fue un poco más complejo primero. Hoy por hoy ya puedo decir que está todo bien. Puedo llegar con una novia y la sientan en la mesa y va a ser respetada como tal por toda mi familia y todos mis amigos.

Sos una persona que, sin ser activista, te la pasás corriéndote de lo que se espera de vos. ¿Cómo te llevás con los feminismos hoy?

-Me siento feminista desde que era muy chiquita, peleando porque los pibes podían hacer cosas que nosotras no podíamos. Mi mamá se la pasaba tratando de corregirme posturas: sentate como nena. Muchas personas han intentado reprimirme en muchos aspectos, pero sucumbieron en el intento. La familia de mi madre, sobre todo, era muy estructurada y yo siempre fui la nieta “incorrecta”. Las personas de treintipico somos una generación parada en el medio de un cambio de paradigma a nivel mundial. Y deberíamos aggiornarnos a ese cambio por completo. Desde lo más enorme hasta lo más cotidiano. Cuando vas a comprar un juguete a una juguetería, ya no puede ser que te pregunten si es para un nene o para una nena. La pregunta tiene que ser: ¿qué le gusta? ¿A qué le gusta jugar? 

Fotos: Sebastián Freire

Hace poco te involucraste desde lo actoral con el tema de las cárceles…

-Hicimos un corto con la Fundación SIPAS que se llama “Hashtag Bullying, la historia puede cambiar”, que está en YouTube. Lo empezamos a presentar en conjunto con el INADI. Yo venía ya dando charlas en cárceles y justo me llegó el proyecto de la obra Bandidas, basada en el libro de Nahuel Gallotta, y entendí que no era casualidad. Empezamos a prepararnos para hacerlo presencial pero en el medio llegó la pandemia y decidimos hacerlo por streaming. Fue un desafío grande porque eran hechos verídicos, de hecho hablábamos con las chicas, cuyas historias interpretábamos. Estamos hablando de ponerle el cuerpo a historias realmente pesadas. Interpreté a cuatro personajes. Y corroboré mi opinión sobre el sistema penitenciario, como un sistema que falla. La cárcel no debería ser un lugar de castigo sino de rehabilitación, pero no funciona como tal. Es ahí a donde hay que ir a buscar “la papa” de la inseguridad porque hay un círculo vicioso. La gente sale peor de ahí. Comen comida podrida, duermen en el piso, entre ratas y cucarachas. Viven bajo maltrato constante, violencia y humillación. Aprendí mucho de la jerga carcelaria, la primaria, la presa vieja, con mucho código y que cuidan a las de adentro, y la presa cachivache, que son las que viven entrando y saliendo de la cárcel. Tenés obviamente desde las que hacen robo a gran escala a las que venden marihuana para comprarle algo al nieto. Bandidas encara con mucha profundidad esos personajes y la vida adentro.

¿Qué personaje te encantaría interpretar?

-Sueño con alguna súper heroína, hollywoodense. Estamos lejos de esos presupuestos. Por otro lado, Ariel Staltari escribió un personaje para una historia dentro de una cárcel que me interesaría mucho protagonizar también. Y también sueño con interpretar a uno de los personajes más grandes de nuestra historia, Juana Azurduy.