Al director francés Guillaume Brac (París, 1977) le gustan mucho el verano y las vacaciones. Al menos como trasfondo ideal para sus creaciones cinematográficas, ya sea que estén ubicadas dentro del terreno de la ficción, en el del documental o en una zona intermedia. En sus primeros cortometrajes las mangas cortas y la temporada veraniega (Una aventura de Valentine, 2007) o la posibilidad de un fugaz escape a regiones del interior de Francia, lejos de la rutina de la gran ciudad (El náufrago, 2009), se transformaban en punto de partida para los ovillos narrativos. El mediometraje de 56 minutos Un mundo sin mujeres (2011) presentaba a un hombre de vacaciones –interpretado por el incomparable en más de un sentido Vincent Macaigne (La batalla de Solferino, Noticias de la familia Mars)– que conocía simultáneamente a dos mujeres en la playa, triángulo de lados y aristas invisibles que señalaba indefectiblemente hacia la figura del gran realizador nuevaolero Eric Rohmer. Luego de su primer largometraje, Tonerre (2013), y Cuentos de julio (2017) –cuyo título parece un homenaje al ciclo de los “Cuentos de la estaciones” de Rohmer–, Brac puso manos a la obra para construir dos películas que, vistas en conjunto, dibujan una suerte de díptico libre, hermanado por las altas temperaturas, las locaciones cercanas al agua –salada o dulce, qué más da– y la interacción entre un grupo de veraneantes locales y visitantes, jóvenes y no tanto. Tanto la ficción ¡Al abordaje!, estrenada el año pasado en el Festival de Berlín, como el documental La isla del tesoro (2018) se sumarán desde el próximo miércoles a la oferta de la plataforma cinéfila Mubi. La primera es el relato de un trío de jóvenes durante una estadía de unos días en una pequeña ciudad costera de Francia, cada uno de ellos enfrentado a una relación ansiada o inesperada con una mujer. El documental, en tanto, describe las últimas semanas de la temporada alta en un complejo vacacional de Cergy-Pontoise, a unos 25 kilómetros de París, en el cual un río de varios brazos es el marco para el encuentro de visitantes de todas las edades, razas, religiones y orígenes. Con ese material en apariencia superfluo, Guillaume Brac construye dos obras vitales, luminosas y ligeras en el mejor sentido de la palabra, en las cuales un chapuzón en una pileta de agua natural o la charla improvisada sobre la orilla del mar es siempre mucho más que una simple postal de vacaciones.

“Como casi todas mis películas, ¡Al abordaje! comienza con una especie de intriga sentimental, de deseo, de amor problemático”, declaró Brac en una entrevista con el sitio Cineuropa, dedicado a reflejar las novedades del cine producido en el continente. “Pero, en el fondo, lo que me interesa son las relaciones entre jóvenes de mundos sociales y culturales diferentes. En esos días de verano coinciden casualmente personas que, de otra forma, nunca se hubieran conocido, y que consiguen consolidar una relación de camaradería y de amistad”. Félix y Chérif, dos de los tres personajes principales de À l'abordage, son negros, y su lugar de relevancia en la trama conforma casi una excepción en el cine francés alejado de los dramas de corte social y/o inmigratorio o de la comedia empeñada en la descripción de las diferencias culturales. Si bien su ubicación en la pirámide de la sociedad francesa no es precisamente acomodada –uno de ellos es enfermero y cuidador de ancianos, el otro repone productos en un minimercado– el film no los describe a partir de problemáticas sociológicas o políticas sino por sus emociones. Juntos deciden escaparse de sus respectivos trabajos (en uno de los casos, literalmente) para emprender unas breves vacaciones en carpa cerca del mar. Durante el viaje de ida las fricciones con el conductor del Uber, un joven blanco al que su madre llama “gatito” en una breve conversación telefónica, culminan con un pequeño accidente que deja al vehículo averiado. El repuesto tardará una semana en llegar, por lo que Édouard decide aceptar la invitación de sus clientes de pasar junto a ellos los siguientes días. Como motor del viaje, Félix está decidido a reencontrarse con Alma, la chica pelirroja que conoció en una fiesta en París y que está pasando la temporada en la casa de veraneo de sus padres, aunque la falta de aviso previo puede tener (Félix bien lo sabe) resultados positivos o todo lo contrario. Una de las muchas virtudes de ¡Al abordaje!, origen de su carácter fresco y absolutamente natural, es la dirección actoral de los tres protagonistas no profesionales, de los cuales sólo uno de ellos, Salif Cissé, tenía experiencia previa frente a las cámaras en un par de cortometrajes estudiantiles.

¡Al abordaje! debe su existencia a una idea empujada por el Conservatorio Nacional de Arte Dramático –trabajar con una de sus promociones de estudiantes–, pero el proyecto, en principio televisivo y producido por la reconocida cadena Arte, fue creciendo hasta llegar a los cines franceses. De todas formas, el proceso creativo no fue nada tradicional. En conversación con la revista Les Inrockuptibles, Guillaume Brac recuerda que “con la coguionista Catherine Paillé decidimos que no íbamos a escribir un guion clásico completamente dialogado, sino que iba a ir escribiéndose hasta último momento, con periodos de ensayos e improvisaciones con los actores. El problema era que, sin un guion tradicional, era difícil buscar financiación. Arte aceptó la premisa del film mucho antes de que existiera siquiera algo parecido a un guion”. En cuanto al particular casting de jóvenes actores del Conservatorio, afirma que, al conocerlos, “elegí a doce de los treinta que formaban parte de la promoción, y me sorprendió que el grupo fuese casi una fotografía de la sociedad francesa actual, un reflejo de la realidad. Los primeros encuentros consistieron en conversaciones individuales de una o dos horas sobre temas muy personales: su trayectoria, infancia, frustraciones, sueños. Los personajes nacieron de esas conversaciones que despertaron nuestra imaginación”. Si ¡Al abordaje! no es un drama cinematográfico en el sentido que suele adjudicársele comúnmente, tampoco se trata de una comedia desembozada. Puede sonar falso e incluso pretencioso, pero hay algo de “como la vida misma” en la estructura libre de su fraseo narrativo, que un crítico se animó a tildar de jazzístico. Vistiendo una remera de Forest Whitaker en Ghost Dog, el célebre film de Jim Jarmush, que de alguna manera imita la pose del personaje, Chérif conversa con una mujer que está pasando unos días de descanso junto a su beba de un año. El marido tuvo que irse por cuestiones laborales y esa ausencia se ve de pronto suplida por la soledad de Chérif (Félix anda obsesivamente tras los pasos de Alma), quien termina haciendo las veces de compañía, baby sitter y tal vez algo parecido a un amigo de verano. Aunque, ¿existe la amistad entre un hombre y una mujer? La pregunta nunca se hace explícita pero flota en el aire, como así también los roces y tensiones raciales, que no llegan a la superficie pero están siempre ahí, presentes tácitamente, otro de los logros nada menores del guion.

Los placeres de ¡Al abordaje! son muchos y, como ocurría en las mejores películas de Eric Rohmer, las relaciones –los diálogos y aquello que no se dice, las miradas y los deseos nunca del todo claros– terminan dando forma a una comedia humana en el sentido, valga la redundancia, más humanista posible. En palabras de Brac, “las situaciones pueden ser cómicas e incluso burlescas, con malentendidos, pero hay momentos dolorosos y una especie de melancolía que atraviesa toda la película. En la confrontación de ese Édouard rubio, que viste bermudas y es un poco rígido, con esos dos tipos que al principio lo embaucan, había un antagonismo de clase bastante divertido, pero que por momentos resulta desagradable. El encuentro de esos tres chicos me interesaba porque pone en evidencia la dificultad de dos mundos diferentes para encontrarse y convivir en armonía”. Édouard, Chérif y Félix perfectamente podrían formar parte del universo de La isla del tesoro, documental con pizcas de ficción que el realizador filmó en el parque acuático Île de loisirs de Cergy-Pontoise, la misma locación de Cuentos de julio. Dos películas que, junto con ¡Al abordaje!, podría conformar finalmente una trilogía de cuentos de verano. Es también un regreso a la infancia del realizador, quien pasó varios veranos en el lugar. El equipo de rodaje se instaló durante dos meses en busca de personajes e historias y la estructura final de la película fue erigiéndose durante ese proceso y en el montaje. La cita al famoso libro de Robert L. Stevenson tiene una posible explicación en una breve escena en el pueblo cercano, durante una pequeña representación teatral, pero en el fondo tiene que ver con un elemento que atraviesa todo el film: la idea de la infancia y la mirada infantil a un mundo que se advierte enorme y lleno de aventuras.

No es casual que La isla del tesoro comience con un quinteto de chicos ingresando al parque sin pagar, escapando de las miradas de los guardias de seguridad y el resto del personal. De hecho, hay algo ligado a las prohibiciones que se rompen constantemente, como la explícita advertencia de no tirarse al río desde un puente que, sin embargo –todas las tardes, inexorablemente–, los visitantes quiebran con sus saltos al vacío. O esas pequeñas fiestas al atardecer que los empleados más jóvenes llevan a cabo en franco enfrentamiento con los reglamentos. “Cuando son chico querés hacer esas cosas que están prohibidas. Eso es lo que te estimula y te da una increíble sensación de estar vivo, con el corazón golpeando fuertemente en el pecho”, afirma uno de ellos, recordando una travesura que tuvo lugar no muchos años antes. Brac registra conversaciones entre chicos y chicas (el “levante” es rey y amo en el lugar, aunque las manos vacías sean la norma), los más pequeños corren para subir a la cima del extenso y alambicado tobogán acuático, un hombre mayor se hace amigo de los cisnes y nada junto a ellos en un paraje alejado de la muchedumbre, los encargados del lugar discuten las posibilidades que ofrece el pronóstico meteorológico. Cerca del final, dos inmigrantes relatan dolorosos pasados en sus países de origen. Uno de los dueños del parque, nacido en un país africano, recuerda su secuestro y el de su hermana luego de un minúsculo altercado con un miembro del gobierno. Un visitante, rodeado de toda la familia, describe la vida en un pueblo de Afganistán, en particular los hechos de aquel día en que una orden llegó justo a tiempo, salvándolo de una horrorosa muerte. Son las únicas instancias de La isla del tesoro en las que la violencia política se filtra en el devenir bucólico de los días de sol, agua y juegos, que llegan a su fin cuando los primeros fríos de del otoño asoman la nariz. El momento en el que las estructuras se desarman o se tapan con gruesas lonas, y los dos hermanitos que viven allí todo el año suben la pequeña pero empinada colina para observar como el bullicio se ha transformado en silenciosa calma. El verano, sin embargo, volverá. Como siempre.

¡Al abordaje!