Los espíritus le encargan hacer sus pinturas. Ella inventó el arte abstracto en 1906 antes de Kandinsky y Malevich. Según ella el mundo espiritual se comunica con nosotros a través de él, le dice una mujer a Maureen Cartwright (Kristen Stewart) en una escena de bar francés en Personal Shopper, la película de Olivier Assayas. En un viaje en tren Maureen busca en Google a la mujer que desconoce. No hay demora, las grandes y enigmáticas pinturas de Hilma af Klint pronto se deslizan en el iphone de la protagonista y se convierten en la voz de una mujer que cuenta en el claustro de la red que Hilma af Klint mantuvo su arte en secreto convencida de que su obra no iba a entenderse mientras estuviera viva. Tan convencida como para pedir en su testamento que mantuvieran sus obras (1.200 cuadros, 100 textos y 26.000 páginas de notas) escondidas hasta que se cumplieran veinte años de su muerte, fueron más y no fue cerca de su casa, fue en Los ángeles y en 1986. “Desde un siglo atrás Hilma pintaba para el futuro y ese futuro es ahora”, dice la voz. Maureen compra un libro sobre la artista y ocultista sueca y mientras lo abre sigue escuchando a la maestra virtual diciendo que Hilma participaba en séances, que había sido un médium y que como espiritista trataba de aportar evidencia empírica de ese mundo y que aquellas pinturas abstractas (Rudolf Steiner, inspirador en su decisión de unirse a la Sociedad Teosófica,  le dijo que tenía que dejar de pintar sus experiencias agoreras) las recibía de niveles de conciencia más elevados. La clase de arte no termina, un recreo de guión apenas la suspende, Maureen tiene sesión con fantasma gemelo. Dejando en pausa la vista hasta que las ganas vuelvan, la biografía de Hilma, graduada en 1887 como “pintor tradicional de paisaje, retrato y botánica” en la Royal Academy of Arts de Estocolmo le gana aire a la voz y busca espacio en los museos que se lo niegan (en la espléndida muestra del MoMA de 2012, Inventing Abstraction: 1910-1925,  Hilma  estuvo ausente) porque aseguran que la suya no es una abstracción real del color y de la forma sino un modo de modelar lo invisible y que además había sido ella la primera en decir que lo suyo no era arte. Error de errores dice  D. Birnbaum mientras explica que Hilma encontraba la abstracción cavando en la naturaleza y en las estructuras celulares. La voz de la película y las voces de lxs curadorxs cruzan disputas de referencia y mojones cuando alguien pregunta entonces si fue sueca y mujer el primer europeo abstracto. Mientras el mojón gana y pierde metros de tierra la foto de una habitación con sillas recuerda que todas las semanas durante diez años (1896-1906) Hilma (fundadora y médium) formó parte de “Las Cinco”, un grupo de experimentación de escritura y dibujo automático que le dio las primeras ramas (no reconocidas) al árbol genealógico surrealista. Las astillas de su propio árbol la muestran creando un telescopio colorido para un mundo que estaba más allá de lo visible desde la muerte de su hermana después de una gripe cuando tenía dieciocho años.                                                                                                    La pintora escondida, tan menuda que hacía parecer sus cuadros grandes aún más grandes, trepa en prisma entintado de acuarelas justo cuando los veinte años que ella pidió y los cincuenta que aconsejó Steiner se convirtieron en más de sesenta y el piedra libre se escucha demasiado bajo.