Se terminaron los Juegos, es la hora del recuerdo de las hazañas, de los sinsabores, de las anécdotas de todo tipo, y para algunos pocos, del análisis de cómo mejorar esta actuación, pero sobre todo como desarrollar masivamente al deporte.

Para Argentina ese análisis es urgente. Es que, acaso, cabe preguntarse: ¿Habrá que imitar a los mejores y sus sistemas? Una obviedad, que sin embargo puede salir muy mal, o ni siquiera poder comenzar.

China y Estados Unidos, las actuales máximas potencias por sus sistemas políticos y deportivos no nos sirven como espejo, sino solamente para albergar una charla de café.

Las diferencias de estructura política, potencial económico, población, inversión, infraestructura, desarrollo del deporte estudiantil, etc., son tan insalvables que cualquier planteo similar en nosotros suena ridículo.

Quizás el reflejo de algunos otros países nos pueda ayudar más para encontrar una identidad deportiva, que se esbozó hace casi un siglo y pareció confirmarse en una política deportiva exitosa en los años '50. Para luego, como muchas cosas diluirse como consecuencia de las sucesivas dictaduras, o de gobiernos democráticos que no la priorizaron en su agenda.

El deporte social y la infraestructura de los países nórdicos, el deporte militar de Italia, los programas científicos de entrenamiento de Hungría, el deporte escolar de muchos países, los programas de Federaciones Deportivas con empresas en Japón, Corea, España y Alemania, entre otros, todos pueden ser dignos de ser evaluados para incorporar a un sistema que debe tener continuidad.

Luego de elegir el o los sistemas y vías, que la situación política y económica requieran, solamente restará entonces el detalle más importante: escoger las personas adecuadas para conducirlo. Con premisas claras: conocimiento, programa y presupuesto.

Allí en donde se vuelve más imprecisa la teoría, es en el terreno de lo político, ya que es un obstáculo la ignorancia acerca del deporte. Situación lamentablemente no advertida hasta por los mismos desinformados, o sea buena parte de la dirigencia política, que además parece descreer del mismo como un instrumento idóneo de salud y cohesión social. Mientras que, paradójicamente, mencionan y ejemplifican a otras sociedades como las de Suecia o Noruega.

En Argentina, en muy distintos ámbitos, se cree saber de deportes simplemente por ver un partido de fútbol los domingos, hacer media hora de running, o mirar un programa de chismes deportivos, en los ratos de ocio.

Es que no existe, ni se demanda o extraña una verdadera cultura deportiva en la población, apenas si el fútbol es omnipresente y quizás el tenis, básquet, rugby, vóley o algún otro deporte ocasionalmente exitoso, acceden por un tiempo al interés de la población. Esta ignorancia es un pesado lastre y una asignatura pendiente para todos: clase política, medios y ciudadanos.

El presupuesto, finalmente, que en la Argentina es muy exiguo. Nos encontramos por detrás de cinco países en Sudamérica, una región con escasos resultados en estos eventos multideportivos y pobrísimo deporte social, con una inversión comparada mucho menor a otras.

Es decir, en inversión deportiva somos pobres entre los pobres. Esa es la realidad que solamente una fuerte voluntad política sumada al conocimiento podrá cambiar.

* Ex Director Nacional de Deportes.