“El sur da muy abajo, muy negativo”, dice uno de los creativos publicitarios que rodean al protagonista, un empresario que se lanza a las aguas de una campaña electoral. Lo alto, lo bajo, lo positivo y lo negativo, son algunos de los valores, que adjudicados a palabras o frases esculpen la figura del candidato, o mejor dicho, su imagen. Algo plano, bidimensional, para mirar de frente, porque si se mira de costado se ve todo el artificio, el papel pintado. De esto va la nueva película de Daniel Hendler, llamada justamente El candidato. La acción transcurre un radiante fin de semana de invierno en una magnánima estancia rioplatense, en la que se debe cocinar, como un asado algo apurado, el “perfil” de un empresario que cranea su pase a la política. 

Lejos quedaron reivindicaciones del tipo “El sur también existe” o simplemente la palabra “Sur” pensada como algo identitario, como en el título del film de Pino Solanas, o antes, el mítico tango. Para los personajes de este universo el sur es muy down, medio bajonero, por lo que están pensando para el partido que diseñan el nombre de NEO: hay que dar la impresión de empezar todo de nuevo. Esta clase de cosas se discuten en El candidato. Si el color naranja o el verde, la pertinencia de un pajarito como representación de Martín Marchand –tal es el nombre del empresario– trayendo nuevos cantos, naturales, ajenos por supuesto a esos otros cantitos, los de la militancia en la calle. Pero mientras ese debate tiene lugar en la mesa de los asesores, el candidato sonríe distraído, dice que les deja la decisión a ellos, que los pájaros él los elige según cuales sean más tiernos para hacer paté. 

DANIEL APENAS ADELANTADO

Daniel Hendler, director y guionista de este relato, cuenta cómo empezó todo: “En 2011 me vinieron ganas de hacer algo con la angustia que me provocaba abrir los diarios o encender la tele; se empezaba a respirar una violencia mediática sin mucha vuelta atrás. Ahí empecé a adaptar al cine una obra de teatro que había escrito en el 2001, Los magníficos, donde una brigada inexperta ensayaba una misión para revolucionar el mundo a través de la cultura uruguaya, como una forma de reírme de mi propia fantasía de militar en algún movimiento con pretensiones de resolver los males del mundo. Pero apenas empecé la escritura escuché la canción “Qué te trae por aquí”, de Violeta Parra, que hablaba de un pájaro que arribaba a un palomar con intenciones veladas, y la idea de la brigada secreta se transformó en un grupo de asesores  construyendo a un líder político. Asesores misteriosos, como ese pájaro de la canción. Las metáforas volaron y la cosa se puso más concreta; hablar del problema, de la amenaza viva de forma directa, de ese candidato ‘que se venía’. Y fue surgiendo esta comedia negra de espionaje local.”  

A esta altura Hendler es un ícono del cine rioplatense, además de un actor de enorme popularidad que viene de hacer todo tipo de películas exitosas al servicio de directores como Damián Szifron, Daniel Burman o Adrián Caetano. Sin embargo, a la hora de encarnar sus propios proyectos, sus búsquedas tienen el rigor de su mirada y son de una singularidad notable. Su debut fue con Norberto, apenas tarde, una comedia melancólica protagonizada por el actor uruguayo Fernando Amaral, que interpretaba un personaje gris que luego de ser abandonado por su novia –Eugenia Guerty– se volcaba a estudiar teatro, hacerse nuevos amigos e iniciar una suerte de cambio de vida que finalmente, no resultaba muy exitoso. 

   El clima extrañado, la justeza de la actuaciones y la peripecia verosímil pero con momentos absurdos, delinean en El candidato una textura autoral semejante a la anterior de Hendler. Aunque hay que decir que la textura general es más brillante, lujosa. Tal vez sea ese entorno natural frondoso, plagado de árboles, pájaros y cazadores furtivos. Quizás sea esa estancia tradicional y bella, tal vez sean los intereses de sus protagonistas. Llama la atención que el mundo pareciera estar algo alejado al que uno imaginaría a priori como pertenencia o cercanía  con el director, incluso del nuevo cine uruguayo. “La verdad es que empecé tarde a interesarme en la política, cuando entré en la facultad”, confiesa Hendler. “En la escuela y en mi casa se aceptaba la idea de una ‘historia objetiva’ con buenos y malos pero sin izquierdas y derechas. De todos modos creo que nuestra tarea en el cine es, sobretodo, observar. Y, frente a la aparición de ciertos personajes para mí siniestros en la política, me resultaba un desafío hacer el ejercicio de humanización, una tarea esencial para los actores, entender al personaje que te toque interpretar, cualquiera sea su historia, ideología o moral. ¿Como entender a estos monstruos? Quizás no debamos ser condescendientes, pero sí abiertos a entender cómo estos tipos pueden convivir con sus intereses monstruosos.”

   Este es uno de los puntos clave de la película. Toda la ambigüedad con la que Marchand y sus asesores –diseñadores web, creativos publicitarios, diseñadores gráficos, coaching actoral, políticos viejos que lo avispan en gajes del oficio– se presentan en la historia. Fundamentalmente el protagonista, pero también los demás, se muestran capaces de tener tanto un rapto de lucidez, de inocencia, como la más arraigada agresividad, malevolencia, inseguridad y estupidez a la enésima potencia. En ese sentido es muy buena la creación del invisible pero presente padre de Martín Marchand, un empresario de mayor envergadura que lo hostiga con llamados sobre cuestiones nimias, como quién de los empleados del campo realizará el asado el domingo en el que recibirán a miembros del partido. Ese padre del que el candidato se quiere separar, lo vuelve por un lado más ridículo, pero también más humano. Como reflexiona Hendler: “Brecht escribió La resistible ascensión de Arturo Uí en alusión a la ascensión de Hitler, y se refirió específicamente a la inutilidad de demonizar a un personaje que los espectadores, al salir del teatro, sabrían muerto, provocándoles una especie de catarsis o alivio contrario a los fines del teatro dialéctico que él proponía para interpelar al espectador e invitarlo a reflexionar. Tomando esa referencia me propuse, por más lejano que me resultara este personaje del candidato, entenderlo, para invitar al espectador a perderle el respeto y poder observar sus contradicciones como si nos fueran propias.”

CRÍTICO Y LIBRE

Una de las particularidades de El candidato es el sobrio tono de actuación, sobrio pero también brillante. Pareciera que cierta impronta uruguaya y argentina se mezclan de modo indistinguible. Hay que decir que el elenco es plenamente rioplatense con actores excelentes provenientes de una y otra orilla. Cada rol, por más pequeño que sea, es aprovechado al máximo: el excelente Diego De Paula –en el rol de Marchand–, la siempre sutil y eficaz Ana Katz –además esposa del director–, la gran Verónica Llinás, el inquietante José Luis Arias, los muy graciosos Alan Sabbagh y Matías Singer –hermano del director y responsable de la música de la película–, y nuevamente Fernando Amaral y Roberto Suarez, con quiénes Hendler ya había trabajo en su filme anterior, además de que este último es uno de los más destacados directores del teatro uruguayo. 

No es raro, viniendo de Hendler, un actor con un humor tan particular, tan de risa a boca cerrada, que su película ahonde en esos climas de risueña perplejidad. Por momentos, mientras el candidato es “coacheado” pareciera tratarse de una comedia denodada. Por otros, las miradas cruzadas parecen ocultar algo, el clima va cargándose de una tensión que nunca se libera en risa. Una amenaza acecha esa estancia alejada y es probable que todo se dirija hacia un desenlace desagradable, incluso sangriento. ¿Se trata de un thriller? ¿una mezcla de comedia y thriller? “El género es como una puerta de entrada; una serie de reglas que ayudan a ordenar la lectura en un principio”, dice Hendler. “A partir de ahí, se juega, se fuerza el género hacia sus fronteras intentando no traicionar las expectativas del espectador pero sí tratando de ampliar el umbral de significados lo máximo posible. Es probable que alguien que mire esta película como una película de género la encuentre rara o fallida, y alguien que busque una película de autor encuentre demasiadas referencias clásicas. Y al final es eso, un híbrido de géneros que tratamos de hacer con la mayor organicidad posible.” 

   En ese sentido, la indefinición genérica tiene mucho que ver con el asunto que trata la película. Estos personajes, ¿deberían darnos gracia? ¿O deberían darnos miedo? ¿Qué clase de ironía es la que estamos presenciando? ¿Se trata de una crítica a la clase política? Hendler es duro: “Es un retrato crítico y libre sobre algunos señores que llegan a la política para completar su actividad empresarial, autoliberándose permisos públicos, manejando información privilegiada y todas esas formas de maniatar al estado para desarrollar negocios personales. Pero creo que también es una parodia sobre nuestra pretendida inocencia o incapacidad de cambiar las cosas.” Más que crítica pareciera entonces ser una autocrítica. Un intento de toma de consciencia. Una ficción que muestra la construcción de, justamente, los parámetros de organización de nuestra realidad es, vamos, una crítica directa. Es casi como un retruque, tomar el guante: así como Martin Marchand usa herramientas de la actuación para proyectar una voz, dar una imagen potente, la ficción se apropia de esa historia y la vuelve material atractivo para el cine. Como si dijera la ficción está en todas partes, estallada, en una especie de última y ridícula crisis de la idea de verdad. 

   ¿De qué manera entonces el cine puede echar luz sobre estas cuestiones? ¿Puede todavía darse una lejanía que permita repensar el modo de mirar las cosas presentes, participar en esa agotadora lucha por el sentido? El candidato está llena de pájaros. Se los observa, se graba su canto, se los fotografía, se los quiere comer. Son la viva imagen de lo natural, lo ‘no contaminado’.  Inesperadamente los pájaros mismos son los que nos muestran la escena. Como cierra Daniel Hendler: “Los pájaros que son fuente de inspiración en el diseño de campaña, merodean la casa. Los planos aéreos los pensé como su punto de vista. Aportaron un clima extrañado. La frondosidad del campo exterior me daba esta doble impresión, la belleza y la amenaza latente.”