Como un inocente en un mundo perdido. Así se veía Louis-Ferdinand Céline, el escritor francés que “inventó una rítmica inaudita”, según afirma Philippe Sollers. El autor de Viaje al fin de la noche (1932), una de las novelas más notables del siglo XX, publicó una serie de furibundos panfletos antisemitas en los que reproduce los prejuicios repetidos hasta el cansancio --los judíos son “racistas, hipócritas, cortos de luces, frenéticos, maléficos” -- y elogia a Hitler. En junio de 1944, huyó primero a Alemania y luego a Dinamarca. En el departamento de la rue Girardon de Montmartre dejó sus manuscritos en un armario. Alguien entró y se llevó las novelas Casse-Pipe y Muerte a crédito, entre otros centenares de páginas. El escritor que fue condenado in absentia a un año de cárcel y declarado desgracia nacional recién pudo regresar a Francia en 1951, después de haber sido amnistiado. Se quejó porque no le habían dejado “ni un manuscrito”; quería que se los devolvieran. Pero murió el 1º de julio de 1961 sin reencontrarse con esos materiales. A sesenta años de su muerte, los manuscritos de Céline reaparecieron. Y la historia en sí misma parece una novela negra.

La identidad del ladrón que se llevó los manuscritos permanece en las sombras. No se sabe quién entró al departamento de la rue Girardon, aunque Céline tenía inventariado dos posibles sospechosos. Uno era el corso Oscar Rosembly, a quien había contratado para le llevara las cuentas. El otro es el resistente Yvon Morandat, que a partir de 1944 ocupó la vivienda del escritor francés. En 1947, en una carta a su amigo Henri Pulain, Céline escribió: “El ocupante de la rue Girardon me ha tirado a la basura el manuscrito de mi novela Guignol y de otras tres novelas más que tenía en marcha, se llama Morandat y es amigo de De Gaulle”. En la obra posterior de Céline hay señales de que no se había olvidado de los papeles que le robaron. “No me han dejado nada, ni un pañuelo, ni una silla, ni un manuscrito”, afirmó en De un castillo a otro (1957), novela torrencial en la que se sumerge en el verdadero fin de su noche colaboracionista, la retirada alemana de París y el confinamiento en el castillo de Siegmaringen, con oficiales nazis y los franceses colaboracionistas. En Rigodon, publicada póstumamente en 1969, volvió sobre la cuestión: “Ya me han quitado bastante, ya me han desvalijado bastante, todo se lo han llevado (…) quiero que me lo devuelvan”.

¿Cómo reaparecieron los manuscritos robados? En la escena emerge la figura de Jean-Pierre Thibaudat, periodista especializado en teatro que trabajó hasta 2006 en el diario Libération. “Hace muchos años, un lector de Libération me llamó y me dijo que quería darme unos documentos. El día de la cita, llegó con enormes bolsas que contenían hojas escritas a mano. Eran de puño y letra de Louis-Ferdinand Céline. Me los dio con una condición: no hacerlos públicos antes de la muerte de Lucette Destouches, porque, siendo de izquierda, no quería enriquecer a la viuda del escritor”, cuenta Thibaudat al diario Le Monde. Lucette se tomó su tiempo para morir, vivió hasta los 107 años. Cuando la viuda del escritor murió el 8 de noviembre de 2019, Thibaudat, que hacía quince años que tenía los manuscritos, decidió que era hora de devolverlos y se comunicó con el conocido abogado especialista en derechos de autor Emmanuel Pierrat. Los dos discutieron qué hacer con el material y decidieron contactar a los herederos del escritor francés: el abogado François Gilbaut, biógrafo de Céline, y Verónique Chovin, la mejor amiga de la viuda. Como no hubo acuerdo, Thibaudat entregó los manuscritos a la Oficina Central de la Lucha contra el Tráfico de Bienes Culturales en Nanterre. No informó el nombre del lector que le había dejado los documentos más de quince años atrás. Él explicó que nunca se había sentido propietario de esos materiales, sino un depositario accidental; que su gran preocupación, en todos estos años, era que pudieran quemarse en un incendio y que su mayor placer había sido poder transcribirlos.

La Biblioteca Nacional de Francia verificó y certificó la autenticidad de los documentos. El procurador de la República ordenó la devolución de los documentos a sus beneficiarios. Gibault y Chovin se llevaron las 600 páginas de Casse-Pipe, una novela desconocida titulada Londres y 1000 hojas pequeñas de Muerte a crédito, entre otros materiales. Los beneficiarios quieren donar Muerte a crédito a la Biblioteca Nacional para poder sufragar los gastos de sucesión. Si la donación se materializa en los próximos meses, ese manuscrito se encontrará con Viaje al fin de la noche, que el Estado francés compró en una subasta en 2001 por más de 1,8 millones de euros. El resto de los manuscritos podrían publicarse por Gallimard.

Cuando en 2017 la editorial Gallimard anunció la reedición de los panfletos antisemitas de Céline, Bagatelas para una masacre (1937), La escuela de los cadáveres (1938) y Les beaux draps (1941), Serge Klarsfeld, veterano cazador de nazis francés que dedicó toda su vida, junto a su esposa alemana Beate, a luchar contra el antisemitismo y a mantener viva la memoria de la Shoah, pidió que se prohibiera la reedición: Bagatelas es el texto fundador del antisemitismo e influenció a toda una generación de colaboracionistas que enviaron a los judíos franceses a la muerte”. Aunque Antoine Gallimard quería publicar esos panfletos, acompañados por un estudio crítico, Klarsfeld fue contundente: “No dejaremos publicar esos textos que condujeron a la muerte de nuestros padres”. El editor francés, finalmente, tuvo que anunciar la suspensión del volumen anunciado.

“Sus exabruptos políticos no pasarán al olvido, como tampoco Viaje al fin de la noche, su mayor legado y su obra maestra. Porque se trata de un gran libro, que inauguró un capítulo inédito en la literatura de ficción -advierte el escritor John Banville en el prólogo de una nueva reedición de la emblemática novela, publicada por Edhasa-. La integridad personal y artística de Céline son impares. Si en su vida cometió errores, bastante penosos por cierto, como novelista se mantuvo fiel a sí mismo y a su arte”. Las heridas –que no cicatrizan tan fácilmente como se cree— siguen abiertas.