Una enorme cruz apunta al cielo porteño desde un edificio. La cámara sigue su viaje panorámico hasta que, por detrás de la mayor insignia cristiana, se ve un esqueleto de metal vacío corroído por la suciedad. El reino (estreno de Netflix hoy viernes) exhibe que las cosas -allá arriba como en la tierra- están podridas. La miniserie, cocreada por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro indaga a fondo en lo que hay dentro de una iglesia evangélica y de los hilos que mueven a sus personajes. El más relevante es Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti), un pastor evangélico y compañero de fórmula de un candidato a presidente asesinado durante el cierre de campaña. Más allá del magnicidio, sus ocho episodios se cuecen con claves del policial, suspenso psicológico y thriller político más un inconfundible toque local.

Este auténtico Tetris narrativo se estructura a partir de la Iglesia de la Luz. En principio está el líder religioso y la carta ganadora para que Armando Badajoz (Daniel Kuzniecka) llegue al sillón de Rivadavia. Tras un primer capítulo dedicado al asesinato del político, el resto de los episodios desmenuzan a los involucrados y allegados. ¿Qué mueve a Vázquez Pena y a los suyos? El protagonista está en la encrucijada de seguir con su alianza o volver a su congregación con altas chances de que se expongan sus trapos sucios. Mercedes Morán encarna a la pastora Elena, posible primera dama, jefa de la organización y matrona impiadosa. Aunque apoye a su marido, desconfía de la política y hará todo lo posible para que el templo crezca sin que se resquebraje por dentro. Peter Lanzani interpreta a otro de los alfiles de esta institución dedicado a la tarea pastoral. El Chino Darín y Joaquín Furriel representan los outsiders, el primero como mano derecha del pastor y el segundo un auténtico monje negro que quiere llegar a la Casa Rosada. Nancy Duplaá es la fiscal a cargo de investigar un caso que tiene mucho de confabulación.

“Todos son personajes tridimensionales con muchísimas contradicciones. Las posiciones de cada uno de ellos frente a la política y lo evangélico, que son las dos grandes religiones y ejes de esta serie, cambian en función de los secretos, las tramas y los ocultamientos a develarse”, explica la guionista en entrevista con Página/12. La estructura, según el showrunner y responsable de la dirección en cinco de los ocho capítulos (los tres restantes son responsabilidad de Miguel Cohan), responde a sobre sujetos que no mean agua bendita. “La trama siempre avanza no es que solo está con uno pero de algún modo nos tira una luz que antes no estaba sobre ellos. Hay uno de introducción, otro de desenlace y el resto está puesto sobre los personajes principales. Hay otros personajes que no tendrán 'su' capítulo pero cuentan con algún momento en que tenés un plus sobre la verdad a relatar. Lo primero que surgieron fueron los personajes y el atentado como desencadenante. Los teníamos bastante claros incluso algunos pequeños como el de Celeste que lo hace Sofía Gala, los hijos de los pastores o el de Remigio (Nicolás García Hume). La trama se construyó siguiendo a los personajes de algún modo. La escritura fue guiada por los personajes”, suma Piñeyro.

El pastor es el que concita las mayores miradas y complejidades. El registro de Peretti genera encanto, consternación y horror en tanto víctima de un complot y patrón de un discurso filoso. “¿Dónde está el enemigo? ¿Dónde se acurruca Satanás? En la ideología de género. En aquellos que quieren adoctrinar a nuestros hijos en la masturbación, en la homosexualidad, en los asesinos que se niegan a ver vida en el vientre materno en el que late una semilla que la quieren arrancar. Contra todos ellos pelearé”, arremete desde el púlpito en una escena clave. A Piñeiro este personaje le generó enormes desafíos por la necesidad de generar empatía con el público y ahondar en sus zonas más oscuras. “Para mí era fundamental lograr ese equilibro, así cuando se empieza a develar uno no salga corriendo del personaje.”, explica la escritora, quien lo compara con Hannibal Lecter. “No es caníbal Emilio, está claro, pero los que están a su alrededor tampoco son muy luminosos. Entonces toda su oscuridad es soportada, y lleva a que uno pueda comprender sus actos y cuáles son los motores que lo llevan al mundo de la política”, describe.

Los personajes de Tadeo Vázquez y Julio Clamens resultan fundamentales por motivos bien diferentes. El primero viene a representar la fe, algo que la entrega con perspicacia nunca cuestiona. “Tadeo es un hombre de Dios, su intención es ayudar al prójimo. Es un poco de alivio para todo lo que sucede. Todos los personajes son enigmáticos y tienen su pasado bajo siete llaves”, explica Lanzani, que vuelve a las series tras Un gallo para Esculapio. El segundo es un abogado e hijo de una familia ligada al poder que se ha convertido en “el intérprete necesario para el pastor de ese mundo que desconoce". "Es un líder carismático y un tipo con un empuje popular de locos pero el entramado, el toma y daca, no lo controla. Julio le es útil, es de otro palo, e incluso sin ser creyente se acerca a la iglesia de una manera muy genuina”, apunta Darín sobre su criatura. “La maestría de cómo está contada esta historia es que mientras se sigue a un personaje te va tirando pistas desde otro ángulo y de otra perspectiva que estaba ahí. Ahí el desarrollo de este thriller político que estamos viendo. El género camina”, detalla el actor de Historia de un clan.

Al director (segundo trabajo con la escritora tras Las viudas de los jueves) lo seducía la temática y una institución con enorme capacidad de lobby pero subrepresentada desde lo audiovisual. “Yo me tuve que quitar los prejuicios sobre los evangelistas porque no nos podíamos permitir la caricatura. La primera imagen te tiende a eso y había que eliminarlo. Los personajes tienen un lado de convicción genuina y otro lado de ambición de poder”, confiesa. Otro tanto pasaba por incursionar en el terreno de las series tras un largo recorrido en cine. El resultado es un soberbio y sagaz ejercicio de género, con una factura técnica y un despliegue de producción fascinantes, que invita al debate sobre esa red de poder que teje y avanza en la región. Un dato: según Ariel Goldstein (autor de Poder evangélico. Cómo los grupos religiosos están copando la política en América), los creyentes evangélicos se han duplicado en una década. Los showrunners realizaron su propia investigación (junto a la periodista Agustina Larrea y el sociólogo Tomás Aludas) y apuntan que el libro mencionado más arriba les “llegó tarde” pero les “ayudó a confirmar” las sospechas que llevaron al plano de la ficción sobre esta rama eclesiástica que juega sus fichas en el poder.

-¿Cómo fue el proceso colaborativo?

Claudia Piñeiro: -Fue un brainstorming permanente de tirar ideas. El trabajo del escritor, y a Marcelo lo pongo en ese lado, es algo que te toma la cabeza. Antes, durante y después, porque hubo algunas escenas que hubo que cambiar por el rodaje durante pandemia.

Marcelo Piñeyro: -Sumo el trabajo durante la edición. Con todo rodado, lo dramático seguía vivo, seguíamos discutiendo y tomando decisiones. Fue una colaboración desde la génesis del proyecto, cuando sólo teníamos el universo que queríamos contar -el “qué pasaría sí”-, hasta el final con todos los capítulos rodados y sin embargo seguíamos ahondando en lo dramático.

-El poder evangélico es presentado como un gran otro. A su vez, los personajes parecieran ser muy conscientes de que están actuando un papel con cierto distanciamiento. ¿Por qué esa búsqueda?

M.P.: -Hay momentos y momentos. La fe puede ser absolutamente genuina en ellos y también hay mucho de representación. Son así estos personajes. No es para marcar un distanciamiento con el espectador sino porque se conciben a sí mismos así. Esos dos planos están.

-La serie tiene un fuerte anclaje en lo sensorial, desde los ecos, los planos secuencias, la paleta de colores. A su vez, el evangelismo reniega de la iconografía. ¿Cómo fue trabajar desde esa falta?

M.P.: -Ese fue un problema gravísimo para pasarlo a lo audiovisual por esa ausencia iconográfica. El catolicismo es una fiesta, en ese sentido. El ritual es disimulado, pero el ritual es parte esencial de toda religión. El templo, por ejemplo, fue muy difícil. Elegimos algo muy parco, muy blanco, muy neutro, con una sola cruz.

C.P.: -Los símbolos están en las palabras, quizás. Vos sabés si un personaje de la serie o si alguien en las redes me dice “bendiciones”, ya sé que es evangélico. El click no lo hacés necesariamente por lo visual sino por el texto que dice cada uno. Hay algunos detalles en lo discursivo que van en esa línea porque el evangélico es muy ascético con los símbolos, con sus templos, con todo. Hay muchos templos evangélicos, en algunos lugares del Conurbano hay un templo evangélico cada dos cuadras, tenés algunos monumentales o algo muy chiquito; eso te permite una libertad creativa, podés pararte en varios lugares desde los cuales contar.

M.P.: - Con el templo encontramos que esas ventanas muy altas tenían algo de religiosidad que necesitábamos. Ves la cruz, la tormenta, y ya hay un sentido de religiosidad que era imprescindible.


Francisco Ramos, vicepresidente de contenidos originales de la plataforma

La apuesta de Netflix por la producción local

El reino es la apuesta más relevante de Netflix desde que la plataforma de streaming le pone su sello a producciones de esta región. Lo dice Francisco Ramos, su vicepresidente de contenidos originales: “A nivel producción y creativo es extraordinario lo que han logrado, teniendo en cuenta que gran parte de la serie se realizó en medio de la pandemia con las restricciones”, explica. La relevancia y el empuje que le dan a la producción de K&S, según el responsable de la compañía, se nota en “la dimensión integral del proyecto y los nombres involucrados”. Más adelante en el calendario vendrán El amor después del amor (la serie biográfica que recorre la historia de Fito Páez), la segunda temporada de Casi feliz (escrita y protagonizada por Sebastián Wainraich), la cuarta entrega de El marginal y Granizo (el largometraje protagonizada por Guillermo Francella). Mención aparte para El Eternauta, la producción de Bruno Stagnaro, sobre la que el programador no filtra ningún dato, más allá de su sorpresa por el fenómeno que ha generado su responsable con Okupas. “Esa serie fue seminal de una televisión diferente en la que un autor decide todo. A su vez, la repercusión y la bandera que levanta la audiencia demuestra que lo audiovisual aquí es motivo de orgullo”, apunta.

-Usted suele decir que hay mucho mito en relación al algoritmo, que no van a decirle al creador lo que tiene que poner o sacar en función de lo que supuestamente rinde. ¿Cómo fue en este caso puntual?

-Cada pieza es relevante. Nosotros queremos ser compañeros de viaje de los creadores. Lo único que intentamos desde Netflix es que nuestros equipos de contenidos trabajen de la mano de los realizadores para que sean lo más ambicioso posibles.

-El reino resulta un producto singular, muy local en su equipo creativo, técnico y elenco pero con una temática que toca fibras internacionales. ¿Esa es la búsqueda?

-Necesitamos en todo momento que los miembros de la Argentina sientan que es único y especial lo que se les está dando. Las piezas deben ser de llegada en cada país. Si además El reino encuentra su audiencia internacional, bienvenido. Es una apuesta extraordinaria que la temática juega en varios países del mundo. Me gustaría que encuentre muchísima audiencia, pero especialmente en la Argentina, donde se hace televisión de altísimo nivel.

-¿Siente que el mercado de streaming finalmente ya está definido?

-Nuestra estrategia no ha cambiado, no hemos tomado decisiones en base a nuestros competidores. Lo que sí está claro que en este momento tenemos que ser mejores. Desde el contenido, que tiene que ser diverso y complementario, y en la relación con los creadores.

-En la portada de Netflix, ¿al lado de qué otros productos aparecería El reino?

-Con todísima objetividad digo que desde lo técnico y artístico, El reino compite con cualquier producción que hacemos en otra parte del mundo y sobre todo en la región. Estamos muy orgullosos a nivel hispano; creo que cuando la vean en toda Latinoamérica, Italia o Francia y sobre todo en España, van a advertir eso. Hoy el pasaporte de una producción no asegura nada, importa la factura, su mirada. Lo vimos con Lupin, La casa de papel, ¿Quién mató a Sara? La gente es consciente de que el pasaporte solo conlleva un idioma y un punto de vista. El pasaporte te da una identidad pero no te asegura el viaje de streaming a nivel global.