La nostalgia que siempre recorre el cuerpo una vez concluida la magia de los Juegos Olímpicos, se vio trastocada tras finalizar esta edición. Y es que sumado a lo volátil y efímero que es el transcurrir en estos tiempos veloces y de redes sociales, a la resaca olímpica le tocó convivir con la secuencia que despidió a Lionel Messi del Barcelona y lo depositó en el PSG, en unas pocas horas en las que convivieron lágrimas, millones de euros y marketing publicitario en sus versiones más acabadas. Aquí va entonces, con la cabeza ya fría, pausada y nostálgica, la reivindicación de un recuerdo reciente, hermoso y valioso: el de los oros de tres mujeres sudamericanas que hicieron historia en Tokio 2020, con espectaculares logros deportivos que fueron también cimbronazos a los cimientos machistas y racistas de estas tierras.

Un salto de orgullo

Para empezar con la gloria latinoamericana más alta que se vio en tierras japonesas es necesario hablar de la hazaña de la venezolana Yulimar Rojas, que abrazó en Tokio el único récord mundial que la región batió en unos Juegos que quebraron 20 marcas históricas. La atleta nacida en Caracas marcó un registro histórico de 15,67 metros en la prueba de salto triple, en su sexto y último intento, que destrozó los 15,50 que la ucraniana Inessa Kravetsgo había establecido en 1995, cuando la venezolana ni siquiera había llegado al mundo.

Los números de mejor triplista del mundo no solo son espectaculares a nivel deportivo. También porque su proeza, la más elevada de una edición olímpica especialmente buena para la región, es plataforma significante para lo que la venezolana de 25 años representa. Y es que el poderoso cuerpo de Yulimar Rojas no solo encarna la excelencia atlética, también es el sostén material de una militancia que se condice con el apodo de la bicampeona mundial, a quien se conoce como "La Guerrera".

Y es que Rojas no solo se ha alzado contra el racismo, ese paradigma estructural al que la atleta definió con precisión alguna vez como "lo indescriptible", en referencia a los microgestos detrás de las violencias más evidentes. La joven caraqueña también es reconocida por ser bandera de las luchas que lleva adelante el movimiento LGBT+. Y es ella misma la que ha puesto sobre la mesa su orientación sexual no heteronormativa, aunque no solo para ponerle el cuerpo a una lucha que urge por visibilidad y derechos.

"Mi orientación, mi sexualidad, siempre ha sido importante para mí y para mi carrera -le contó en una entrevista a El País-. Desde que comencé el deporte siempre he tratado de luchar por las ideologías y los derechos de las mujeres y del colectivo LGBT. Es también un salto para que se respeten el amor y la vida, se respeten las ganas de amar y de ser amado, y que se valoren cada día los derechos humanos. Se pueden cumplir en esto también los sueños seas lo que seas o ames a quien ames". Y es que así como quiebra récords mundiales, la sonriente venezolana de casi dos metros resquebraja a puro salto, también, las celdas que naturaliza el patriarcado.

Un sismo al ritmo da favela

Sudamérica vibró a lo grande en Tokio gracias a la generosidad de sus deportistas y hubo otros dos oros que, además de estrujar el corazón, fueron más allá en sus sentidos movilizados. Se trata ni más ni menos que de las preseas doradas conquistadas por la brasileña Rebeca Andrade y por la ecuatoriana Neisi Dajomes, deportistas negras cuyas caricias a la máxima gloria deportiva fueron celebradas a puro grito por las comunidades afrodescendientes que, día a día, siguen viendo sus derechos vulnerados en la región.

Lo de Rebeca Andrade no solo ha sido conmovedor. También ha sido pionero: su plata en el All Around y su oro en salto de potro son las primeras medallas en gimnasia artística conseguidas por una deportista latinoamericana. La paulista de 22 años, hija de una empleada doméstica que la crió sola junto a otros siete niños en el barrio trabajador de Guarulhos, emocionó apenas eligió para su performance de suelo la canción "Baile do favela": una huella del funk popular brasileño, rasgo identitario por excelencia de los barrios más pobres del gigante país sudamericano.

"Este funk retrata una ralidad brasileña porque, a veces, la danza en la favela es un refugio donde divertirse, sonreír, olvidar las penas y los problemas. Es una fiesta", explicó Rhony Ferreira, coreógrafo de la medallista, en diálogo con el portal G1 de su país. Pero no solo eso emocionó de la maravillosa actuación de Andrade. Con el recuerdo siempre vivo de Marielle Franco, que hace tres años murió asesinada y luchando por los derechos de las mujeres negras de las favelas, también conmovió que esa primera presea dorada la llevara una gimnasta afrodescendiente a Brasil, justamente el último país americano (y uno de los últimos del mundo) en haber abolido la esclavitud y uno que da una de las luchas más encarnizadas contra su muy negado racismo estructural.

"La primera medalla olímpica de gimnasia artística es de una negra y eso es muy fuerte. Durante mucho tiempo dijeron que los negros no podían ser gimnastas, no podían competir en algunos deportes. Tiene mucho significado detrás", celebró Daiane Dos Santos, campeona mundial de la disciplina entre 2003 y 2006, en su rol de comentarista de TV Globo. La histórica cantante Elza Soares fue otra de las que levantó su puño por Rebeca: “Es un pecho negro el que porta la primera medalla de la gimnasia olímpica brasileña. Es la favela que ofrece un baile al mundo. Es Rebeca Andrade, una niña negra, de origen humilde, criada por una madre soltera, una guerrera, otra brasileña como tantas de nosotras. Es una muy buena bofetada al racismo".

El peso de la libertad

La última en la secuencia no es menos poderosa; al contrario. Es la ecuatoriana Neisi Dajomes, que se convirtió en la primera mujer de su país en colgarse una medalla olímpica. La halterista, levantadora de pesas de 23 años, levantó un total de 263 kilos (118 en arranque y 145 en envión), para subirse a lo más alto del podio de Tokio en la categoría de 76 kilos. Pero su logro trasciende lo deportivo y hace vibrar estructuras sistémicas que aprisionan cuerpos y subjetividades. ¿Por qué? Porque Neisi Dajomes es afro, es mujer y le entregó a su país el tercer oro de toda su historia.

Un informe de la ONU que no llega a tener dos años recuerda que, si bien los afroecuatorianos constituyen solamente el 7.2% de la población de su país, representan el 40% de quienes viven en condiciones de pobreza. Si a esos datos se les agrega la desigualdad estructural a la que se ven sometidas las mujeres, no hace falta ni siquiera imaginación para comprender el oro de Neisi Dajomes en su poderosa dimensión simbólica: la que remite al pueblo afro, que sobrevive la violencia del racismo enraizado en la región y cuyas luchas cotidianas ven en la halterofilia, con sus sacrificadas maniobras y fuertes resistencias, una metáfora bastante fiel de su realidad.

Quienes tuvieron la dicha de ver en acción a la oriunda de Shell, una pequeña localidad de la provincia ecuatoriana de Pastaza, habrán notado el turbante que lucía los colores de su nación y, a la vez, recogía su cabello. Igual que llevó el suyo a Tokio Tamara Salazar, también levantadora y también ecuatoriana, que se colgó la medalla de plata en la prueba de 87 kilos. Los potentes sentidos culturales del ancestral elemento que saltaba a la vista durante su labor olímpica se resignifican en el presente y toda su historia se dimensionó con la visibilidad que conquistaron al subirse al podio en Japón.

Lo explica la comunicadora ecuatoriana Whitney Rodríguez, en el portal Wambra"El hecho de que hoy, 170 años después de la abolición de la esclavitud en Ecuador, las mujeres negras usen un turbante tiene un significado muy potente de resistencia frente a un sistema que ha sido construido para discriminarlas y violentarlas por el hecho de ser mujeres negras. Muchas veces se han visto obligadas a modificar sus rasgos fenotípicos afro para ser aceptadas en sociedades blancas, que les impiden desarrollarse como sujetos de derecho y conseguir empleos, viviendas y educación dignas".

Neisi Dajomes porta su turbante sabiendo todos esos cruces significantes que trenza junto a su pelo para lucir orgullosa en el podio olímpico. "El turbante tiene que ver con esta raíz, con ser afro, que significa mucho para mí -reflexionó la campeona ecuatoriana, en dialogo con El Comercio, al regresar-. Pero en lo personal, llevar el turbante significa mucho más. Significa la fuerza de niña, la fuerza de mujer y el hacer ver que, aunque hagamos un deporte caracterizado por hombres, nosotras, las mujeres, podemos hacerlo. Y podemos hacerlo de la mejor manera. La Selección que fue a los Juegos Olímpicos fue femenina, no fue ni un solo hombre, y las cuatro hicimos una buena actuación. La fuerza, el carácter y la valentía es lo que da resultados y eso es lo que significa el turbante para mí. Junto con Tamara, hemos roto todos los esquemas que dicen que las mujeres no podemos hacer muchas cosas: quedó demostrado, con estas dos medallas en levantamiento de pesas, que las mujeres somos fuertes y que podemos hacer todo lo que nos propongamos en la vida".