Jugadas ya seis fechas, algo así como el 25 por ciento de su recorrido, Independiente es el puntero invicto de Torneo de la Liga Profesional. Pero ni siquiera esa doble condición revela a un equipo sólido y confiable, con estampa de candidato al título. Recién en las últimas dos jornadas, tras sus triunfos ante Racing en el clásico de Avellaneda y Rosario Central, el sábado en Arroyito, el cuadro de Julio César Falcioni ha llenado algunos casilleros mínimos en cuanto a su nivel de juego. Diez días atrás era uno más entre tantos conjuntos en crisis: había sido eliminado de la Copa Sudamericana y de la Copa Argentina y algunos conocedores de la vida interna de los rojos afirman que la continuidad de Falcioni podría haber tambaleado si no se le ganaba el clásico a Racing.

Es todo un indicio del estado de las cosas en el fútbol argentino que Independiente, que anda con lo puesto y muy poco más, sea el mejor por ahora entre los 26 clubes que disputan el campeonato de Primera División. En realidad, es la consecuencia de una actualidad mediocre y de instituciones empobrecidas por la pandemia y por una economía nacional que los obliga a vender de apuro sin poder reponer lo que se vende. La mayoría de los equipos tiene menos de lo que tenía antes del estallido de la covid 19. Y si un dato hacía falta para patentizar hasta donde ha llegado el deterioro deportivo, no hay más que mirar el desempeño en las Copas continentales: de trece equipos que empezaron jugándolas en marzo, sólo dos, River en la Libertadores y Central en la Sudamericana, han llegado a los cuartos de final. Con el serio riesgo de que ambos queden eliminados al cabo de sus viajes a Brasil de esta semana.

Nada ayuda en el corto plazo a insuflarle optimismo a la situación: los espectáculos seguirán siendo poco atrayentes porque los técnicos continuarán apostando a cerrar y trabar los partidos antes que a jugarlos. Tampoco parece haber futbolistas de jerarquía dispuestos a romper los moldes. Y la economía argentina no entregará en breve signos de recuperación como para confiar en que cada venta al exterior no debilitará más y más a los devaluados planteles.

La escasa fortaleza del peso impide retener los mejores jugadores y, si no queda más remedio que venderlos, también impide reponerlos. No es que el fútbol argentino no pueda competir contra las potencias de Europa o las poderosas ligas de México y Estados Unidos. Eso siempre fue así y ya no sorprende. Lo que si sorprende es que ofertas en dólares que vienen desde Perú, Chile, Ecuador, Paraguay o plazas europeas de tercer orden terminen siendo irresistibles. Nadie quiere quedarse, todos quieren irse. Y los que se fueron, hacen esfuerzos para no volver. En este contexto, se juega al fútbol en la Argentina. 

Deberían estar preocupados los responsables del marketing de la AFA, la Liga Profesional y de los clubes: en los medios tradicionales y en las redes sociales, el campeonato de Primera es cada vez más una conversación marginal. La semana pasada, la impactante llegada de Lionel Messi al PSG relegó a un segundo plano las novedades relacionadas con la actividad local. Se habla y se escribe poco, acaso porque pasan pocas cosas o lo que poco que pasa, no interesa tanto o interesa menos que antes. Lo cierto es que el fútbol argentino atraviesa un momento más de crisis. De otros tantos se ha repuesto a partir de su formidable vitalidad a pesar de todo y de la aparición de grandes jugadores. En este caso, cabría preguntarse si volverá a ser tan así.