Este fenómeno podría continuar hasta diciembre. El problema no solo es el descenso de los niveles de agua, sino también la duración de este escenario, con impactos severos en los ecosistemas. La ocurrencia de más lluvias es una parte de la solución. Se necesitan políticas públicas que permitan la gestión integrada de este sistema fluvial, uno de los más grandes del planeta.

El déficit de precipitaciones en la cuenca alta del río Paraná, que se viene manifestando desde la primavera de 2019, ha provocado la bajante que afecta actualmente al río Paraná y a las poblaciones que viven cerca del mismo.

Este escenario, con alturas que no se registraban desde el año 1969, trajo aparejada una serie de complicaciones, tales como tomas de agua potable que quedan al descubierto, represas que no pueden generar hidroelectricidad suficiente, falta de recarga de reservorios para riego y de acuíferos, dificultades en la navegación y pérdida de capacidad de autodepuración de los ríos, entre otras.

A diferencia de las crecientes, las bajantes son más “silenciosas” y tienen consecuencias más paulatinas. Ambas se caracterizan por su duración. Por eso, desde la hidrología no sólo se estudian los niveles o caudales, sino también la permanencia del fenómeno, que a veces suele provocar más daños que lo anterior.

El 21 de julio, el Paraná midió por debajo del 0 en el puerto de Santa Fe: -0,05 metros. Es la primera vez que una bajante extraordinaria alcanza este valor en el siglo XXI, luego de que ocurriera 11 veces, entre 1909 y 1969, siendo la más pronunciada la de 1944, con -1.03 metros. Según indican los pronósticos para la cuenca, las precipitaciones en los próximos meses serán inferiores a la normal.

El Paraná es un vasto sistema fluvial que se utiliza —entre otros muchos propósitos— como vía navegable y límite físico de las siete provincias ribereñas del noreste argentino. Su cauce principal, que tiene un promedio aproximado de 2000 metros de ancho hasta Rosario, mantiene una vasta red de cauces secundarios que definen un área de islas que ocupa en Argentina una superficie equivalente a más de una vez y media la provincia de Tucumán.

Con la bajante, su paisaje se ha modificado. Numerosos brazos menores cercanos al cauce principal se cerraron para siempre y otros se achicaron ostensiblemente por el desarrollo de bancos de arena devenidos en nuevas islas, al colonizarse con vegetación durante estos dos últimos años de aguas bajas sostenidas.

No obstante, el cauce principal no perdió sus características morfológicas básicas. Mantiene en su lecho un canal natural profundo, de entre 200 y 500 metros de ancho y de 5 a 7 metros de profundidad en casi todo el territorio argentino, que asegura su navegabilidad, dependiendo del porte de las embarcaciones que lo transitan.

En cuanto a los cauces secundarios más alejados, casi el 80% ha dejado de funcionar transitoriamente y al desconectarse entre sí, también lo hicieron las lagunas, reducidas a su mínima extensión con respecto de la que tuvieron en los últimos 50 años. Las aguas han incrementado su tenor salino, denotando una mayor influencia de las aguas subterráneas que descargan en el río. Asimismo, las márgenes colapsan regularmente en derrumbes puntuales y millares de especies adaptadas a este ambiente se encuentran expuestas a condiciones de estrés.

Si bien esta bajante puede considerarse un fenómeno provocado principalmente por causas naturales, no se pueden desconocer las interacciones que los seres humanos mantenemos con el río y que sin dudas influyen en la configuración de este escenario. Al mismo tiempo, si bien las actuales condiciones de la cuenca son muy diferentes a las de 50 años atrás, y las condiciones de la naturaleza, como las precipitaciones, no se pueden manejar, existen instancias de planificación para prever y actuar ante situaciones extremas, sobre las cuales los gestores se pueden basar para adoptar medidas en beneficio de la población y del ambiente, con una mirada integral sobre un sistema hídrico complejo.

*Doctora por la Universidad de La Coruña, España. Ingeniera y magíster en Ingeniería en Recursos Hídricos por la Universidad del Litoral (UNL).

**Licenciado en Ciencias Geológicas por la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). Doctor en Ciencias Naturales por la Universidad de La Plata (UNLP)

Ambos son docentes e investigadores de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas (FICH-UNL).