Manuel Puig tenía 4 años cuando entró por primera vez a una sala de cine para ver La novia de Frankenstein en General Villegas, su pueblo natal. Al chico lo aterró la oscuridad y su padre tuvo que llevarlo hasta la cabina de proyección para que se calmara. Fue en la intimidad de ese espacio minúsculo donde Puig, quizá, se enamoró del ritual cinematográfico que sostendría a lo largo de toda su vida con la madre (Male) o los amigos durante el exilio. En su obra está presente el cine pero también los chismes, los diarios íntimos, las cartas, el folletín, la novela rosa, las noticias policiales o el magazine radial. Ese escritor transgénero y revolucionario que supo desafiar el autoritarismo del narrador omnisciente con la polifonía de voces, protagonizará el ciclo Homenajes organizado por Caras y Caretas y Editorial Octubre que se transmite el jueves 19 a las 19 en el canal de YouTube de Página/12. La presentación estará a cargo de Graciela Goldchluk, Luis Gusmán y Fernando Noy, moderadxs por Silvina Friera. También participarán María Seoane, Carlos Ulanovsky, Renata Schussheim, Dany Mañas, Tununa Mercado y José Amícola.

En su editorial del último número de Caras y Caretas, María Seoane narra un episodio de 1974: una pareja la salva de la prisión y la tortura en el cine Callao, donde los estudiantes que protestaban contra las leyes represivas se ocultan de la guardia de infantería; en la pantalla se proyectaba Boquitas pintadas, dirigida por Leopoldo Torre Nilsson. En diálogo con Página/12, Seoane asegura que con la obra de Puig accedió a un mundo complejo y contestatario más allá de lo político: “Nuestra generación era una generación muy politizada. La obra de Puig, además de ser conmovedora desde el punto de vista estético, era revolucionaria, transgresora, venía a romper el binarismo hipócrita y reprimido de la sociedad argentina”.

La periodista señala que esa era la crítica cultural más profunda que se podía hacer al statu quo en ese momento: “No se trataba sólo de la lucha de clases y los cambios políticos en la arena pública, sino también de aquellos cambios profundos que se procesan en las alcobas, el mundo privado. Lo que pasaba con el cuerpo de la mujer, su participación, la libertad sexual, el no binarismo y la asunción pública de las conductas personales marcan el carácter revolucionario de una época”. Seoane vio la versión teatral de El beso de la mujer araña durante su exilio en Perú y lo evoca como “un hecho revolucionario, mucho más conmovedor que la película porque ahí estaban los cuerpos de los actores en su más profunda intimidad”.

El periodista Carlos Ulanovsky, por su parte, señala dos homenajes merecidos por Puig: “En primer lugar, que su obra esté activa y disponible, que se lo siga leyendo en un contexto de fabulosa ampliación de los derechos de la mujer, de crecimiento de la diversidad. Su literatura sostuvo todas esas banderas que hoy parecen tan comunes; lo hizo con un pensamiento original y sin sumisión. Esa falta de prejuicios provocó la ira de quienes lo amenazaron y lo obligaron a exiliarse. Y otra consideración para nada simbólica: que su pueblo natal vuelva a darle el lugar que, de algún modo, le quitó; sería interesante que su nombre pueda ser pronunciado con libertad y gratitud, sin resentimiento ni sentido de injuria”.

Muchos artistas no son profetas en su tierra y Puig no es la excepción. De General Villegas (rebautizado Coronel Vallejos en sus ficciones) dijo: “Aquel pueblo era como un western para mí, una película en la que había entrado por error y de la que no podía salir”. El poeta Fernando Noy alude a esa vida pueblerina que también experimentó: “Yo vivía en Ingeniero Jacobacci, Puig en Villegas; era nuestro propio Macondo. Estaba esa cosa pajuerana, un poco maricona de estar aburridas en el pueblo, abrir las piernas, y mirar el cielo o ver siete películas todo el tiempo”. Y sobre su encuentro con el autor de La traición de Rita Hayworth, recuerda: “Yo era muy amigo del escritor Juan José Hernández y un día me invitó a su casa. No lo sabía pero esa sería una de las primeras reuniones del Frente de Liberación Homosexual. Ahí estaban Pepe Bianco, Néstor Perlongher, Blas Matamoro y Arturito Álvarez, un ser fabuloso. Él dudaba de que mis pestañas fueran reales, me las tironeaba y alguien dijo: ‘¡Es Theda Bara!’ (actriz de cine mudo). Ese era Manuel Puig”.

Noy recuerda aquel travelling por las peatonales porteñas al salir de la reunión y cuenta: “En el camino, Manuel me acribillaba a preguntas pero se le notaba el miedo por mi presencia de loca, hippie de pelo largo llena de bijouterie. En ese tiempo la policía era bravísima y él me confesó que tenía cierto pánico de enloquecer por la represión terrible que había en nuestro país”. Ese día, Noy acompañó a Puig al restaurant Zum Bier, donde se había citado con Torre Nilsson y Beatriz Guido. “Hoy nos queda su obra inmensa revolucionando lo terrible de un lenguaje establecido. Algunos de sus pares lo miraban con ojos risueños y creo que él de algún modo telepatizaba todo eso”, explica el poeta.

Suele decirse que cuando un escritor muere, nace un archivo. Graciela Goldchluk, docente en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y curadora del archivo Puig, señala: “Cuando yo daba su obra en los ‘80 tenía que explicar que en esas novelas había una potencia política. Hoy, en cambio, debo explicar que no se consideraba política su escritura. Los grandes artistas se adelantan a su época porque dicen cosas que no se pueden decir. Cuando él escribió, primaba el pensamiento binario y tenían que aceptar que se dijera: ‘Mirá qué bueno, aunque es maricón puede escribir’. A Silvina Ocampo le pasaba lo mismo; no podían decir cosas importantes porque eso lo decían los señores”.

Con respecto al archivo, Goldchluk explica que fue posible gracias a las horas de trabajo de la familia Puig –tanto su madre como su hermano Carlos, quien respetó el orden de los papeles encontrados en su escritorio de Cuernavaca–, a la confianza depositada en la UNLP para preservar el material (con valiosísimas marcas de escritura) y a la labor archivística de Mónica Pené. Actualmente ese legado es de acceso público y está disponible para que las nuevas generaciones puedan aportar otras miradas sobre esa producción. Goldchluk concluye: “Hoy se lo entiende mucho más que antes, me doy cuenta con mis alumnes de la universidad. Creo que se trata de un pensamiento no binario que reconoce la fuerza política del deseo”.