Cuarenteneros, vacunadites, distanciamiénticos/as y demáspostergades de esta y otras galaxias: disculpen que les vuelva a relatar un hecho que no por ser personal es necesariamente verídico ni, mucho menos, verificable, lo que no implica que deje deser comunicable (o no, dirían los sofistas, con razón).

Ocurre que desde hace unas dos semanas cuento con mis dos vacunas aplicadas en el mismo brazo izquierdo, y visto y considerando que es probable que mi cuerpo tenga la suficiente cantidad de anticuerpos (¡vaya contradicción!), me pregunté si no era hora de desarrollar alguna Inmunoglobulina F (freudiana) ante tanto disparate viralizado.

Y fue así como llamé a mi analista histórico, llamémoslo “A” –por una cuestión alfabética y porque si Freud ocultaba el nombre de sus pacientes cuando publicaba sus casos, me parece pertinente hacer lo mismo con el de mi analista, por una cuestión de equidad–. Podrán establecer ustedes si se llama Alberto, Adalberto, Alfredo, Alfonso, Luis del Carmen o Anafreudiana.

La realidad es que, al atenderme, antes de que yo atinase a decir "agua va" o bien "hola, estoy profundamente angustiado y no sé por qué será", oí una voz:

–Hola, Rudy –me dijo, para mi sorpresa, su contestador–. Si sos vos, cosa harto probable según las estadísticas de mis mensajes, en este momento no puedo atenderte porque estoy curándole la ansiedad a otro neurótico. No obstante, si estás muy ansioso, vale decir, si tenés la misma ansiedad de siempre pero multiplicada por elcoeficiente pandémico, te ofrezco mi servicio de interpretación on streaming: "Si estás ansioso por causas familiares, marcá uno; si estás ansioso por motivos de género, marcá une; si estás ansioso por temas de pareja, marcá dos –o tres, depende de qué se trate–; si estás ansioso por temas de guita, marcá el número de tu banco y que lo arreglen ellos; y si estás ansioso por temas existenciales, no marques nada. Ni bien le cure la neurosis a este fóbico con el que estoy hablando, te llamo. Ah, si no sos vos, cortá por favor, porque en cualquier momento me llama Rudy, que se pone muy ansioso si el teléfono le da ocupado”.

Como yo no sabía por qué estaba tan ansioso, decidí esperar a que me llamase él. 

Me lo tomé con calma: los primeros 27 minutos no hice ni dije nada. Luego, empecé a contar los minutos; luego, los segundos; luego, los nanosegundos. A los 33,450000009 minutos sonó mi teléfono. Para no parecer un ansioso, esperé a que sonara casi dos veces antes de abalanzarme, mientras pensaba: “Casi 34 minutos para curar una fobia, ya no es el mismo; pero bueno, como canta Milanés: 'el tiempo pasa, nos vamos poniendo ansiosos'”.

–Hola, A –le dije.
–¿Cómo sabías que era yo? –me respondió. No: me preguntó.
–No lo sabía –le dije–. Podría haber sido Larreta ofreciéndome una terraza exclusiva con vista al ABL. Una empresa telefónica ofreciéndome el 40 por ciento de aumento en la tarifa si me voy con ellos, otra ofreciéndome un giga de peluche si me quedo. Una prepaga proponiéndome un plan: si no me enfermo por 25 años, me aumentan solo el 20 por ciento anual. Un abogado ofreciéndome una jubilación en Nigeria. Una chica haciéndose pasar por mi hija para sacarme unos mangos fingiendo un secuestro exprés. Un banco ofreciéndome un crédito para poder pagar una deuda que no tengo y deber mucho más que antes. Una encuestadora preguntándome si me parece bien que en la Residencia de Olivos se haga un pijama party con todos los invitados disfrazados de Batman. Otra que me pregunta por qué dirigente opositor pienso votar en las próximas elecciones. Una vendedora de tiempo compartido ofreciéndome matrimonio una semana por año. Una prima para contarme que hizo ravioles de soja y alpiste. Un libertario explicándome que si se me cae un edificio en la cabeza es por mi culpa, porque justo pasé por ahí. Otro psicoanalista ofreciendo curarme tres síntomas al precio de uno. Une muchache diciéndome que, de acuerdo a la nueva ley de portabilidad, puedo cambiar de género y conservar el número de celular. Patrifaizer diciéndome que si la voto aunque no sea candidata me regala un afiche con un mapuche y un juego de dardos. Un grupo antivacunas proponiéndome que por una módica suma de dinero me devuelven mi viejo ADN. Un CEO ofreciéndome que compre acciones de una nueva religión “desde el pozo”…

Silencio del otro lado de la línea. De pronto vuelve:

–Disculpe, Rudy, mientras usted enumeraba las posibilidades, me hicieron un hisopado que dio negativo, les di de comer a mis tres obsesiones y comencé un vínculo sentimental que se cortó porque se interrumpió el servicio de Internet.

El cambio a “usted” me dio a entender que lo había hinchado un poco, pero decidí seguirle la corriente.

–Bueno, A, ya que está ahí, ¿me puede explicar por qué hay gente que no se vacuna?
–No –dijo él–, podría decirle que se trata de una fobia ancestral a las agujas o cualquier otro objeto peniforme; de la represión del deseo de ser penetrado/a por un líquido que contiene ARN; de la militancia vegetal que rechaza todo producto proveniente de vaca, como las “vacunas”; y muchas otras hipótesis y tesis más, pero ¿usted me creería?
-¿Y a usted qué le parece? –le pregunté, con mi más ancha sonrisa.

Sugerimos al lector acompañar esta columna con el video “Nerón o Perón”, de RS Positivo (Rudy-Sanz), sito en el canal de Youtube de los autores.