Se declara a sí misma como una ficción y, por lo tanto, no es documental, ni crónica sobre la realidad concreta de una institución. Sin embargo, y en la tradición de San Agustín y Santo Tomás, ¿la ficción no tiene forma de verdad? (se dirá, fictio figura veritatis). No es posible diseccionar acá todo lo que podría entenderse bajo los significantes verdad, ficción y realidad.

La serie El Reino obtuvo una inmediata popularidad y para ese fin no necesitó de la acusación con la que la organización ACIERA le salió al cruce. La calidad del trabajo actoral, de la fotografía y del guion se discute en ese peculiar mundo de los críticos y también en las mesas de café (o, peor aún, en las redes sociales). La sumatoria de opiniones de ambos grupos parece guiarse por el título freudiano: análisis terminable e interminable. No agregaré aquí mi grano de arena a ese debate.

Sigamos en clave espiritual y latina. Aunque no creo que vox populi, vox dei, la mentada popularidad ¿no delata algo de la verdad que se figura en la ficción? Desde luego, habremos de considerar que si, efectivamente, hay algún jirón de verdad, aun no sabemos si es porque la serie refleja cierta porción del mundo evangélico o, más bien, de lo que muchos creen sobre él. El siguiente paso, entonces, nos llena de interrogantes. ¿Hay alguna relación consistente entre uno o más rasgos de las prácticas evangélicas y lo que piensan de ellas quienes no participan de las mismas? También sabemos que uno de los riesgos metodológicos cobra su expresión, nuevamente, en una frase que poseemos por nuestro multilingüismo ancestral: pars pro toto.

Aun en el caso de que se quisiera sospechar algún intento de realismo en la serie, lo cierto es que, al menos explícitamente, se refiere a un pastor singular y no a “los” pastores evangélicos. Se trata de Emilio (¿debemos intuir un mensaje encubierto que nos lleve a la obra de Rousseau?) y se cuida de no trasladar las conductas que se le atribuyen a ningún colectivo y, menos aún, a los fieles que participan del culto.

Las películas que exhiben la pedofilia de curas católicos, por tomar un ejemplo, no pretenden abolir ni al Vaticano, ni al Papa, ni a tantos sacerdotes y, mucho menos, las creencias de sus miembros. En todo caso, uno de los infinitos interrogantes es cuánto una institución puede pensarse a sí misma.

El personaje encarnado por el actor Diego Peretti afirma que el diablo está en la “ideología de género” y en quienes apoyan la interrupción voluntaria del embarazo. Los acusadores, miembros de ACIERA, ¿coinciden en pensar que el diablo anida en la ideología de género? ¿O consideran que esa postura del personaje también sería una difamación?

De nuevo, ¿cuánto una institución es capaz de pensarse a sí misma?

Quienes trabajamos como analistas institucionales sabemos que hay una serie de problemas canónicos, y valga el término. Trabajemos con empresas multinacionales, universidades y escuelas, empresas de medicina prepaga, equipos asistenciales de hospitales públicos o fundaciones de diverso tipo, siempre hallamos cuatro núcleos problemáticos: la economía, la justicia, el afecto y el pensamiento. En cada uno de estos rubros, sin duda, podemos encontrar posiciones valiosas, creativas, y también ejercicios abusivos de poder. Si hay una estafa económica, un abuso sexual, una manipulación emocional o del pensamiento nunca es atribuible a “la organización” como un todo abstracto, sino a uno (o más) sujetos singulares, y luego se pondrán de manifiesto (o no) los mecanismos institucionales que encubren, afrontan, facilitan, etc.

El debate, incluso, es epistemológico. ¿Cuáles son las manifestaciones que expresan lo singular, lo particular, lo general y/o lo universal? Y mezclemos, por un instante, las discusiones. ¿Cuánto el problema es lo que alguien dice --en este caso, los guionistas-- y cuánto el modo en que escuchamoslo que otro dice? Si la serie habla de “una” institución particular --que además es ficticia-- ¿por qué ACIERA escucha cual si se hablara de “todas las iglesias evangélicas”?

En su acusación denuncian el presunto “comportamiento fascista” de los guionistas (aunque, sabemos por qué, ellos se centraron en “la” guionista). Sin embargo, si el fascismo resulta de una posible generalización, ¿quién generalizó en este caso? ¿Los guionistas en lo que expresaron o los acusadores en su forma de entender la serie? Y entonces. ¿En qué términos ideológicos o en qué categorías políticas debemos incluir la hipótesis --de ACIERA-- respecto de que el guion fue pensado así a consecuencia de la “militancia feminista” de Claudia Piñeiro? De hecho, en su comunicado la asociación que nuclea a una parte de las iglesias evangélicas también se refiere al “colectivo que la guionista representa”.

No hace mucho tiempo un mediático psicoanalista que funge de periodista pasó, sin solución de continuidad, de cuestionar a un colega a denostar a un supuesto grupo, “los psicoanalistas K”. Y son conocidas las agresiones que puede sufrir un joven morocho “con gorrita” porque, muchos piensan, “son todos delincuentes”.

Pues bien, la generalización --en los términos aquí descriptos-- es lo que nos puede conducir hacia algún tipo de fascismo. Si se quiere, la gravedad ocurre cuando pretendemos generalizar la presencia del diablo.

Es cierto que nos hallamos frente a un enorme problema que no es nuevo ni infrecuente: súbitamente nos vimos estimulados a pensar sobre un universo sobre el cual, debemos reconocerlo, la mayoría carecemos de datos precisos (tal como sucede cuando, por ejemplo, hablamos de causas judiciales). Y así como desconocemos qué retazos de la película se desarrollan en alguna iglesia particular, también ignoramos qué relaciones de conflicto y representatividad se dan entre ACIERA y las iglesias evangélicas.

Tal vez sea un prejuicio mío, debo reconocerlo, pero leer en el planteo de la asociación que el arte debería caracterizarse por la “pureza intelectual” me produjo algo más que extrañeza, digamos, inquietud. ¿Qué es la pureza? ¿Quién o quiénes serían los puros? Este atributo no solo tiende a una generalización, habría puros e impuros, sino que instituye entre los grupos una supuesta brecha irreductible, irreconciliable. Y es esta brecha, precisamente, la que se desdibuja en el guion cuestionado o, mejor aún, la serie pone de manifiesto que no hay puros e impuros (hasta el inocente ayudante de la fiscal realiza maniobras al margen de los procedimientos legales). En todo caso, hay sujetos que cometen delitos y otros que no los cometen, pero nada hay de una pureza reinante en algunos y de la que otros carecen.

Pero, entonces, ¿de qué se trata exaltar la pureza, como intenta ACIERA? ¿Cuál es el Ubi sunt de ACIERA? Así era, ¿así cómo? ¿cuándo? Acaso evocamos ese modo particular de pensar el diablo que Umberto Eco pone en boca de su personaje, Guillermo de Baskerville, en la novela El nombre de la rosa: “Tal vez la única prueba verdadera de la presencia del diablo fuese la intensidad con que en aquel momento deseaban todos descubrir su presencia”.

Aquí nos reencontramos con el principio de isomorfismo que revela el modo en que ciertos voceros pretenden configurar la realidad, por medio de generalizaciones estigmatizantes y excluyentes. En efecto, ¿qué diferencias habría entre el evangelista que ve al diablo en el colectivo feminista, el/la ciudadano/a que afirma “son todos chorros”, el periodista que no cesa de hablar de “la corrupción K” y el psicoanalista que niega hablar de política pero que en todo acto de gobierno (peronista) detecta “perversión”? Ninguna diferencia o, en todo caso, muy pocas.

Y para concluir. Entre las acusaciones que formula ACIERA figura que la serie busca “crear en el imaginario popular una percepción”. No sé bien por qué, pero de inmediato asocié esta frase con un fragmento de la serie Dr. House: una monja lo consulta por la salud de otra monja, y le advierte que esta última tiende a imaginar enfermedades, “cree cosas que no son”. El irónico doctor le responde: “¿Eso no es obligatorio en su profesión?”

Sebastián Plut es doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Miembro Fundador del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).