Hace unos años el filósofo argentino Enrique Dussel, radicado hace muchos años en México, reclamaba vehementemente que no se podía abordar con categorías desarrolladas en el siglo XX los nuevos escenarios y obstáculos político-económicos y de poder que se presentaban en el siglo XXI y que era necesario el desarrollo de nuevos enfoques, nuevas categorías si se pretendía alcanzar un proceso de cambio. Esto se daba en pleno auge del neoliberalismo en Latinoamérica. Recientemente se sucedieron en Bolivia, Chile y Perú acontecimientos significativos de cambio e importantes rebeliones populares en Colombia. Desde México llegan señales fuertes cuestionando el orden económico y político que sostiene al neoliberalismo. Y en Brasil, en un clima enrarecido, se desmorona la popularidad de Bolsonaro y crece la figura política de Lula hacia el 2022. Sin que esto llame a un entusiasmo desmedido habla de un panorama distinto al que se venía dando. En ese marco emergen, con las rebeliones de los jóvenes, los movimientos de mujeres y el desarrollo de movimientos populares, cosmovisiones nuevas, modos nuevos de hacer política en el marco del desarrollo de un sentido común diferente fruto de una batalla cultural compleja y despareja que se está librando. En el centro se lleva a cabo un replanteo de los discursos y apelaciones que intentan generar nuevas hegemonías acercando sectores diversos antes confrontados.

Durante la asunción de Arce en Bolivia, el vicepresidente Choquehuanca hizo un discurso medular en el que se dedicó exclusivamente a recorrer el concepto del “vivir bien” como fundamento y horizonte de todas las políticas futuras del gobierno. Explicitaba en él como esto –“vivir bien”- tenía que ver con el diálogo, la obligación de comunicarnos, reconocernos en el todo, la conexión entre el bien individual y el bien colectivo, el ser rebelde con sabiduría, con la muerte del egocentrismo, con la libertad (“yambay”, la gente que no tiene dueño), el cuidado del ambiente, de la naturaleza, la unidad entre lo que supuestamente es opuesto, etc. Un fundamento filosófico-político omnicomprensivo del próximo gobierno. Luis Arce, el presidente, seguidamente, pronuncia un discurso de carácter político, contra el golpe, haciendo referencia a los principios que regirán sus acciones futuras, colocando en el centro ese concepto como eje de las acciones futuras del gobierno: “…enfocándonos en un solo objetivo: el vivir bien de todas y todos los bolivianos”.

Se utilizó también en la última campaña electoral ecuatoriana, con menos suerte debido, según una autocrítica manifiesta, a errores políticos y de comunicación cometidos, y en Chile la presidenta (mapuche) de la Convención Constituyente recientemente electa Elisa Loncón invocó el contenido pormenorizadamente del buen vivir a la manera boliviana -sin mencionar, es cierto, explícitamente la expresión, como objetivos y modalidades centrales en el trabajo que tenían que encarar, mientras que en el juramento realizado hace sólo unas semanas el nuevo ministro de economía del Perú, Pedro Francke Ballvé, juramentó en su agregado personal además del formal de jurar por Dios y los Santos Evangelios, “por un avance sostenido hacia el buen vivir, con igualdad de oportunidades sin distinción de género, identidad sexual, por la democracia y la concertación nacional...”

En el ámbito del reciente proceso electoral lanzado localmente el Frente de Todos propone una relación con el sentido común y la realidad política que se ubica a tiro del “buen vivir”. “La vida que queremos”, frase que firma la campaña, permite desarrollar una conexión compleja, diversa, con distintos segmentos sociales, intentando apelar a un sector tradicionalmente fluctuante que ronda entre el 15 y el 20% del electorado y que termina definiendo el resultado de una elección. En primer lugar, “La vida que queremos” permite potencialmente pensar de forma abierta para amplios sectores de la población “la vida” en su complejidad, no solo un proyecto político-económico que puede sonar sin mayor conexión con la vida cotidiana. Vida que se puede vislumbrar a partir de la vacunación masiva y la salida cercana de la pandemia. “Vamos a salir” es el mensaje polisémico que promete superar el presente crítico y a renglón seguido abrir a un futuro esperanzado en toda la recuperación de abrazos, encuentros, vuelta al trabajo, vuelta a la producción, vuelta a la práctica de deportes, salidas culturales, etc..

En realidad, el cuidado de la vida se presentó desde el comienzo por parte del gobierno como una prioridad en tiempos de pandemia. Hoy se plantea esa relación con la vida no como conservación de la salud sino, además, como disfrute y desarrollo en toda la variedad de deseos. “Volver a ser felices”, afirma la campaña. Esta propuesta se articularía a la épica que se planteó desde el comienzo del gobierno en el 2019, “Reconstrucción Argentina”, reconstruir todo lo que el neoliberalismo había destruido. ¿Se trata sólo de levantar “el muerto” que dejaron?

En realidad, “La vida que queremos” abre un espacio para marcar un desarrollo estratégico más complejo que busca, como dijimos, atraer a ese 15/20% fluctuante. Axel Kicillof en el lanzamiento de la campaña del FdT afirmó, sin ahorrarse palabras recordando el desastre que dejó el macrismo –cosa que no deja de subrayar en cada intervención suya como una necesario ejercicio de memoria que hay que ejercitar- que más que “reconstrucción”, indicó, habría que hablar de “renacimiento”. Es decir, la invitación a pensar en algo nuevo sin dejar de hacer memoria. Lo volvió a señalar en un programa de TV una par de días después para no dejar dudas de que se trataba de algo pensado sobre lo que habría que reflexionar. ¿De que se trata ese subrayado? De poner el acento sobre dos cosas: por un lado, una mirada hacia delante sin dejar de mirar hacia atrás; por otro lado, la necesidad, porque de eso trata la reconstrucción planteada ahora, de imaginar la construcción para un mundo que es muy distinto al pasado, por ejemplo, con jóvenes “centennials” que tienen demandas distintas en el marco complejo de desafíos novedosos y cambios acelerados de todo tipo que se producen, en el marco de la vida como un todo. Máximo Kirchner (citado por Nicolás Fiorentino en la revista Anfibia: “El arquitecto zen”) lo expresaba a su manera: “No vamos a reconstruir lo que fue, vamos a construir lo que viene”.

Paradojalmente, las fuerzas mayoritarias polarizadas, el “FdT” y “Juntos”, están hoy sorprendidas en el intento de “enamorar” a los electores por un nuevo fenómeno que no estaba en el programa de interpelación: los “libertarios”. Este fenómeno resulta difícil de dimensionar todavía, de asimilar, incluso a veces difícil de comprender. Es amenazante para el sistema democrático en general y amenazante en lo electoral, especialmente para los sectores de derecha. Aunque no solo a ellos, puesto que ha logrado captar a sectores jóvenes, preponderantemente, que antes hubieran sido considerados parte de ese sector flotante captable. A través de un llamado a la “libertad” individual, al odio extremo al Estado en tanto representante de un orden restrictivo, y a la política como fuente supuesta de toda corrupción, han sido captados en un sentido común revulsivo anclado en el odio, que se origina en un caldo revuelto que contiene miedo, frustración desarrollado en un eco-sistema violento que termina expresándose en violencia pura, discriminación y anti-política. “La rebeldía se volvió de derecha” (Stefanoni), pero cargada de un sentido siniestro.

El concepto del “buen vivir” se está convirtiendo en un articulador político-cultural latinoamericano que logra contemplar las demandas de distintos sectores de las poblaciones, para integrar sociedades fuertemente disgregadas por el neoliberalismo. Se necesitan propuestas para la reconstrucción en la que, además de lo planteado más arriba sobre el trabajo y la producción, sean posibles las diversidades y otras subjetividades y se abra un espacio para el cuidado ecológico y las posiciones feministas que ya lograron un gran espacio social (días atrás en Infobae se quiso dar pié a la ridiculización desde una perspectiva recortada y miope a Leandro Santoro por refrendar esta posición). La hiperactividad acelerada, los diversos planes de contención y desarrollo, el esfuerzo que se está desplegando como propuesta de renacimiento, se propone esta estrategia en un contexto de preocupación y cuidado por el otro, para levantar no solo ese muerto que dejó el macrismo sino que pretende hacerlo en un marco que evidentemente quiere ir aún más allá. Un accionar en la que interviene la política como batalla cultural y conquista de un sentido común distinto sin olvidarse que se está frente a un enemigo tremendamente poderoso, organizado y activo que además es consciente que hoy gran parte del futuro se juega en el ámbito de la batalla cultural, aunque no muestra en esta campaña electoral ninguna propuesta concreta creíble que les permita despegarse de la destrucción que dejaron. 

* Licenciado en Sociología de la Universidad de Buenos Aires y Master en Comunicación de la Hebrew University of Jerusalem.