Ahí está mi padre, parado frente al mostrador. Le dice algo a la moza que no alcanzo a escuchar, y gesticula con la mano derecha. Ahora la moza se va para adentro y mi padre apoya el brazo izquierdo sobre un mueble y ese gesto me da confianza. Recién cuando veo su brazo apoyado me tranquilizo y me digo que mi padre sabe lo que está haciendo. Es como una clave que él inventó para que yo vea que está saliendo todo bien. En tantos años que llevamos haciendo esto nunca nos salió mal. Ahora mi padre habla con un hombre que parece tener otro puesto de mayor jerarquía. Tiene una camisa con su nombre bordado. Mi padre le explica de nuevo la situación y ahora alcanzo a escuchar algo de lo que dice, porque ha elevado el tono de su voz. Siempre es así. Al principio, la charla es amable, como si el incidente pudiera ser perdonado. Pero después, cuando mi padre pide hablar con alguien que resuelva la situación su tono se eleva, para que el resto de la gente empiece a escuchar. Es ahí donde radica el acierto del plan. Queremos generar incomodidad, que el dueño del negocio termine dándonos la razón para evitarse mala propaganda y entonces podamos terminar de comer e irnos. A veces, hasta nos han invitado el postre.

Ahora mi padre golpea el mostrador con el puño derecho y de las primeras mesas se empiezan a dar vuelta y siguen la conversación con la mirada. Una mujer mayor se tapa la boca con la palma de la mano derecha y lo sujeta al hombre que tiene al lado. Se acerca y le dice algo al oído. Ahora revisa el plato que tiene servido. Levanta los fideos con el tenedor y los coloca justo enfrente de su mirada, como si quisiera hacer una inspección de bromatología. Lentamente, gira el tenedor sobre su eje y los fideos quedan colgando, ingrávidos. Cierta mueca de asco se dibuja en su rostro, aviejado y gris. El hombre que está al lado niega con la cabeza, sin dejar de comer y mira el televisor que tiene colgado por encima de su cabeza.

Yo sigo comiendo. Todavía quedan varias porciones de pizza y me queda mucha gaseosa en la botella. Estoy sentado en la última mesa, al lado del baño. Desde acá puedo mirar a todas las personas y me doy cuenta que mi padre es bueno. Cada vez que salimos a comer él me dice que no me preocupe, que no le estamos haciendo mal a nadie. Que ninguno de los dueños de estos negocios está perdiendo plata por lo que hacemos y que algún día, cuando yo sea más grande, él me va a contar algunos secretos sobre cómo engañar a las personas.