Las películas en episodios rara vez gustan a los críticos y siempre hay alguno que las desestima con el término “desparejas”, que a esta altura es un lugar común. Como si se preparase para actuar de jurado en un festival de cine, el crítico se enfrenta con la película en episodios dispuesto a elegir el mejor en lugar de atender a la totalidad. En este caso fue nada menos que François Truffaut quien ideó el proyecto a pedido del productor Pierre Roustang y seleccionó a dos de sus directores, Renzo Rossellini y Marcel Ophüls, a cuyos padres veneraba. Los otros dos (Andrzej Wajda, Shintaro Ishihara) fueron elegidos por Roustang. El tema del amor juvenil importaba a Truffaut porque ansiaba volver sobre el personaje de Antoine Doinel, protagonista de su ópera prima Los 400 golpes (1959), y trabajar de nuevo con el actor Jean-Pierre Léaud antes de que se hiciera adulto.

Antoine y Colette fue la segunda entrega de una saga que se prolongó en otras tres películas. Hay un nexo directo con Los 400 golpes por vía de un fragmento que aparece a manera de flashback y también porque reaparece el personaje de René (Patrick Auffray), único amigo del protagonista. Lo que describe el film es una historia de amor no correspondido, en la que el joven Doinel, que ahora es un adolescente independiente y formal, queda cautivado por la belleza esquiva de una muchacha. Como mucha gente a su edad, Antoine nunca sabrá si su fracaso se debe a que ha hecho demasiado o a que ha hecho demasiado poco.

Truffaut logró que, pasado el período de explotación inicial, el productor Roustang le devolviera los derechos de Antoine y Colette, por lo que es el único episodio del film que sigue siendo accesible hoy en día. Los otros episodios quedaron suspendidos en el limbo legal de la distribución que suele ensañarse con las coproducciones internacionales. Lo cierto es que El amor a los veinte años, en su versión integral, no ha vuelto a verse salvo en algunas exhibiciones ocasionales programadas por cinematecas que tuvieron la prudencia de conservar una copia original de 1962.

El episodio de Renzo Rossellini es un pequeño melodrama, género nacional italiano, jugado entre tres personajes: una muchacha y un muchacho se enamoran a pesar de la bella señora que mantiene al joven. En sólo dos secuencias unidas por una escena breve, Rossellini describe un mundo que colapsa (el de la señora, notablemente interpretada por Eleonora Rossi Drago) y para hacerlo mejor saca al muchacho de escena y se concentra en el enfrentamiento entre las dos mujeres.

El episodio de Shintaro Ishihara es de una densidad que contrasta con todos los otros. Su protagonista es un joven obrero que resulta ser un asesino en serie. Ishihara revela gradualmente las características de su personaje y transmite sus obsesiones al espectador mediante la estilización casi expresionista de la imagen y el desarrollo de un relato en tiempos indefinidos, con elipsis imprecisas, hasta concentrar la acción principal en una noche de horror. El realizador utiliza el formato de pantalla ancha mucho mejor que todos sus colegas y por única vez en todo el film lo hace sentir imprescindible.

El episodio de Marcel Ophüls es sobre un fotógrafo y una chica que deben enfrentar un embarazo después de una relación ocasional. El realizador utiliza imágenes fijas y brevísimos flashbacks para completar la información necesaria sobre el pasado de la pareja, caracteriza luego los muy distintos universos a los que pertenecen ambos jóvenes y después elabora el vínculo entre ellos con un tono que evita la gravedad sin dejar de reconocer la complejidad de la situación. Junto al de Truffaut, es el episodio más auténticamente romántico y termina de un modo que es a la vez realista y promisorio.

El episodio de Wajda empieza con el desencuentro de una joven pareja. Ante una situación de crisis el muchacho no hace lo que ella espera y por lo tanto es sumariamente reemplazado por otro, un señor mayor que en la emergencia se ha comportado heroicamente. El señor en cuestión es interpretado por Zbigniew Cybulski, protagonista de Cenizas y diamantes (1958) y este pequeño film puede pensarse como la forma que Wajda encontró para deshacerse de los héroes trágicos que habían marcado una y otra vez sus películas bélicas de la década previa. Todas esas obras tratan sobre los conflictos de una generación que no había conocido más que el combate, pero esta vez Wajda confronta a uno de ellos con una nueva generación que no ha conocido más que la paz. El personaje de Cybulski tendrá que arreglarse solo con sus fantasmas, porque es evidente que los jóvenes tienen otras preocupaciones y les importa poco el heroísmo del pasado.

Más allá del tema propuesto y de la espléndida música de Georges Delerue, lo que une a los distintos episodios es también lo que los separa: cada uno toca ciertas fibras de la idiosincrasia de su respectivo país, sin inventar ni perpetuar arquetipos. En ese momento particular de la historia del cine, la idea de Truffaut fue correcta: el film representó perfectamente a cinco de las cinematografías más dinámicas del período, como podía verificarlo el espectador argentino de entonces recorriendo la calle Lavalle. Una revisión contemporánea demuestra más bien que los distintos episodios de este compendio multicultural y diverso se enriquecen entre sí en lugar de opacarse.

También fue diverso el destino de los diferentes realizadores. Wajda y Truffaut continuaron sus ya afirmadas carreras en el cine hasta sus respectivas muertes. Con el tiempo Marcel Ophüls también logró una filmografía personal y se especializó en el terreno del documental, donde produjo al menos dos obras maestras: Le changrin et la pitie (1969), monumental investigación sobre el colaboracionismo francés durante la segunda guerra mundial, y Hotel Terminus (1988), sobre Klaus Barbie. Renzo Rossellini abandonó la dirección para dedicarse a la producción y su nombre aparece en los créditos de Historia do Brasil de Glauber Rocha, La ciudad de las mujeres de Fellini, Fanny & Alexander de Bergman y Nostalghia de Tarkovski, entre otros muchos títulos ilustres. Shintaro Ishihara había realizado un único film antes de El amor a los veinte años y nunca volvió a hacer otro, pero ya tenía una reputación como escritor, retratando en particular a la generación formada después de la guerra mundial. Siguió escribiendo, hizo teatro, se interesó en el nacionalismo, influyó sobre Yukio Mishima y finalmente se dedicó a la política con éxito. En 1999 ganó la gobernación de Tokio y fue reelegido tres veces hasta que renunció en 2012.

Portada del libro Cine maldito, de Fernando Martín Peña

Este artículo forma parte del flamante libro Cine maldito (La Tercera editora), en el que Fernando Martín Peña reúne artículos publicados previamente en la revista Film, el suplemento cultural del diario uruguayo El País y Radar, junto con otros escritos especialmente para la ocasión, completando una particular antología que incluye películas molestas, prohibidas, sin distribución, inhallables o a la vista de todos pero que nadie los mira, entre muchas de las opciones de una suerte de revisión del malditismo cinematográfico según Peña.