Sin preámbulos: el momento actual del mundo es ciertamente dramático. Y Argentina se encuentra en una encrucijada en la cual las decisiones que se tomen hoy impactarán de manera crucial en el modelo de desarrollo venidero. Pero, ¿con qué herramientas contamos les ciudadanes para resolver cuestiones claves que comprometen el futuro de nuestro país? La dimensión comunicacional-cultural se revela crítica: se necesita información, pero también intercambio de opiniones diversas y razonadas que provean insumos para tomar (buenas) decisiones.

Lamentablemente, asistimos a una combinación entre un creciente empobrecimiento de la información junto con un desapego por la construcción razonada de argumentos, en un escenario de creciente y continua concentración de empresas de comunicación en pocas manos. ¿De qué modo podemos decidir cuando la información es procesada por unas empresas de medios orientadas por intereses de mercado y/o político-partidarios? ¿Y cómo se tramita esa información sesgada? Poblaciones originarias, pobres estructurales, personas con derechos negados, e incluso habitantes de regiones con recursos naturales, son expulsados de las discursividades mediáticas. Mientras tanto, los medios “nacionales” insisten en representar a un país “blanco” desde unas pocas cuarenta cuadras situadas en el centro porteño.

El cuarenta cuadras centrismo de los medios parecería estar detonando la misma idea de nación.

Entre tanto jugamos a analizar el decoro o no de la palabra garchar. Y se le escatima a la ciudadanía información relevante para la toma de decisiones, es decir, aquella que impacta en temas directamente relacionados con el desarrollo y el bienestar ciudadano: la relación del extractivismo con el medio ambiente; la instalación de centrales nucleares o sitios de minería a cielo abierto; la inserción en la vida económica y social de los menos favorecidos; la instrumentalización del aborto legal, seguro y gratuito; la intervención de organismos financieros en economías locales; el rol de los aparatos represivos en la sociedad, entre otros muchos temas sobre los que la ciudadanía cada vez cuenta con menos información, o esta es más opaca.

Sumado a la profusión de oligopolios mediáticos, se observa una tendencia imparable hacia la convergencia digital de las telecomunicaciones sobre la que los empresarios están apostando amparados por la ambigüedad y debilidad de los marcos regulatorios estatales. Claro que la expansión exponencial de las tecnologías no garantiza, por sí sola, que las posiciones enunciativas se vean alteradas. Porque, a pesar de que su uso por parte los ciudadanos de a pie pueda atenuar un poco las relaciones de poder, la utilización de las redes sociales por grupos asociados a partidos políticos, periodistas y empresas de medios, produce una sinergia entre estos últimos y el poder que no hace más que reclasificar las relaciones entre la comunicación y la ciudadanía.

Todo ello aumenta la desigualdad distributiva de la información socialmente relevante y necesaria para intervenir en deliberaciones públicas. Y como el deterioro de los términos del intercambio es no solo económico sino también cultural e informacional, la pregunta sigue dramáticamente en pie: ¿cómo se informa la ciudadanía sobre lo que pasa en el país y en el mundo? ¿Cómo se distribuye y se jerarquiza la información socialmente necesaria para los procesos de decisión económica y política?

Es verdad que, a tono con una concepción humana de la comunicación, la ciudadanía no se constituye solo a partir de lo que dicen los medios, sean estos masivos o reticulares; que las agendas “macro” se disputan también en la calle, en las manifestaciones, en las instituciones, en la vida cotidiana y en las propias acciones del Estado y su comunicación. Sin embargo, mientras la puesta en circulación y el procesamiento de los sentidos sociales esté dinamizada por una sinergia entre las innovaciones tecnológicas, el quasi monopolio de las empresas de medios y la (creciente) pobreza informativa, esta dinámica seguirá tensionando los dispositivos de la democracia. La calidad y veracidad de la información de la que dispone la ciudadanía se torna de este modo trascendental.

Los medios de comunicación proporcionan recursos para formular juicios en el mundo cotidiano de los sujetos poniendo en circulación tópicos y narrativas, discursos, textos e imágenes de las experiencias ciudadanas. Alimentan, en fin, el diálogo que necesariamente se requiere para la comunicación pública, que debería ser de ida y vuelta, y que redunda, críticamente, en la toma de decisiones.

* IDAES-UNSAM / FSOC-UBA