Los viernes Glenda Rojas llega agotada a su casa, es el día de herrería en La Ñeri. Prefiere viajar en colectivo porque el tren explota en hora pico, vagones en los que nunca existió la distancia recomendada en épocas de altos índices de contagio por Covid-19, cuando eran muchxs lxs que no tenían otra opción que salir a buscar el mango.

Glenda viaja de Ituzaingó a Haedo donde está ubicado el taller de La Ñeri, más precisamente en el El Transformador un espacio comunitario donde suceden diversas actividades. Funciona como centro de día donde muchxs chicxs en situación de calle reciben un plato de comida y además participan de los talleres que se dictan dirigidos a vecinxs del barrio y organizaciones sociales. También se organizan encuentros culturales para apoyar a artistas locales. En una habitación incendiada y sin techo levantaron una Biblioteca Popular.

Desde el 2003 al calor de las ollas populares la casona de Haedo que había sido expropiada y se encontraba abandonada les fue cedida a un grupo de vecinxs, hoy se conformaron como una organización civil y se encuentran atravesando un juicio por desalojo. Pelean por la expropiación definitiva después de casi veinte años de trabajo comunitario declarado de Interés Municipal y Legislativo. Luchan por conservar un espacio de contención donde las infancias y adolescencias juegan y aprenden, además se desarrollan proyectos cooperativos como La Ñeri y más de 40 iniciativas productivas de la economía popular y solidaria.

Una cooperativa de trabajo para las mujeres, lesbianas y trans del Barrio Obrero

“En el espacio de niñez del Transformador veíamos que había muchos pibes y pibas con familias que estaban en situaciones complejas, por eso surgió la idea de armar una cooperativa de trabajo para las mujeres del Barrio Obrero, ubicado en la estación kilómetro 34 en Lomas de Zamora donde hay otro centro comunitario además de la casa central que está en Haedo. Si bien no estamos formadas legalmente como una cooperativa, trabajamos bajo esa modalidad. Unas compañeras realizaron una formación de herrería que duró dos meses y ahí se armó la cooperativa”, cuenta Glenda y agrega: “Al principio en la cooperativa había varones cis, ahora está integrada por mujeres y disidencias. Empezamos a ver de otra manera las cosas, a nombrarlos como cooperativa feminista y también a acompañarnos en el proceso de formación de este oficio y en nuestras historias de vida.”

Otras formas de autocuidados

La Ñeri funciona desde el 2017, Glenda ingresó hace tres años, la integran mujeres de distintas generaciones, algunas con nietxs y otras con hijxs que necesitaban compartir la crianza para poder desempeñarse como herreras. Por ese motivo se organizaron: “pensamos otras formas de cuidado e incorporamos al grupo de trabajo a una compañera que se encarga del cuidado de les niñes para que las mujeres puedan trabajar en la herrería. Nos parecía importante pensar el trabajo del cuidado dentro de la cooperativa, como un trabajo más, porque como ya sabemos que los cuidados siempre quedan a cargo de alguna otra mujer de la familia”, explica Glenda.

De a poco están incorporando el diseño en herrería, mientras continúan formándose en el oficio. Son seis y se dividen las tareas según en lo que cada una es mejor, calcular presupuestos, soldar, pintar, cortar, coordinar publicaciones en redes sociales. “Si a alguna no le hace sale algo vamos acompañándonos en este oficio que estaba bastante lejano a nuestro universo en el que nos permitieron desarrollarnos”, dice Glenda.

Se acompañan y también se enfrentan a las miradas atónitas de varones que parecen desorientados al ver a una mujer armando una reja, rompen con los prejuicios de un oficio masculinizado. Cuentan que muchas veces las subestiman. “Hay compañeras que han ido a formaciones que dan ferreterías industriales y las miran como diciendo ‘¿qué hacen acá?’ y después se sorprenden cuando notan que ya saben el oficio. Lo mismo cuando trabajábamos en la parte de atrás de la casa, la gente se quedaba mirando desde el alambrado o cuando vamos a comprar el ferretero nos habla con todas las propiedades para hacernos sentir incómodas, para hacernos sentir que no sabemos”, cuenta Glenda.

Carmen Parisi es otra de las mujeres que integra La Ñeri, cuenta que el primer trabajo que hicieron fue una cancha para los chicos del barrio de Lomas de Zamora. Vive en el Kilómetro 34 cerca del centro comunitario. Todos los viernes a las 7:15 de la mañana toma el Tren Roca Ramal Temperley-Haedo. Se nombra feminista con orgullo y habla de todas las marchas a favor del aborto a las que asistió.

La pensión que cobra a Carmen no le alcanza para llegar a fin de mes, es una de las fundadoras de la cooperativa, realizó el curso de formación en herrería y nació La Ñeri. Maceteros, rejas, parrillas, bicicleteros, trabajos a medida y arreglos en general, son algunas de todas las tareas que realizan. Hoy con sus 63 años, Carmen pone toda su energía en la herrería donde encontró una salida laboral: “Hay gente que se queda asombrada y no puede creer cuando ve a una mujer grande trabajando en una herrería, yo les digo que tengo que trabajar porque lo necesito realmente. Tengo un hijo discapacitado, todos los meses tengo que comprarle cinco o seis bolsas de pañales y cada bolsa sale 800 pesos, la plata nunca me alcanza. Mi marido hacía trabajos de mantenimiento en un club en Flores, pero lo perdió porque entró en depresión cuando falleció su mamá, su papá y uno de nuestros hijos.”

Glenda desde chica se interesó por los oficios que bajo las lógicas de una sociedad patriarcal estaban destinados a varones, hoy a sus 33 años puede ponerlos en práctica apostando al trabajo comunitario y autogestivo: “La Ñeri me dio la oportunidad de desarrollar un deseo que tenía adentro, siempre estaba en el galponcito de mi casa cortando madera o haciendo alguna cosa por el estilo y lo más lindo es que me permitió hacerlo con otras.” Los viernes se levanta motivada y sale al encuentro con sus compañeras a las seis de la mañana: “trabajamos, nos contamos cómo estuvo nuestra semana, si alguna está con algún conflicto personal tratamos de acompañarlos entre todas y cada día aprendemos un poco más de este oficio que no existía para nosotras o que era impensado.” La Ñeri es ejemplo de que otras formas de producción son posibles, sin patrones, desde la autogestión, la horizontalidad y la organización colectiva.