En un pequeño planeta ovalado de seis irregulares lunas, ubicado en una galaxia espiral a unos dos millones de años luz de la tierra, el que su superficie habitable no supera a la de Costa Rica, un ser de allí pudo descifrar un alfabeto desconocido. Descubrió que cada fase lunar de cada una de las seis pequeñas y rocosas lunas representaba un carácter de un sistema de signos que fue decodificando poco a poco. Estos caracteres –siguiendo siempre un mismo orden entre lunas- formaban cada noche una palabra. Estas palabras, a medida que transcurrían los distintos ciclos lunares, formaban un texto en un lenguaje interpretable. La traducción final naturaleza-texto la plasmó en un libro el cual contó de dos páginas con un simple mensaje. Sábato decía que un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras. El mensaje expresaba el concepto de que hay solamente dos cosas importantes en la existencia: las almas y la calidad de las mismas en función del amor. La segunda página, mencionaba en modo reduccionista que tan relevantes son todas las demás cosas en relación de cuán necesarias son para dichas almas. Bukowski -quien afirmaba que no tenía tiempo para cosas sin alma- seguramente hubiese arrancado esta última página. Una vez finalizado el libro, esperó para editarlo diecinueve años ya que allí se daría un atípico eclipse múltiple entre las seis lunas, donde según sus cálculos durante las diferentes interposiciones lunares descifraría los caracteres del nombre del autor del mensaje. Al comenzar el eclipse, dos de las lunas se interfirieron sus fuerzas gravitatorias y se interceptaron, saliéndose de sus órbitas y perdiéndose ambas en el infinito. El ruido de aquel impacto le sonó a un punto final, por lo que decidió publicar el libro sin firma de autor, y figurando su nombre solo como traductor del mismo. Ya anciano, finalmente pudo ver aquel eclipse de las seis lunas una noche durante un sueño, al despertar decodificó el nombre del autor y sonrió. Segundos después advirtió que acababa de percibir el mensaje más interesante, y no era el de haber hallado aquel ansiado nombre, sino el de comprender que las más grandes revelaciones no suelen darse buscando en las afueras, sino dentro de las misteriosas constelaciones interiores de uno mismo. Jung decía que quien mira afuera sueña, quien mira dentro despierta. Aquel día, mientras el atardecer estiraba las sombras, el traductor murió.