“La mujer, en su característica de madre, tiene la sagrada misión de forjar la esencia de la Nación. En su regazo reposan cabecitas de niños, cuyos puros pensamientos son acunados por ángeles celestiales.” La cita pertenece a María Estela Martínez de Perón y con ella se abre La vida dormida, documental en el que la realizadora Natalia Labaké, graduada en la carrera de Imagen y Sonido de la UBA, arma un retrato de su familia. El líder del clan es Juan Labaké, político peronista de larga trayectoria, exapoderado de “Isa” (así la llaman él y su esposa en la intimidad), exdiputado de la Nación en el período 1973/1976, excompañero de fórmula de Carlos Menem y más recientemente fundador de la Asociación de Abogados por la No Discriminación de los Católicos.

“Labaké a la cabeza y las mujeres detrás”, podría ser la consigna familiar, a juzgar por el documental de montaje de la nieta. La vida dormida está atravesada por dos ejes temáticos, que corren en paralelo pero se tocan de este lado del infinito. Por un lado, Juan Labaké como emblema de político peronista “de toda la vida”, de esos que caen siempre bien parados. Por otro, las mujeres de la familia, que desde hace por lo menos tres generaciones han llevado la vida dormida de la que habla el título. Tras presentarse en el prestigioso International Documentary Film Festival de Amsterdam (donde obtuvo una mención especial del jurado) y en la última edición del Bafici, la ópera prima de Natalia Labaké podrá verse a partir de este viernes, todos los viernes a las 19 en el Malba.

-Con la placa inicial y la primera escena, en la que tus padres se emperifollan para ir “a casa de la Sra. de Perón”, ponés a la película y a tu familia a la sombra de Isabelita. ¿Creés que en los Labaké puede verse el linaje del peronismo más reaccionario?

-Sí. Y de la gravedad de esto me di cuenta haciendo la película. De hecho, por momentos hasta creí que todas nosotras teníamos una especie de maldición o gen isabelista. Veía expresiones de ella en mi abuela, en mi madre, en mi tía, en mi hermana y en mí misma. Estar ahí, sirviendo al poder, un poco cómplices del horror, vagas en nuestros deseos, devotas a los hombres y con vidas medio secas. Las figuras públicas nos delimitan mucho más de lo que imaginamos. Y ni hablar de este linaje en particular... La figura de Isabel es el anclaje que permite pensar bajo qué ideales políticos nos fueron asignados el silencio como virtud y la maternidad como única opción de servirle a la sociedad.

-¿Qué te llevó a practicar esta suerte de exorcismo familiar?

-Empecé a filmar porque necesitaba alejarme. No quería dejar de ser parte de la familia pero a la vez no me sentía ni cómoda ni tranquila siendo parte de ella. Poner algo delante para no absorber tan directamente la realidad se convirtió en mi sostén.

-¿En algún momento dudaste de la conveniencia de filmarla, de exponer al sol los trapitos familiares?

-No, para nada. Pero si fue muy difícil por momentos avanzar. Los procesos de hacer una película o cualquier cosa que te toca fibras muy íntimas y que involucra la vida de otras personas son largos y tortuosos y sinuosos. Pero tenía a mi favor que el pasado ya había hablado, que mi trabajo tenía que ver con hacer que ese pasado vuelva a hablar en el presente. Y cuando ya no pude más, reposé un poco en parte del equipo. También en mis hermanas y en mi madre. La ola feminista me dio fuerza y contexto. Me sentí acompañada y me hizo entender que el feminismo es una gran oportunidad para ingresar las temáticas del amor y el deseo en la esfera política.

-¿No temías despertar enconos familiares?

-Sí, por supuesto. Pero viví gran parte de mi vida con miedo y las broncas familiares ya estaban expuestas. Ni el miedo ni las broncas familiares eran algo nuevo para mí. Supongo que como supe que no tenía nada que perder, me entregué al hacer. Y mi único punto de anclaje fui yo misma. A eso no le temía, sabía que mi hacer era genuino, y no estaba cargado de resentimiento o de malicia. Ahí está todo lo trágico en las familias, que cada integrante carga con su verdad y hay diferencias irreconciliables.

-En los títulos de crédito, tu abuela y vos figuran como camarógrafas de estos fragmentos de 50 años de películas familiares, que vos después montaste. Cada camarógrafa tiene su propia mirada, parecería.

-Creo que la historia política de mi abuelo es el contexto o el escenario en el que se representa la vida de estas mujeres, en dos tiempos diferentes y a través de esas dos miradas. Poner en simetría de valor la historia política de mi abuelo con la vida de estas mujeres hubiese servido solamente a la propagación de ese poder. Pero sí hay una tensión entre el escenario político, que por momentos parece comerse todo, y la frágil necesidad de hablar y de pertenecer de las mujeres.

-Tu abuelo parecería una encarnación perfecta del “yo no fui”. Y, por decirlo de una manera gráfica, del “panqueque” político…

-Y, un poco sí. Para estar ahí, tenés que hacerte un poco el tonto. Pero no creo que sea tanto un panqueque sino que ser peronista es transar un poco con dios y con el diablo. La capacidad del peronismo de engendrar personajes muy equívocos es asombrosa. Pero sí, digamos que hubo en él una voluntad de pertenecer al poder contra viento y marea, y eso tiene sus costos. Además de que el poder siempre te corrompe de alguna manera.

-Las escenas de los '90 (las vacaciones de tus abuelos en un resort del Caribe, una tarde con Menem en Punta del Este, la escena donde se brinda con champán), parecen un icono de la fiesta menemista.

-Sí, y con la frescura de la cámara de mi abuela, que vivía todo con la ingenuidad de una adolescente metida en un cuento de fantasía y ensueño.

-Una de las “protagonistas” de la película es una tía que está sumamente deteriorada mentalmente y que en un momento dice que su problema es que el marido no supo entenderla. ¿La ves como una suerte de síntoma o emergente familiar?

-Sí, completamente. Es el caso más exagerado del síntoma. De hecho, la película empezó ahí. Tuve siempre una relación rara con Bibi, digamos incómoda. Esa mirada perdida, como suspendida en la tristeza y la agonía, me aterraba y atraía a la vez. Me sentía identificada con ese lugar medio border, como de una violencia contenida a punto de romper. Lentitud, pesadez, torpeza y sinceridad. En algún punto, Bibi fue un refugio para mí. Quizás incluso un lugar de fuga y de descanso, mientras al lado los varones discutían de política y las mujeres se pasaban horas hablando de las nuevas instalaciones del Club Med en cuba y ese tipo de cuestiones. Hay una figura que Agamben toma en su libro La vida desnuda, que se espeja mucho con Bibi. Es la figura del homo sacer, que es básicamente una vida sacada de todo contexto, sin derecho ni autonomía. En una familia como la mía, integralmente política, donde no hay casi distinciones entre lo público y lo privado, personas como Bibi terminan integrándose a la familia pero desde la exclusión.

-La “marchita” peronista, que se canta hasta el agotamiento, parecería la forma de suturar heridas, políticas y familiares. Es “una que sepamos todos”.

-Creo que la marcha peronista es la canción con más versiones de la historia nacional. Qué te puedo decir… El peronismo es un misterio en sí mismo. Una caja de resonancias donde entra todo. Pero también es posibilidad y territorio de conflictos. Como una familia.