Vivimos tiempos de alegría. Desde el 14 de junio, el seleccionado de Lionel Scaloni fue de menor a mayor. Ese día empató 1 a 1 con Chile en el inicio de la Copa América. Venía de igualar 2 a 2 con Colombia por las eliminatorias para el Mundial de Qatar. No jugaba bien. Pero desde la apurada Copa organizada por Brasil todo cambió. Doce partidos. Tres empates y nueve triunfos. Veintidós goles a favor en los 90 minutos. Ocho los hizo Messi. Y Di María anotó el del nuevo Maracanazo.

A sus 34 años, Messi está en su gran momento con el público argentino. Se siente y juega liberado. Hace goles, hace pases de gol, se lleva las marcas y las miradas. Hace cinco años anunciaba su renuncia a la Selección. Ahora vive un presente tremendo. Cuando se creía que lo mejor había pasado sin que lo disfrutemos los argentinos, ahí está él, justificando -una vez más- por qué está sobre el resto. No fue un año fácil. Sintió el bajón de irse del Barcelona, el club con el que se pensaba que se jubilaría. Se fue al PSG. Los catalanes cayeron en desgracia. Messi la rompe como nunca en el seleccionado. Parece que piensa más en ganar un Mundial (dentro de un año) que en hacer historia en Francia. Por primera vez, la mejor versión de Messi se disfruta en Argentina.

El Monumental volvió a ser el escenario. Si no fuese por la cuarentena, habría estado colmado. Ahora, con cuarentena y vista gorda, no está lleno por poco. Los hinchas no van a insultar, como era costumbre, sino a disfrutar. Con Uruguay se aplaudieron goles y goleada; fútbol por momentos bellísimo. Con Perú se disfrutó del “oooole, oooole” tan común en nuestras canchas. No se jugó el mejor partido pero se ganó. Antes, ni eso. Hasta Dibu Martínez fue testigo de un penal que dio en el travesaño y que podría haber cambiado esta historia. Siete puntos sobre nueve en una semana.

Barcelona hace tiempo que añora una época dorada comandada por Messi en la cancha y Guardiola en el banco. El fútbol suele disfrutarse con la melancolía de saber que todo tiene un final, que todo termina. “Barcelona no sabe cuidar a sus ídolos”, le dijo a este diario el periodista catalán Ramón Besa cuando murió Maradona. No hay ídolo del Barcelona que se haya ido bien. Messi es la prueba determinante. El jugador que más resultados le dio se fue por la puerta de atrás.

Previendo el final de la etapa más importante de su historia en el club, periodistas y escritores catalanes se reunieron para publicar un libro con título acertado: Cuando nunca perdíamos. Eso fue en 2011, con Messi todavía en su apogeo y atacado en Argentina por no ser Maradona ni cantar el Himno. “No hay felicidad más efímera, triunfo más volátil (y, por fortuna, derrota más volandera) que los que se viven en torno a la afición por el fútbol”, escribió Juan Cruz Ruíz.

Jordi Puntí, en tanto, le dedicó -hace apenas tres años, cuando Messi moriría con la camiseta del Barcelona- su Todo Messi. El libro evocaba un supuesto destino sin él, ya retirado y con toda la gloria. Las más de 150 páginas son geniales, pero ni Puntí ni ningún catalán podían imaginar que el futuro sería tan distinto al esperado: “En cuanto a su ausencia de los campos de fútbol, especialmente del Camp Nou, a lo mejor podemos entenderla con un verso del poema que W. H. Auden escribió a la muerte de W. B. Yeats: ‘Se convirtió en sus admiradores’. Estoy convencido de que, cuando ya no juegue, en días memorables, el público del Camp Nou lo recordará gritando ‘Messi, Messi, Messi’, casi como una forma de premiar el talento de los demás jugadores, o como una exaltación de los tiempos felices. Si, además, él está en el palco, lo celebraremos con más razón”. Su vaticinio resultó errado.

En Argentina el fútbol se volvió pasión y termómetro social. Entre los clubes siempre hay hinchas alegres y otros tristes, pero con la Selección no hay equilibrio: todos contentos o todos enojados. Hace años que un seleccionado argentino no da alegrías. La última data de 2014, cuando la ilusión -que tiene su costado alegre- era ganarle a Alemania en la final del Mundial, en el Maracaná. Se perdió y siguieron las seguidillas de derrotas ante Chile en dos Copa América y la frustración total en el Mundial de Rusia. El último golpe fue la muerte de Maradona, máximo símbolo albiceleste.

Las nuevas generaciones, las que sólo pueden ver al mejor Diego a través de videos y escuchar relatos salvajes por herencia, también cantan a Maradona a los 10 minutos de cada partido. Pero sobre todo sueñan con que Messi -éste Messi versión 2021/2022- pueda demostrar, otra vez, que es capaz de redoblar cada apuesta en una cancha de fútbol. A veces la historia no tiene por qué pesar. Hay veces en que la historia se hace.