Un día, Iván Linko es llevado por su padre a la estación de ómnibus en El Bolsón, le saca un pasaje para Buenos Aires y, antes de verlo partir, le entrega una bolsa repleta de cubiertos de plata. “Los tenemos desde el casamiento, llegás a Buenos Aires, los vendés y te hacés de guita para arrancar. Acá no vuelvas más, esto es la muerte”, le dice por último su padre; y es el comienzo para una serie de aventuras urbanas, teniendo como epicentro el Parque Centenario, que vivirá Linko en 33 rpm, la nueva novela de Juan Guinot. Sólo que la ciudad se encuentra convulsionada y al límite de un estallido social y político. “33 rpm está situada en la crisis del 2001. Es una novela de descomposición y rearmado. En diciembre del 2001, no vivía cerca del Parque Centenario, pero estaba en la casa de una amiga en Villa Crespo cuando sonaron las primeras cacerolas. Fuimos parte del colectivo que juntó Corrientes y Gallardo”, dice Juan Guinot, autor, entre otros libros, de La guerra del gallo, finalista del premio Celsius de la Semana Negra de Gijón y de Chacharramendi con la que obtuvo en 2015 el Premio Sigmar de Literatura Infantil y Juvenil. “Tres años después, me mudé frente al Parque Centenario. Sentado delante de la computadora, maquiné la historia. Traje los registros del final de la crisis y armé una operación narrativa en el parque. ¿Por qué? Te cuento. Parque Centenario es a CABA lo que Andorra a Europa. Es un territorio que se las arregla para no jorobar a los demás y tener sus propias reglas. Comparte fronteras con los barrios de Villa Crespo, Almagro y Caballito, tres barrios de una extraordinaria potencia cultural que está contenida y equilibrada por la energía del Parque Centenario donde hay mercados de recuperación cultural, puestos de compra y venta de discos, libros y juguetes usados, una llanura verde, un espejo de agua con isla incluida y una fauna aquerenciada. Además, tiene dos potentes usinas de generación del conocimiento: una para revisitar la evolución de las especies, me refiero al Museo de Ciencias Naturales y, otra, para visitar el universo, el Observatorio. En lo natural y sobrenatural del Parque Centenario encontré tierra fértil para expandir la imaginación y escribir 33rpm".

Juan Guinot recuerda que comenzó a escribir 33 rpm cuando asistía al taller de escritura Alberto Laiseca. Influenciado por el estímulo creativo del autor de Los Sorias y por la dinámica de escribir un relato por semana, llevó lo que terminaría siendo el primer capítulo y la idea de expandir la historia. No es ingenuo elegir la Comarca Andina como par dialéctico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el flujo y reflejo de naturaleza y urbe como vías de escape ante cada crisis de sistema. Dentro de cada capítulo, hay micro relatos que se suman al caudal creciente de la principal. Los personajes saben que el capitalismo plantea sociedades de consumo y descarte, y que ese descarte incluye objetos y personas. Ante eso, tienen al amor como turbina vital. “Para traer estas historias, me sirvió mucho la forma circular del Parque Centenario. Lo hago explícito en la novela al decir que se ve como un disco y que del cielo cae el brazo del tocadiscos para apoyar la púa sobre el paso circular de quienes caminan por el parque y hacer que suenen sus canciones que, como todo vinilo, tiene Lado A y Lado B.”, dice el escritor. Y concluye: “33rpm contiene elementos del género fantástico, el terror y la ciencia ficción. Para la convivencia de estos géneros, primero construyo en mi cabeza las bases del universo que voy a contar. Pocas veces me lo encuentro mientras escribo, sé qué reglas operan el mundo para darle rienda suelta a la imaginación. Todo condimentado con delirio. Imagínate esta historia cocinándose en un caldo Laisequeano”.

De pronto surge el Melómano, un vendedor de discos usados que adivina el futuro con un Winco, una Gitana contrariada con sus talentos, el uruguayo Farley que vive de las carerras de caballos, los hombres gato que penan errantes por el amor no correspondido, el fantasma del pelado Blas que se aparece para dar un mandato que parte de un error de interpretación, y crece hasta generar una trama secreta y situaciones colmadas de comicidad. “El Pelado me tenía podrido con su enrosque con la Pichi y me había ocupado de indagar en el barrio. Así me enteré de que la plata que debía hacerse la señora con la noche no era para su hijita mal habida y sin padre. No, la Nena, en el código de Pichi, era la droga, que en realidad a quien “tenía de hija” era a ella”. Personajes erráticos, tiernos, sin ningún grado de maldad, acaso como niños que intentan entender las reglas de un juego armado por lo más corrompido de la sociedad.

El protagonismo de Linko tendrá su complemento en Jack, su amigo de La Paternal, otro ser de una sensibilidad superlativa que está obsesionado con los Fiat 600 y no puede evitar desarmarlos y volverlos a armar guiado por una especie de arquetipo platónico que lo arrastrará a una serie de problemas desopilantes. “Pebete, acá es sencillito. Se lo explico para que lo medite el fin de semana: usted toma una zona, me revuelve la basura y trae las cosas que puedan tener un valor de reventa; yo le pago el paseo, para el cartón y el papel un valor, para el plomo otro, los fierros otro, latas de aluminio otro, vidrio o plástico otro. Yo no lo voy a cagar. Cada material a la cotización del día y si tiene duda, lo chequea en el mercado, que es totalmente transparente”, le dirá Perfecto Vatuone a Linko y para entonces ya se habrá comprendido que ese delirio al que refiere Juan Guinot no es otra cosa que un cambio de perspectiva, una mirada con el lente del humor hasta llevar al absurdo la convicción de que la realidad empieza en una ficción, relato que ya está escrito antes de que los personajes salgan a escena: la vida misma. Ni héroes ni antihéroes, poetas, eso es lo que son: gente extraordinaria que hacen latir sus corazanes a 33 rpm, mientras no se detenga la música nostálgica de la vida.