Desde Barcelona

UNO Rodríguez inmerso en revisión de Seinfeld. Obra maestra de Jerry Seinfeld y Larry David, de regreso en Netflix. Lo más sustancioso y profundo que jamás se ha hecho sobre esa materia tan ocurrente conocida como la Nada pero que, en verdad, es el Todo que (des)compone y descompone a nuestras existencias de camino hacia lo inexistente.

Y, sí, mientras buena parte de la (in)humanidad se engancha, en oficinas y escuelas y hogares, al opiáceo El Juego del Calamar ("¡Tengo una idea, amigos: Battle Royal + Lost + Los juegos del hambre + los uniformes de La casa de papel + Diez indiecitos de Agatha Christie!"), Rodríguez sonríe frente a este El Juego del Kraken que son las idas y vueltas de los honestos tramposos Jerry Seinfeld & Elaine Benes & George Costanza & Cosmo Kramer & Co. Y, de acuerdo, todo sucedió pero jamás dejará de pasar entre 1989 y 1998. Y (más allá de inflables peinados de Elaine y absurdas camisas de Jerry bien metidas dentro de esos jeans con ese corte/tiro) los valores y taras y fobias y cretinadas que pone en juego a este póker de dadivosos miserables sigue tan a la moda como entonces. Pero mejor y...

DOS ...ahora, más necesario en estos tiempos donde cancelar es uno de los verbos más frecuentes pero peor conjugados. Y a Rodríguez no puede sino asombrarle/fascinarle el que alguna vez se haya hecho algo así y que, además, se haya emitido por un canal de televisión abierta. Le sorprende, incluso, el que vuelva a emitirse hoy y ahora, en esta era tan cauta-paranoide. Porque, de acuerdo, Seinfeld reinventó y deconstruyó varias de las reglas de oro de la sitcom norteamericana como el Twin Peaks de David Lynch lo hizo con el policial y la telenovela. Pero, además (y acaso lo más importante hoy) Seinfeld es una suerte de pozo ciego y agujero negro de incorrección política con musical riff de bajo-synth-slap y desafinado raff de bajezas surtidas descendiendo por todo lo alto de esa gran tradición que celebra al adorable detestable y que incluye a J. P. Donleavy y a Bruce Jay Friedman y Joseph Heller y que llega hoy hasta Joshua Ferris.

Y, sí, este omega fulminante y apocalíptico Seinfeld convivió en el tiempo y en el espacio (y lo sigue haciendo) con el alfa-génesis paradisíaco de Friends. Así --Rodríguez ya lo pensó-- Friends como Dr. Jekyll para el Mr. Hyde que era Seinfeld. Sí: dos sitcoms en los que el tema era la amistad (o la elección de esa familia alternativa que son los amigos). Pero amistad abarcada y comprendida con modales muy diferentes: Friends transcurría en la New York idílica del Central Perk y Seinfeld en una Manhattan traumática con Monk's. (Y trivia: cuenta la leyenda urbana que una vez la NBC propuso a ambas series que hiciesen un cross-over de dos capítulos en que los personajes de Friends y de Seinfeld se cruzasen. El team Seinfeld se negó --había gran competencia entre ambas series-- y, al ser obligados por la cadena, Seinfeld y David dijeron que o.k. pero que, en su guion, moría Ross. Así que... Finalmente, hubo apenas un cruce de miradas distante desde ese otra genialidad a mitad de camino entre ambas que fue Mad About You.) Y en lo único que se parecían Seinfeld y Friends era en la perfección de sus castings/elencos con una química/física similar a la que hasta entonces sólo habían tenido los Beatles. Y en que ambas tenían risas grabadas que, claro, se reían de cosas distintas. Así, Rodríguez siempre tuvo la perturbadora sensación de que él se reía con la soleada Friends mientras que Seinfeld no hacía otra cosa que reírse de él, porque conocía tanto mejor el lunático lado oscuro de su eclipse.

TRES Ahora, tantos años después, por fin, Rodríguez se ríe con las risas de Seinfeld. Y su efecto de miserabilidad cómplice es aún más potente en estos tiempos de "nueva normalidad". Y en realidad toda sitcom (buena parte de ellas apoyadas en el vaudevillesco recurso del pop-in-out: del estar todo el tiempo entrando/saliendo; y, ah, cuántos miles de litros de aceite se habrán utilizado a lo largo de once años para mantener en perfecto estado y sin chirriar la puerta del depto de Jerry o tenso el muelle del botón del intercomunicador para abrir la puerta de calle) parece anticipar a este pop-in-outismo casi autista al que redujo/potenció la pandemia.

Así, ahora, Rodríguez teletrabajando varios días en casa y allí (dividiendo la pantalla de su ordenador en dos) fija un ojo en una campaña para una colonia con aroma a playa de Vanderlay Industries. Y el otro ojo en algún episodio Seinfeld. Y con su tercer ojo vuelve a leer el best-seller Seinfeldia: How A Show About Nothing Changed Everything de Jennifer Keishin Armstrong. Allí se narra en detalle la historia del milagro de la serie (que, en un glorioso giro metaficcional y ya siendo todo un fenómeno de crítica-culto-audiencia, se comenta a sí misma recién en unos tramos de la cuarta temporada cuando Jerry & George venden "una serie sobre absolutamente nada"). Y allí la autora postula a Seinfeld como estado mental y región física. Un sitio donde reconocerse a la vez que horrorizarse de/por uno mismo y saberse, sí, uno de ellos, un freak. Porque mucho de lo que hace/logra Seinfeld es re-contar tantas cosas que nos sucedieron (y nos seguirán sucediendo) sin que hayamos reparado en su efecto cruelmente cómico y en su energía creativamente destructiva. Esas parejas, esos vecinos, esos parientes. Ese restaurante chino, esos parkings, ese aeropuerto, ese cine done proyectan Rochelle Rochelle y ese otro donde se desprecia a El paciente inglés. Y ese bailecito en fiesta, esas reuniones de trabajo, esa mancha en el sweater, esa necesidad por un shot a quemarropa de Hennigan's en Festivus. Esos guiños a los fans de John Cheever y Richard Yates. Y, uh, esas burlas veloces y bromas pesadas sobre orgasmos, gordos, feministas, extranjeros, enfermos de todo tipo (incluyendo a "Chico Burbuja"), gays, minusválidos, toda variante étnica, adolescentes escotadas, calvos, suicidas, inmigrantes, embarazadas, drogadictos, viejos, tetas, lesbianas, desempleados, enanos, penes, etc. ¿Cómo reaccionarán los hipersensibles millenials ante todo esto? ¿Iniciarán campaña clamando por su cancelación? ¿O acaso lo disculparán como postales dignas de tiempos de Calígula afortunadamente superados por buenista civilización? En cualquier caso, revacunado por infectas/infecciosas dosis, Rodríguez ya disfruta de la sensación (la seinfeldización; la inmunidad de reírse de lo que sea con eso que solía ser considerado humor y no agresión) de que todo los que nos rodea sea seinfeldiano aunque, sí, tanto peor escrito y tan menos ingenioso.

 

Ahora (mientras seinfeldianamente yo lo escribo a él y también vuelvo a ver los 189 episodios de Seinfeld hasta ese demencial final emitiéndose por primera vez, no podía ser de otro modo, la misma noche en que murió ese otro genial y hoy seguramente incorrecto standard Made in USA: Frank Sinatra) Rodríguez se siente parte del elenco. Allí, poniendo freno a su entusiasmo y --aun sabiendo que jamás beberá café en auto costoso con copilotos de luxe-- tan feliz. Rodríguez como amo de sus dominios, parte del todo y de la inmensa nada, sin ganas de ser un cada vez más pequeño algo, y yada-yada-yada.