Ocurre en Europa, a más de 10.000 km del Rio de la Plata. Un jugador de fútbol argentino no concurre a la convocatoria de su equipo. La noticia se expande de manera vertiginosa. Hay una infidelidad de por medio. El vértigo aumenta, los canales criollos cambian su programación para dar lugar a todo tipo de conjeturas sobre el episodio.

 Los programas de chimentos desesperan por aprovechar el momento. La engañada se va de la ciudad. El va a buscarla. La madre del infiel dice que él está triste. Lo sé porque lo veo y escucho por TV en un bar donde la gente está hablando del mismo tema. (Como si a este país le faltaran problemas, la cuestión del momento es la infidelidad que un jugador de fútbol cometió en Europa). 

El chimento aumenta, ahora se trata de que el ex de la engañada se porta muy bien: va a buscar a sus hijos pero también se hace cargo de las hijas de la engañada con el infiel, que a su vez era amigo del ex, pero... ¡qué buen tipo! Me entero de esto porque entro en un carnicería donde una mujer también está hablando de que ella (la engañada) le maneja toda la plata al infiel y por eso él se niega a presentarse en el club, sólo para perjudicarla a ella, que es su representante. 

Es que la culpa la tiene ella por publicar la infidelidad en las redes, dicen algunas. Ahora parece que el infiel viene a jugar a un club grande de la Argentina. ¡No! Dicen que al final se presentó a jugar en su club. 

Pero falta lo principal: la Otra, la que sedujo al hombre, la que destruye familias, la que --dicen algunos y algunas, es capaz de separar hasta un átomo. “Sí, sí, es la misma que ya hizo lo mismo, mire”-- escucho, ahora en un chino donde justo están hablando de una china.

Bien, desde Freud a la fecha, los chimentos constituyen el material preferido de los psicoanalistas. No es casualidad, a través de ellos palpitan los temas más candentes del quehacer humano: el amor; el poder, el dinero, la traición, en suma: la materia prima no sólo de los chimentos sino de los clásicos de la literatura. Sí, como Hamlet, por ejemplo, que alberga todos los condimentos mencionados y cuya trama muestra que el deseo de una mujer (más allá de su hijo y de su marido) resulta insoportable para todo orden establecido. 

Se trata de la “desautorización de la feminidad”[1] de la que habla Freud y por la cual otrora quemaban mujeres, de la misma forma que hoy se las asesina de manera impune y a cielo abierto. No por nada dice Lacan: “es bien notable y comprensible que Dios nos aconseje no amar más que a nuestro prójimo y de ninguna manera limitarnos a nuestra prójima, ya que si nos dirigiéramos a nuestra prójima iríamos simplemente al fracaso”[2]. Es que la connotación que el término prójima guarda en tanto puta --mujer de dudosa conducta, dice el diccionario--, traduce ese objeto inquietante aunque atractivo capaz de amenazar el narcisismo del espejo provisto por la imagen estereotipada del semejante. En otros términos: lo propiamente femenino coincide con la intimidad de cada sujeto, luego lo aborrecido adentro retorna en el afuera bajo la forma de la traición, la puta, lo sucio del sexo y otras tonterías que --aunque cueste creerlo-- determinan la suerte de los sujetos y el interés de los ciudadanos. (Che, tranqui, todo bien, ahora escucho que ella lo perdonó).

* Sergio Zabalza es psicoanalista.

Notas:

[1] Sigmund Freud, “ Análisis terminable e interminable”, en Obras Completas, A. E. Tomo XXIII, pp. 253 y 254.

[2] Jacques Lacan, “La Tercera” Lacan, J. : “ La tercera” en Revista Lacaniana, EOL, Nº 18, mayo 2015, p.30.