El sábado por la tarde se celebró con éxito una nueva Marcha del Orgullo y lamentablemente me fue imposible asistir por mi estado de salud. Si bien me estoy recuperando más rápido de lo que pensaba, mi cuerpo no estaba apto para afrontar semejante evento.

Me hubiera gustado mucho estar, ya que la edición 2021 no fue una fecha más: con ella cumplimos 30 años de lucha. Se trata de un recorrido iniciado en 1992, a manera de reclamo por nuestros derechos. ¡Imaginen cuáles eran las condiciones en las que vivíamos el colectivo LGTBIQ+ en esa época! A nivel legislativo estábamos completamente desamparadxs. Fue largo el recorrido que hicimos hasta llegar al día de hoy, por eso es tan gratificante festejar que, a pesar de todo lo que falta, logramos muchas cosas.

La consigna de la marcha fue el pedido de la Ley Integral Trans y se presentaron más de 60 organizaciones, muchas con bandera propia. Siempre hubo reclamos, pero también celebración. Quienes marchamos más de una vez sabemos que hay mucha gente suelta que participa y tiene su consigna propia: visibilizar a un colectivo desde el orgullo y la libertad de poder mostrarse de la manera en que cada une lo desee. Fueron muy sentidos los homenajes a quienes estuvieron en la primera marcha de aquel 1992. Pocas personas marcharon en esa oportunidad y no todxs han llegado con vida a la actualidad. Otro de los motivos por los que se movilizaba en esa época la gente, además del pedido por derogar los edictos policiales y la violencia institucional, era la pandemia del SIDA y la nula respuesta del Estado que recibían las personas que vivían con VIH.

Hablando sobre aquel histórico día en nuestro país, no puedo dejar de mencionar las palabras del querido Carlos Jáuregui, fundador e impulsor de la primera marcha del orgullo en Argentina. Había sido un día frío y eran alrededor de las 22; esa noche no andaba nadie en la calle, solo este grupo de personas unidas en un grito de libertad y algunos medios que se habían hecho presentes para cubrir la noticia de aquel «grupo de locas». Al finalizar la concentración, corrieron hacia Carlos para sacarle alguna declaración y él dijo una frase que quedará para la posteridad: «Es la primera marcha y dentro de cinco años vamos a seguir marchando y dentro de treinta años vamos a volver a marchar». Era la primera vez que el colectivo LGTB salía a la calle a reclamar por sus derechos en Argentina.

Es justo reconocer que 30 años después de sus palabras, los avances que está teniendo nuestro país sobre derechos LGBTIQ+ son maravillosos: no olvidemos la reciente ley Diana Sacayán-Lohana Berkins. Pero a pesar de que se hicieron y se hacen muchas cosas para lograr la inclusión verdadera, todavía tengo una mirada de reparo al respecto: falta mucho aún. En muchas provincias, hay niñes que siguen viviendo el rechazo de sus familias y la burla en establecimientos educativos (que en muchas ocasiones se niegan a dar ESI a pesar de su obligatoriedad en todo el país). Sigue habiendo muchos niñes desamparadxs, que crecen en la más absoluta soledad.

Si queremos seguir trabajando para que esto deje de suceder, además de la protesta, necesitamos de otras herramientas. Y en este sentido, mi favorita es el arte. Muchas veces el arte es criticado o censurado por lo que puede generar en nosotrxs. Nos puede hacer pensar o reflexionar sobre temas que no forman parte de nuestro cotidiano o universo. El arte casi siempre va un paso adelante en comparación con las sociedades y eso es algo bueno. Casualmente, esta fecha tan importante y simbólica para nosotres, coincide con algo también muy significativo: me refiero al fenómeno que está causando en este momento la peli Yo nena, yo princesa. Este gran trabajo de Federico Palazo que aborda un tema humanamente maravilloso se está presentando a sala llena y creo que esto debería provocar un inmenso orgullo para quienes habitan este suelo.

Estamos sembrando una semilla de amor que florecerá con el tiempo. Agradezco a quienes vienen labrando esta tierra que estaba tan árida hace 30 años. Prepararon el campo para que lo que va a suceder. Sé que hay que esperar todavía para cosechar, y no puedo dejar de sonreír por ello.