Las grandes corporaciones de Wall Street empujan hasta el extremo el intento de convencer a los inversores que sus próximos productos revolucionarán la forma en que viven las sociedades durante los próximos años. El caso de Facebook con su casco de realidad virtual y el anuncio del Metaverso es uno de los ejemplos. La semana pasada se sumó la filtración del auto mega futurista de Apple que estará listo en 2025. Llegaría al mercado sin volante, tendría integrado el ecosistema de productos de la empresa y no requeriría conductor.

Por el momento los fondos de inversión globales parecen apostar con una confianza plena en esta capacidad de las grandes tecnológicas para reinventarse. La empresa de Mark Zuckerberg acumula en lo que va de este año subas del 25 por ciento y la de Tim Cook del 20.

Lo interesante es que los grandes anuncios de estas firmas no solo impulsan sus acciones sino toda una gama de otros derivados financieros. Entre ellos aparecen las criptomonedas. El token llamado The Sandbox es una muestra clara. Esta criptomoneda aumentó su precio cerca del 6000 por ciento por el furor con el Metaverso de Facebook.

Se trata de una moneda digital creada hace algo más de un año con el objetivo de utilizarse para los juegos de realidad aumentada y de realidad virtual. Bajo las siglas SAND operó en las bolsas de criptomonedas durante 2020 y buena parte de este año con un precio menor a los 10 centavos de dólar. En agosto costaba 7 centavos. Ahora más de 4,5 dólares. Subió 63 veces y tiene una capitalización de 3800 millones de dólares.

Estos números obligan a pensar en el boom de las tecnológicas y sus derivados con cierto recaudo. ¿Es una burbuja financiera que se retroalimenta? ¿Hay espacio para nuevas plataformas disruptivas? Los fondos confían en las grandes corporaciones tecnológicas suponiendo que lograrán a futuro un producto tan innovador como el que lograron en el pasado. Parece el camino probado para apropiarse de rentabilidades extraordinarias. ¿Y si no lo logran?

En Estados Unidos y en la mayoría de los países de occidente –más allá de las advertencias que llegan de distintas corrientes- la posibilidad de enfrentarse a una burbuja financiera no parece una preocupación. La economía real de estos países enfrentan tensiones cada vez más marcadas como el problema de costos de la energía y los alimentos mientras los activos financieros marcan records. 

Esta falta de planificación puede terminar siendo un verdadero problema ante una crisis de confianza. Posiblemente eso explica las decisiones que impulsa China. Desde el año pasado tomó medidas de peso para desalentar la especulación con las criptomonedas prohibiendo primero la minería y luego la circulación de estos criptoactivos.

Eso no implica desalentar la innovación en la tecnología. China tiene el yuan digital a punto de masificarse como uno de sus principales medios de pago. Lo mismo ocurre con las medidas sobre las grandes plataformas tecnológicas que van desde el e-commerce hasta las plataformas de crédito. Se busca ordenar la expansión de estas empresas y acotar márgenes de ganancia extraordinarios. También reorientar los focos de inversión hacia los sectores de innovación estratégicos como la inteligencia artificial, la biotecnología y computación cuántica.