“Ayer me tuve que ir hasta Avellaneda para que me atendiera un médico. La salita de acá del barrio estaba, como siempre, colapsada”, cuenta a PáginaI12 Miriam Coronel, vecina de la Villa 21-24 de Nueva Pompeya. Recién a la mañana pudo volver a su casa; pasó toda la noche en el hospital con suero. “Si hubiera estado el camión de la Unidad Sanitaria Móvil me atendían acá”, agrega, mientras cruzaba el barrio por la calle Zavaleta en dirección al Riachuelo. Con el cambio de gobierno a fines de 2015, Acumar desarticuló el Programa Sanitario de Emergencia. De las 12 Unidades Móviles, actualmente sólo usan 4. “Los vecinos siempre preguntan por los camiones”, asegura Liliana Figueredo, otra vecina. “Las Unidad de odontología, por ejemplo, de un día para el otro no las sacaron más. A muchos vecinos les sacaron todos los dientes, les hicieron el molde para ponerles los implantes y nunca más volvieron. Hay gente que se quedó sin dientes”.

La calle Zavaleta es la que divide a los barrios Nueva Pompeya y Barracas de la Ciudad de Buenos Aires. Atraviesa la Villa 21-24 desde avenida Alcorta hasta el Riachuelo, como la columna vertebral del barrio; las casas se multiplican hacia este y oeste. Una cuadra antes de la cuenca, Zavaleta se convierte en un pasillo. Para llegar hasta el lecho hay que doblar a la izquierda, bordear una cancha de fútbol cinco y seguir por las vías del tren. Los rieles apenas asoman entre el barro; son pocos los centímetros que los separan de las casas de ladrillo a ambos lados. La vía, sin embargo, todavía está en uso: “Dos veces por día pasa el tren de carga”, advierte Figueredo, a metros de llegar al espacio en donde tendría que estar el camino de sirga.

“Allá muchas veces estacionaban los camiones”, dice Coronel y señala al que parece ser el último lugar abierto entre las casas de dos o tres pisos, antes de desembocar al Riachuelo. Al igual que con lo ocurrido con la Unidad de odontología, que trabajaba en conjunto con el Plan Argentina Sonríe, otros tratamientos también fueron interrumpidos el año pasado sin aviso previo. “A muchos vecinos de esta zona les habían hecho el fondo de ojos, y todos los estudios para hacerles los lentes. El proceso era así: primero hacían los estudios, se llevaban la información y después volvían con los lentes. Esta vez nunca volvieron”, detalla Coronel. 

Lo mismo ocurrió con uno de los temas de salud más delicados para quienes viven cerca del Riachuelo: la contaminación de la sangre con plomo. Miriam Coronel vive en la 21-24 desde hace 14 años. Se mudó al barrio cuando todavía estaba el basural conocido como “La Quema”, en la región en la que ahora vive. “Algunos chicos nacieron, crecieron y se hicieron adultos contaminados de plomo. Pero desde que empezó a trabajar Acumar en 2012, empezaron a hacer estudios y a detectar a los chicos que tenían. Las Unidades se encargaban de hacer el seguimiento de los chicos con plomo. Les hacían análisis de sangre para ver si bajaba o subía el nivel, y si era necesario los derivaban a hospitales, como al Garrahan por ejemplo”, explica. En muchos casos, los chicos no eran derivados al hospital, pero para esos cuadros es fundamental mantener un control constante. Las vecinas afirman que el seguimiento no sólo fue interrumpido, sino que además, en muchos casos, Acumar se quedó con los estudios clínicos, por lo cual no pueden usarlos para acudir a otro médico. “Así pasó con mi hija más chica. Le hicieron los estudios, le detectaron que tenía plomo, pero quedó todo ahí. Nunca más volvieron. No sabemos nada; si bajó, si subió, si le puede afectar en algo”, cuenta Figueredo. 

Las vías cruzan el lecho sobre un puente de madera vieja y hierro oxidado. Abajo, el agua marrón parece estancada de tan espesa. Se puede ver que corre por las bolsas de nylon que flotan y avanzan lentas río abajo. En ese lugar de la cuenca, el lecho dibuja un meandro que deja una pequeña porción de terreno, como una península, en donde está ubicada la cancha de Victoriano Arenas. Allí encuentra tierra firme el puente ferroviario que une a la 21-24 con Avellaneda. Coronel recuerda que cuando todavía existía La Quema, eran las vías las que dividían al basural del barrio. También cuenta cómo se expandieron las casas sobre esa zona, que ahora es conocida como San Blas. En el año 2012, según estima Coronel, Acumar empezó a trabajar de manera más activa en la villa: “lo primero que hicieron fue recorrer los barrios más necesitados y tomar a mucha gente que quería trabajar pero no encontraba en dónde. Darles trabajo ya era una forma de inclusión para el barrio, pero además, como conocían bien a todos los vecinos los iban a buscar para llevarlos hasta las Unidades, para contarles en dónde estaban, porque siempre las estacionaban en distintas regiones del barrio. Su trabajo era de vincular a los vecinos con los profesionales”, explica.

Una vecina que todavía trabaja en Acumar cuenta a este diario cómo era el trabajo hasta 2015 y cómo cambió a partir del año pasado. “Antes los camiones venían de a tres, nunca uno sólo. La idea era coordinar el trabajo de las distintas Unidades”, relata y subraya que “para nosotros es muy difícil conseguir turno para una ecografía o un electrocardiograma. Con las Unidades, los vecinos podían hacerse los estudios ahí mismo”. “Uno de los camiones estaba destinado para que las mujeres se hicieran mamografías y papanicolau –continúa –, y como muchas vecinas tenían dudas de si hacerse los estudios o no, nosotras que las conocíamos las convencíamos de que los hicieran”. Durante 2016, los contratos para los trabajadores y trabajadoras del Plan se redujeron a plazos de tres meses. Fue el caso de los más afortunados; a muchos, nunca les renovaron. “El trimestre pasado 52 compañeros quedaron en el listado de los que podían no renovarles. Todavía no está definido, siempre nos tienen hasta último momento sin saber”, dice la vecina. En cuanto a las actividades que realizan actualmente, cuenta que “desde el año pasado estamos haciendo encuestas. Recorremos el barrio, les preguntamos a los vecinos qué necesitan, pero después no se hace nada. Sacan tres camiones nada más, y los ponen como pantalla, no se usan como antes. El resto de las Unidades están todas guardadas”. 

La obra para el camino de sirga ocupa menos de 100 metros de la costa del Riachuelo y se termina en las vías. Del otro lado, las casas apenas se sostienen sobre el barranco, casi sobre el agua. Entre los juncos y las algas de la orilla, sobresale un caño ancho: vierte un líquido que se inyecta en el agua como una nube de polvo gris. “Ese es el caño que junta todo lo de las cloacas del barrio”, indica Coronel. Desde la parte más alta del lecho, de vez en cuando, bajan manchones similares. “Todas estas casas –dice Coronel en referencia a las viviendas que se amontonan en la costa–, son las que más sufren de la contaminación con plomo. Para algunas familias se están construyendo las viviendas que están al lado del barrio, sobre la calle Iguazú. Pero interrumpieron la obra varias veces, igual que la del camino de sirga. Eso sí, ahora que vienen las elecciones volvieron a mandar a todos los obreros”.

Informe: J. F..