El caso del fiscal Fernando Cartasegna es cada vez más oscuro y está lleno de interrogantes. Peritos de la Gendarmería Nacional establecieron, en un primer análisis, que los panfletos supuestamente amenazadores contra el fiscal Cartasegna fueron impresos en una impresora de la propia fiscalía de Cartasegna. Los volantes, del tamaño de una hoja A4, decían “Conozca al próximo Nisman”. Arriba de esa leyenda había una foto del fiscal muerto en enero de 2015 y, abajo de la leyenda, una foto del fiscal Cartasegna. Todos interpretaron lo obvio: se trataba de una amenaza. Poco después, un integrante del Servicio Penitenciario, a cargo de la custodia del edificio de la avenida 7, denunció que un empleado de Cartasegna habría pegado esos panfletos en un baño que utilizan los fiscales. Sin embargo, parece que en La Plata exculparon al empleado y descreyeron de la versión del penitenciario. Pocos días más tarde se produjo el hecho más llamativo: un supuesto ataque a Cartasegna en su propia oficina. Lo ataron, amordazaron, le hicieron escribir con azúcar la palabra Nisman en el piso y él no pudo ver al agresor ni vio cómo se fue de la oficina. Su relato de los hechos planteó una gran cantidad de dudas que ahora se refuerzan con el peritaje de la Gendarmería. Por supuesto están quienes creen que todo es producto de ataques mafiosos contra Cartasegna porque –supuestamente–investigaba causas delicadas. Y están quienes ponen en duda las cosas porque los hechos concretos no cierran. Está la idea de que el fiscal buscó crearse una situación de héroe intocable. Es evidente que por lo menos hay un ambiente de duda: ni la gobernadora ni los ministros bonaerenses de Justicia y Seguridad dijeron nada hasta ahora sobre el supuesto ataque mafioso.

La investigación de lo ocurrido quedó en manos de compañeras de Cartasegna, las fiscales Ana Medina y Bettina Lacki. Eso le quita cierta independencia a la pesquisa, pero es cierto también que las funcionarias decidieron que los peritajes quedaran a cargo de la Gendarmería. El primer estudio de los especialistas indica que el panfleto en el que se amenazó a Cartasegna diciendo que sería el próximo Nisman salió de la impresora de su fiscalía. La Gendarmería sigue trabajando porque si se imprimió allí, la orden de impresión salió de una de las computadoras de la fiscalía. Eso se está determinando en el marco de un cerrado hermetismo.

El episodio que sintoniza con el descubrimiento de la Gendarmería es que un empleado de Cartasegna, Matías Romero, fue denunciado por uno de los custodios del edificio del Poder Judicial. El penitenciario de apellido Alzamendi contó que vio a Romero salir del baño de las fiscalías y que cuando ingresó a ese mismo baño se encontró en un cubículo con uno de los panfletos. Tras una recorrida, el penitenciario detectó a Romero en la fiscalía de Cartasegna, ya que es empleado de esa fiscalía. En ese momento la secretaria le dijo al penitenciario que no se preocupara, que ellos arreglarían las cosas. Las fiscales Medina y Lacki parece que aceptaron la versión de Morales, quien dijo que fue a sacar volantes y no a ponerlos, pero el asunto es que Alzamendi se encontró con el panfleto pegado después de que Morales dejara el baño. En cualquier caso, el episodio quedó –para la causa judicial– como una confusión: le creyeron al empleado y poco al penitenciario.

El episodio más grave y más dudoso es el ataque que sufrió el fiscal en su oficina el miércoles 3 de mayo. En su declaración, Cartasegna sostuvo que una persona se escondió en un recoveco de la mesa de entrada y que lo sorprendió agarrándolo de atrás. Luego le maniató sus manos, pero hacia adelante, le ató los pies y le puso un cable de computación en la garganta. En algún momento del ataque, el agresor lo obligó a escribir la palabra Nisman con azúcar en el piso y hasta lo forzó a enderezar algunas letras con la lengua. Luego Cartasegna se desmayó y el agresor logró huir, sin que el fiscal pudiera verlo en ningún momento. Justito antes del ataque, el fiscal se deshizo de su custodio ordenándole que fuera a hacer un trámite.

Criminalistas consultados por este diario señalaron que la historia no cierra por ningún lado. Es llamativo el ataque perpetrado por una sola persona. No tiene explicación que lo haya maniatado hacia adelante y que, encima, Cartasegna no lo haya visto. La oficina del fiscal estaba cerrada por dentro con llave después del ataque, significa que el agresor hizo todo lo que hizo, después salió de la oficina, y pese a que supuestamente debía tener cierto temor a ser visto, corrió la ventanilla de la mesa de entradas, metió la mano y cerró la puerta con llave por dentro. Toda esa movida no tenía ningún sentido ni finalidad.

Las fiscales hicieron un simulacro para ver si se puede acceder tan fácilmente al edificio alrededor de las 17. Concluyeron que sí, ya que las personas enviadas por ellas no tuvieron inconvenientes en transitar por los pasillos. También dicen que en el peritaje físico Cartasegna registra un golpe en la espalda, lo que demostraría que el hecho existió. De todas maneras, la historia tiene puntos más que oscuros y los primeros datos del trabajo de la Gendarmería oscurecen las cosas un poco más. 

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