A veces dos días condensan una época. Dos días que se fermentan durante años y luego estallan y quiebran la historia. El 19 y 20 de diciembre de 2001 estallaron los días y las cacerolas vacías. Pero esos días angustiosos y tumultuosos se cocieron a fuego lento y a presión durante demasiado tiempo. Tanto, que es difícil establecer su comienzo. Por eso la muestra colectiva 19 y 20 (“archivos, obras y acciones que irrumpieron en la narrativa visual de la crisis de 2001”), del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Av. del Libertador 8151, ex ESMA) propone empezar su cronología con el registro de intervenciones artísticas (o “artivistas”) de mediados de la década del ’90, cuando el menemato cundía, se dictaban las leyes de impunidad y la festichola de la convertibilidad empezaba a arruinar el futuro. Allí están los registros periodísticos de los escraches más creativos a los represores de la última dictadura cívico-militar y algunas intervenciones artísticas en reclamos sociales.

Pero 19 y 20 ocupa tres salas del Conti. En ese espacio -muy amplio- expone obras y registros fotográficos de más de cincuenta artistas y colectivos artísticos que permiten armar distintos recorridos, según lo que el ojo particular pida, para montar una memoria colectiva en torno a los acontecimientos que se anudaron en diciembre de 2001. A la muestra presencial lo acompaña un podcast de cuatro episodios producido por el Conti (se accede vía código QR) y un audiocuento para niños sobre esa época (disponible en la web del Centro Cultural, lo mismo que actividades pedagógicas).

Lo interesante de la propuesta de las curadoras Loreto Garin Guzmán y Natalia Revale es que buscan explorar los modos en que se imaginaba esa crisis. Qué formas asumía esa protesta, cómo circulaba mediáticamente (por medios tradicionales y alternativos), cómo se la representaba y qué surgía de esas representaciones. Y no sólo de la situación de crisis (con todos sus elementos: hambre, exclusión, violencia institucional, territorio, soberanía), sino también su salida. 

19 y 20 busca pensar cómo el arte comprometido con su momento histórico intervenía en su contexto. A veces para legitimar o ganar apoyo a las protestas sociales. Otras para denunciar iniquidades. Cuando podía, para proponer un futuro posible. Algunas de esas intervenciones sociales (como las de los rosarinos que invitaban a colgarse del cable, o la del inodoro gigante para depositar ideas) serían impensables hoy. Pero muchas otras, como la gráfica que derivó del asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, hoy son constitutivas del paisaje urbano.

(Imagen: Bernardino Avila)

La sala principal de la muestra articula sus cinco “zonas” principales: “violencia”, “asamblea”, “banquete”, “es-cultura popular” y “fábricas recuperadas”. Desde luego, muchas de las ideas entre unas y otras se entrecruzan. Si el hambre es central en “banquete”, su sombra se proyecta sobre “fábricas recuperadas” y las marchas que se retratan en “asamblea” con consecuencia inevitable de la represión institucional que se recuerda en “violencia” (y donde se homenajea a las víctimas de esa represión a partir de un trabajo del Grupo de Arte Callejero, pero también a sucesivas víctimas de la violencia estatal). Además, como fue un momento bisagra en la historia social, la crisis de 2001 y sus postrimerías fueron muy fértiles para los cruces entre actores sociales. Así, la sala central de la muestra presenta la obra de muchos colectivos que se vincularon a organizaciones sociales de base, asambleas barriales, grupos piqueteros, colectivas obreras y otros actores.

Desde su producción, 19 y 20 supone un trabajo enorme de rastreo de obras y registros a partir de colecciones particulares, algunas institucionales, y de los archivos de los propios artivistas. De los artistas visuales presentes en la muestra –como León Ferrari- suelen mostrar los productos originales. Pero no siempre es el caso con las intervenciones callejeras. “Muchas veces esas obras no estaban pensadas para durar o ni siquiera se concebían como arte, entonces no se conservaban adecuadamente”, contaban en la recorrida para prensa e invitados sus curadoras. Algunas instalaciones se adaptaron al espacio. En otros casos debió bastar el registro fotográfico. Y en algún caso, se repuso el original a partir de los apuntes del artista.

Finalmente, en la sala de planta alta hay algunas obras de artistas individuales, pero vinculados en su trayectoria a distintos colectivos. La mayoría de estas obras son posteriores al 2001 y aparecen desde las intervenciones durante la visita del ex-presidente estadounidense George Bush a Mar del Plata. “Estas obras también nos advierten que muchos procesos históricos son circulares”, observan las curadoras. Es que dos días pueden sintetizar una época, pero si las sociedades bajan la guardia, también reaparecer años más tarde. Por eso, mejor, memoria.