Jorge Fandermole es uno los autores vivos más importantes de la música popular argentina. Oriundo de Santa Fe, el compositor, cantor y guitarrista construyó una obra exquisita que logró equilibrar poesía y música, y que supo conectar la canción folklórica latinoamericana con el rock y la balada. Una síntesis perfecta entre la profundidad del río y la versatilidad de la ciudad. Después de casi dos años sin presentarse en Buenos Aires, el músico hará dos funciones este fin de semana: el sábado a las 21 tocará en Teatro Metro (Calle 4 entre 51 y 53, La Plata) y el domingo a las 20 lo hará en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). 

A diferencia de conciertos anteriores, esta vez se presentará a guitarra y voz, más cantautor que nunca. Será una oportunidad para repasar lo mejor de su repertorio, que sonó en la voz de artistas como Mercedes Sosa, Juan Carlos Baglietto, Liliana Herrero, la española Silvia Pérez Cruz o la colombiana Marta Gómez, y para mostrar nuevas canciones.

“Siempre estoy pensando en sacar un disco nuevo, pero lamentablemente mis acciones y mis intenciones van desfasadas. Cada vez me planteo más seriamente qué hacer, cómo hacerlo y qué es lo que lo haría legítimo”, dice Fandermole cuando se le pregunta si tiene pensado grabar un disco pronto. Su última publicación había sido Fander (2014), un disco doble con nuevas canciones y versiones de viejas gemas como “Carcará”, “Río marrón” y “Puerto Pirata”. 

“Me pregunto muchas veces por qué en un momento de crisis global que involucra desde la condición humana y sus desigualdades, el deterioro crítico de todos los sistemas hasta llegar a la crisis de los lenguajes, los soportes y las condiciones que se imponen desde las plataformas virtuales, ahora con los soportes físicos ya casi extinguidos, yo tendría que sacar un disco si no tengo respuestas ni a un tercio de mis dudas”, dice el compositor santafesino, fiel a su estilo. “De todos modos lo intento. Y sí, hay canciones nuevas, algunas enteramente propias, otras compartidas; voy a cantar algunas en estos conciertos”.

-En general, te presentás en vivo con tu banda, ¿Cómo se piensa un concierto y un repertorio de canciones a guitarra y voz?

-Se piensa teniendo en cuenta esa condición de soledad escénica en la que uno mismo administra toda posible interacción, el modo en que van y vuelven esas múltiples señales, gestos, emociones y demás elementos de ese fenómeno en el que intentamos involucrarnos con el público. Y se tiene en cuenta, por ende, qué nos da y qué nos quita eso de sonar menos, más despojado pero que te pone más cerca de algún modo.

-¿Qué te provoca la experiencia del show en vivo? ¿Incide en tu estado de ánimo y en lo musical la recepción del público?

-Es inquietante tocar en vivo, pero es muy estimulante; de hecho, nada de esto se logra en la virtualidad y menos en los casos de quienes no nos hemos habituado a sustituir una experiencia por la otra. Y sí, por supuesto lo que pasa con el público resulta trascendente en cómo uno se siente, cómo percibe todo y cuánto puede hacer; en definitiva es un acto de comunicación, que si bien no es un diálogo en el sentido estricto, lleva y trae muchas cosas de ambos lados, desde gestos y miradas hasta cuestiones de clima bastante difíciles de definir.

-¿Y qué se siente volver a tocar en vivo en Buenos Aires después de tanto tiempo?

-Estos conciertos en La Plata y en Buenos Aires me generan, obviamente, mucha expectativa, en parte porque al igual que el resto, uno tiene la sensación de “estar volviendo” a una situación que aún no llega a ser post crítica, en una condición que no puede llamarse de normalidad por más buena voluntad que uno le ponga, y por supuesto, teniendo en cuenta la escala de cada lugar, que nunca es un dato menor.

-En la música popular en general y en el folklore en particular, predomina bastante la interpretación de un repertorio compartido, pero vos escribís tus canciones, ¿Te pusiste desde el comienzo el desafío de la composición, de la creación de una obra propia, o se dio sin demasiada premeditación?

-Lo de componer canciones fue al principio una intención muy débil que fue fortaleciéndose con el tiempo, generada inicialmente por lo que a mí mismo me provocaban las formas de ese cancionero inabarcable que tenemos en Argentina y en el resto de los países de habla hispana, a medida que iba entendiendo de adolescente qué cosas profundas tocaban esos lenguajes, la emoción que me provocaba ir intuyendo la poesía conmovedora de músicas y letras de todos los géneros, tango, folklore, rock, baladas. Tengo para mí la certeza que las puertas que pude encontrar en mi propia expresión como cancionista tienen, sí, una marca personal, pero han sido inducidas, abiertas, por todo lo que aprendí a cantar de los otros, innumerables compositores, desde chico, de joven y en la vejez también. Y compongo las mías porque he cantado cientos de canciones ajenas que me han conmovido.

-Algunas de tus obras fueron muy interpretadas y versionadas en el cancionero popular argentino por diferentes artistas. Una de ellas es "Oración del remanso". ¿Qué te genera cada vez que un artista interpreta una canción de tu autoría?

-Lo primero que quiero remarcar es el agradecimiento, la gratitud como primer sentimiento hacia los intérpretes. He repetido muchas veces que las canciones están vivas durante el breve lapso en que son cantadas. Lo que queda en la memoria es importante, pero está en silencio. Los intérpretes son los que las hacen vivir y le ponen lo mejor de sí, las transforman y a la vez les guardan sus identidades.

-Y cuando escribiste "Oración del remanso", ¿intuías que tenías entre manos una canción importante, potente, que podía llegar a despegarse del resto?

-La “Oración del remanso” tuvo una trascendencia impensable para mí cuando era una canción nueva, a fines de los ´90. Hay algo en los lenguajes que a uno se le escapa de la previsión, algo que por alguna causa resuena mejor en unas canciones que en otras…

-¿En qué circunstancias la escribiste, en qué te inspiraste?

-A principios de los ´90 había un cartel camino a la casa a la que nos habíamos mudado recientemente con mi familia, que indicaba que a mil metros hacia el río Paraná había algo que llamaban el Cristo Pescador. Después conocí esa escultura de cemento emplazada a la entrada de la comunidad del Remanso, una histórica villa de pescadores ubicada apenas entrando a Granadero Baigorria, donde vivimos. La imagen tenía una red de pesca sobre los hombros: el Cristo, que no era el crucificado sino uno vivo, era entonces otro hombre del río, un compañero más de los que pescan. Lo demás es conocer de qué se trata ese trabajo tan difícil a veces de salir al río en cualquier condición, buen o mal tiempo, a buscar el pan del día.

-¿Y sobre qué estás escribiendo hoy, qué te moviliza para componer?

-Personalmente siento una gran tensión entre la necesidad de escribir sobre lo que amo, me desvela o sobre lo que creo que vale la pena luchar, por un lado, y guardar un necesario silencio en medio del fárrago, por el otro. Tengo cierto escepticismo que no deja que me ponga de acuerdo conmigo.