En su libro Jamás escribo lo que no debe verse, la historiadora Lidia González pone en contexto histórico un conjunto de 11 cartas que Manuelita Rosas había enviado desde Londres a su amiga Petronila Villegas de Cordero. La hermana de Horacio González había dado con esa correspondencia en una subasta y, tras su publicación, las actrices y directoras Graciela Camino y Cristina Banegas se pusieron a trabajar para descubrir qué estructura escénica convenía a este delicado descubrimiento. Porque las cartas no tienen un contenido político ni altisonante, sino que recorre zonas cotidianas de la vida de la hija del Restaurador quien, tras la derrota de Caseros en 1852, fue obligada a exiliarse junto a su padre. Finalmente, después de todas las interrupciones del caso, en El excéntrico de la 18|° de Lerma al 400 acaba de estrenarse Manuela Rosas, destino de exilio, obra definida como “una instalación teatral”, en función del cruce de los lenguajes que la constituyen, tal como explican la directora (Camino) y la intérprete (Banegas) en la entrevista con Página/12.

“Hemos trabajado juntas miles de veces”, cuentan ambas y nombran, entre tantos trabajos, la primera versión de Eva Perón en la hoguera y la anteúltima puesta, Edipo Rey. En esta oportunidad se suma al equipo la actriz Elena Gowland, quien interpreta a una cronista que va hilvanando los tramos de la historia, además del artista visual Alejandro Bustos, quien proyecta sobre una pared lo que va dibujando con arena durante la función. Bajo la iluminación de Marcelo Cuervo y la sonorización de Wenchi Lazo, Bustos brinda espléndido marco abstracto o figurativo a los diversos episodios: la muerte de Doña Encarnación, la batalla de Caseros, el exilio, el casamiento de Manuela y la muerte del padre. En este recorrido surgen facetas poco conocidas de la hija de Rosas, porque hay que ver que tuvo la audacia de casarse sin su consentimiento y animarse a la maternidad a una edad nada habitual en la época, ya que el segundo hijo lo tuvo a los 40. Asimismo, debió mantener la economía de una casa donde no sobraba nada, habiendo perdido el derecho a su fortuna.

-¿Por qué el nombre de instalación teatral?

Graciela Camino: -Surgió como una forma de describir el montaje: las cartas pudieron haber sido leídas maravillosamente por Cristina, pero quisimos desarrollar una poética particular interviniendo esas cartas con el cruce de lenguajes visuales y textuales. Y así abordar esa línea del tiempo de manera no convencional ni ilustrativa.

-¿Cómo se da el pasaje de Manuelita a Manuela?

Cristina Banegas: -Quisimos correrla del lugar de mascota, de muñequita de lujo del padre…

G.C.: -…Y sacarla de la imagen del envoltorio del jabón Manuelita que había cuando yo era chica (risas).

C.B.: -Sí, porque cuando muere su madre tiene que hacerse cargo del rol de la primera dama y actuar en Palermo, donde se construye una corte de Versalles criolla. Y allí tiene que extremar sus dotes diplomáticas.

G.C.: -El recorrido de nuestro trabajo intenta descubrir una situación de poder absoluto en la cual Manuela no era ajena a las decisiones. Era bella, seductora y sabía cómo debía actuar en cada momento.

-¿Cómo vive el exilio?

C.B.: -Pasa 20 años de vida muy ajustada económicamente por haber perdido todos sus bienes y es el exilio el que pone la marca fundamental en las privaciones y en el dolor con los que vive. Como sucede siempre.

G.C.: -No tenemos una pretensión académica, revisionista o didáctica, sino que intentamos mostrar la evolución de su figura en la intimidad del exilio. Y como ésta es una correspondencia no política sino doméstica, quisimos convertirla en un material poderoso: dejamos una estela armada para que los espectadores saquen sus conclusiones.

C.B.: -Manuela es una personalidad interesante, referente de una parte conflictiva de nuestra historia. Y la mostramos sosteniendo una imagen poética, dejando un trazo documental.

*Manuela Rosas, destino de exilio. en El excéntrico de la 18° (Lerma 420), los sábados a las 19