Cualquier persona que haya estudiado ciencias humanas en el mundo conoce el diccionario llamado Petit Robert. Su autoridad en la regulación de la lengua excede los límites del francés. Petit Robert no es solamente un reservorio de acepciones y formas cuyos dictámenes sancionan el buen decir, sino también el modo en el que se comunica el Estado Francés y las reglas generales de esa patria lingüística, heredera de la colonización económica y cultural que llamamos la francofonía.

Petit Robert es heredero del diccionario establecido por uno de los más grandes lexicógrafos de la historia, del siglo XIX, Emile Littré, cuya autoridad se derrama sobre los más importantes diccionarios del mundo. El suyo no sólo fue un diccionario de acepciones, sino también un listado de autoridades, que permiten que uno recurra a una definición, pero también al modo, al estilo, al gesto o al matiz con el que una autoridad de la lengua, moduló la palabra. Pero Littré, cuyo trabajo fue celebrado por los más grandes filósofos y escritores del mundo, debió renovarse. Renovarse es la tarea de todo gran diccionario, porque si no fuera así, muy rápidamente se convertiría en un “museo” de una lengua fosilizada y no en una ayuda para el uso real y actual. Petit Robert, que comenzó en 1951, es la edición en un sólo tomo, de la lengua francesa actual. Su renovación es una parte fundamental de la tarea de los lexicógrafos y gramáticos que registran los cambios más tenues o más violentos de la lengua.

Esa tensión entre lo establecido y la novedad en un diccionario es un tema apasionante, sobre todo porque todos podemos opinar sobre algo tan cotidiano y personal como “nuestro” modo de usar la lengua; y, la verdad sea dicha, muy pocos nos detenemos a pensar en las consecuencias que cierto uso idiosincrático o muy excluyente pueda tener para alienar a los hablantes de nuestras lenguas. Hay temas burocráticos (como la lengua en la que se escribe la ley que puede condenar la vida de un ser humano) o temas afectivos, e incluso temas económicos (cuando lo que necesitamos es intercambiar lenguaje por dinero, en el caso de todas las personas que vivimos de vender nuestro lenguaje, como las maestras, periodistas o quienes deben escribir una receta para salvar una vida). Lo cierto es que no podemos vivir con el lenguaje no reglamentado, pero tambien es verdad que las reglas están en constante cambio.

El debate que se intenta saldar no es menor: se trata del futuro, o no, del modo de nombrar(se) lo que puede sentar precedente con este cambio que instaló el Petit Robert (Foto: Sebastián Freire). 


Pronombre sin género

La semana pasada, como parte de la renovación periódica que hacen todos los diccionarios vivos del mundo, la edición online de Petit Robert registró para sorpresa de muchos, que esperaban un tono más conservador y un lapso de tiempo más extenso, el uso del pronombre “iel” para la tercera persona del singular en caso sujeto y “iels” para la tercera persona del plural “sea cual fuere su género”. Y la definió como de uso “raro”, es decir, poco frecuente. Y prácticamente no ha quedado ciudadano francés y hablante de la lengua sin expedirse sobre el tema.

Fabrice Pliskin, en Le Nouvel Observateur, argumentó fervorosamente contra la aceptación de lo que considera, apoyado en la filosofía del último “gran pensador” francés, Jacques Derrida, “una palabra reaccionaria, discriminatoria y de origen patriarcal”. De acuerdo con su teoría, pretende ser la palabra que define lo no binario pero es la que más nombra el binarismo (al unir “il y elle” que sería “el y ella” en español, en una única palabra. “lleva sobre sí, la presencia de lo que trata de rechazar y superar”. Y termina señalando la violencia de semejante entrada: “(un vocablo que) con el pretexto de “incluirnos” nos anexa”, denuncia.

El ministro de Educación de Francia también se expidió: “la escritura inclusiva no es el futuro de la lengua francesa”, su adopción temprana le parece todavía “inestable y complejo” (refiriéndose a que sus reglas de uso no son claras). La misma Primera Dama, Brigitte Macron, que sabe del tema, se expidió diciendo que con dos pronombres era suficiente. Pero la palabra también tuvo defensores. Elisabeth Moreno, encargada de la igualdad entre las mujeres y los hombres del gobierno, declaró que “es una progreso para quienes tienen la voluntad de reconocerse en ese pronombre”. Las periodistas de Le Figaro se preguntaron también si el diccionario debe ceder a lo que nombraron “presiones ideológicas”. Pero desde las oficinas de la publicación Robert se defendieron diciendo que efectivamente, vienen notando el uso creciente de voces inclusivas desde 2010. Habría que agregar que ningún hablante de ninguna lengua habla con todas las voces que registra un diccionario. Su origen iluminista trata de acercar claridad sobre esas voces y por más que haya habido épocas en las que su autoridad era respetada a rajatabla, los hablantes nunca permitieron que el diccionario cercene su creatividad. Hay palabras que son minoritarias, por la naturaleza misma de su uso, y nadie se escandalizó nunca porque en todos los diccionarios del español exista la palabra “apoquinar” o el sustantivo “borborismo” de uso muy poco frecuente como el 80 por ciento de las palabras registradas. En el mismo sentido, el diario Libération, tomó partido por la defensa del cambio y aclaró que no se trata de pensar en si el término “iel” es o no ideológico, porque en la lengua todo es ideología, selección, clasificación, etc.

¿Una moda o el futuro de la lengua?

Aun así, la irritación que despierta el debate. Es verdad que puede haber algo de policial en la indignación, pero también es posible que hay quienes se preguntan si es una moda pasajera o una renovación entre lo arcaico y el porvenir de la lengua. Y si bien es verdad que el lenguaje muestra vestigios de machismo en el uso, no es verdad que haya ninguna palabra que solo por su uso, tenga un potencial liberador ni revolucionario.

El escritor argentino Diego Vecchio, que es también profesor en Francia en París 8, comenta sobre el estupor de los francoparlantes, pero también señala inconsistencias en el modo en que se acuñó la palabra: “Que un diccionario sea sensible al uso y no a la norma, no tiene nada de extraño. Ya era hora. Lo extraño son las reacciones de indignación provocadas por esta operación, como si la invención de un pronombre fuera un cocobacilo inoculado en la lengua a fin de grangrenarla. Lo extraño también es que el diccionario Robert reconozca, en la misma entrada, para este pronombre sujeto neutro que busca escapar de la lógica binaria, las formas ielle y ielles, escritas con las marcas del género femenino. ¿Es el retorno de lo reprimido?”

¿Esto modifica la relación de aprendizaje de la lengua francesa, para los que la aprenden como segunda lengua?, también es parte del problema. Consultado el profesor Oscar Fiasché, que enseña en la sede Buenos Aires de la Alianza Francesa, dijo: “No me es indiferente esta mirada sobre el género….soy curioso y también respetuoso. Si tuviera que decir si esta acepción cambiaría mi manera de enseñar, yo diría que no. Pienso que tendría algunos matices. Trataría de adaptarme para no herir susceptibilidades. Me importa. Pero no veo que pueda interferir en mi modo de enseñar”.

Y también podríamos empezar a pensar las alternativas que nos ofrece el mismo Vecchio para deshacernos del problema: “¿Y si se suprimieran todas las marcas de género? ¿Y si se inventara una lengua en la que todo fuera exclusivamente de género femenino?”