El 11 de octubre de 1945 los kioscos de diarios y revistas abrieron más temprano que de costumbre. Había demasiado por contar. Primero, la renuncia de Perón a sus cargos y su despedida de la Secretaria de Trabajo y Previsión Social ante 70 mil trabajadores. Después, las dudas de Farrell, el anuncio de elecciones, la final entre Racing y Boca por la copa Británica George VI y hasta el estreno porteño de La favorita de los dioses, con la bomba de Dorothy Lamour. La Argentina de ese octubre de 1945 era un cuento en plena escritura, y aquel jueves, nublado, todavía faltaba una noticia más.

Con el slogan “¡Cómprela tempranito! ¡Se agotará en el día!” el dibujante y empresario Dante Quinterno, creador de Patoruzú, el último cacique de la Patagonia dibujado, bombardeó de avisos a la prensa local anunciado un semanario “de grandes historietas concebido especialmente para la juventud amante de las aventuras”. La nueva publicación se sumaría a la revista humorística Patoruzú (1936-1977) que Quinterno había creado con éxito escandaloso: 300 mil ejemplares vendidos por semana. Aquel jueves quería repetir la hazaña y lo logró: Patoruzito se agotó antes que las radios anunciaran la decisión del Ejecutivo de detener al General.

“¿Quién es Patoruzito?, ¿Qué es Patoruzito?” Las respuestas estaban en ese primer ejemplar: Patoruzito es Patoruzú de chico, el nombre de la infancia del cacique y de sus aventuras junto a sus amigos Pamperito e Isidorito. Pero también es el nombre de una nueva forma de concebir las revistas de historietas.

Primer número de la revista Patoruzito, del 11 de octubre de 1945

Movimiento, ritmo y plasticidad. Con esas tres palabras Trillo y Saccomanno definieron el cambió que produjo la publicación respecto del resto: las anteriores al 45 y las que nacieron ese año como Intervalo o Don Fulgencio, porque después de Patoruzito, nada fue igual.

De todo eso se habla en los dos gruesos tomos Las historietas de Patoruzito del coleccionista, narrador, ingeniero y apasionado lector Carlos Altgelt, a quien se le agradece la tarea de desmenuzar las 892 ediciones (la revista cerró en enero de 1963) para consignar fechas, tablas de historietas nacionales y extranjeras, personajes, dibujantes, cambios de formatos y de precio, y otros detalles como, por ejemplo, las veces que la revista no salió a la venta por escasez de papel o por huelgas. Porque estos dos tomos no solo hablan de los avatares de una revista sino de las formas de producción editorial en un período muchas veces estudiado por académicos pero que, curiosamente, siempre olvidan, a la hora de hablar de políticas editoriales en argentina, de fenómenos populares como la revista de Quinterno.

Por ese motivo, todos los trabajos de investigación de Altgelt son maravillas para lectores y piedras preciosas para estudiosos. Desde Rayos y Centellas, sobre las revistas argentinas del 46 al 67; Frontera: las revistas de Oesterheld; Cerebros piñas y humor sobre Bull Rockett, hasta, por ejemplo, Crack! Crack! Crack! sobre el Sargento Kirk, entre otros.

“Tardé cuatro años en escribir lo de Patoruzito, y tuve que escanear más de cuatro mil páginas de la revista para leerlas en la computadora. Si no fuese por mi problema con la maculopatía hubiese tardado la mitad”, dice Altgelt desde su casa de Martínez antes de partir a Michigan, Estados Unidos, donde vive parte del año. Su pasión por Patoruzito la descubrió gracias a su hermano mayor, que nunca faltó los jueves a los kioscos. Así conoció, tiempo después, el secreto de esa publicación de 30 páginas que “traía 25 historietas distintas” y “en lugar de ocultar a sus colaboradores como lo hacían otras revistas, se los destacaba”. El investigador habla de “fiesta para ojos”, y eso es verdad: Patoruzito cobijó a Vito Nervio; Rinkel el ballenero; Tucho de Canillita a Campeón; Hernán el Corsario y Fierro a Fierro de Roux, entre otras series nacionales, junto a las yanquis como Rogelio el conquistador, Rip Kirby o Cisco Kid. El plato fuerte, sin duda, fueron las humorísticas: Langostino de Eduardo Ferro en la retiración de tapa; junto a El gnomo pimentón de Oscar Blotta; Patoruzito en el centro y a doble página a color, y hacia el final, el magnífico Mangucho y Meneca de Roberto Battaglia.

El número final, del 31 de enero de 1963

Si la Edad de Oro de la historieta argentina no empieza con Patoruzito, “le pegó en el poste” asegura Altgelt, derribando, acaso con certeza, la idea preconcebida por la crítica de que su etapa brillante fue propiedad exclusiva de las revistas de Oesterheld. “La idea se aclara con sólo ver la increíble diversidad de material que salía, incluyendo el de origen nacional. Ese fue el gran mérito de Quinterno. Pareciera que luego de su aparición surgieron nuevas revistas de historietas por doquier. Sería quizá tan largo y tedioso como interesante investigar lo que se vendía en el kiosco en septiembre de 1945 y compararlo con lo que se vendía en, digamos, seis años después cuando salió Ping-pong el 10 de septiembre de 1951”.

Sin duda Langostino y Don Pascual, Ferro y Battaglia cambiaron para siempre el humor en la historietas, y todo lo que vino después parece menos moderno frente a las correrías en el almacén y a las olas que surcaba Corina. “Ambas fueron historietas humorísticas fuera de serie, de allí su longevidad en la memoria de sus lectores. Battaglia y Ferro rompieron barreras de lo absurdo con una inventiva sin límites. El dicho ‘Are you Manolo?’ (de los mozos de Battaglia) pasó al lenguaje popular de aquellos años. A ellos habría que agregarles, el Gnomo Pimentón y, por supuesto, Patoruzito y sus compañeros de aventuras. Aunque tanto Vito Nervio como Tucho Méndez también son cariñosamente recordados”.

La pasión de Altgelt es la escritura (tiene varias novelas), y está presente en cada línea de estos dos tomos y así lo expresa: “Me encanta escribir y lo hago todos los días desde que me jubilé a fines de 2004. Sobre el coleccionismo voy a citar al escritor Eduardo Orenstein que habla de dos tipos de coleccionistas: uno, el Agujero Negro que es ‘un depredador insaciable que captura cualquier colección u objeto de su interés, y el objeto desaparece’, y la otra clase, a la que según Orenstein yo pertenezco, es la de ‘alguien que en vez de hacer desaparecer todo lo que toca, lo hace brillar, lo ubica, lo devuelve, y lo comparte’”. Yo me considero humildemente miembro de lo que algunos llaman ‘arqueólogos de la historieta’. Lo único que pido es que cuando me muera, mi mujer no venda mis colecciones por el precio que le dije que las pagué”.

Los dos tomos de Las historietas de Patoruzito se consiguen en elclubdelcomic.com.ar.