Estallido social. Represión policial. Cinco presidentes en once días y un quiebre económico y político que marcó a fuego la historia argentina. A veinte años de la crisis de 2001, el teatro evoca ese tiempo, y en ese marco es el actor, dramaturgo y director Alberto Ajaka quien acerca al público una propuesta donde la ficción se entrelaza con la biografía familiar y la experiencia colectiva.

Se trata de La vergüenza de haber sido y el dólar de ya no ser. Testimonio dramático de un sobreviviente (1997-2001), escrita especialmente para acompañar la muestra fotográfica 2001: Memoria del caos. De la atomización a la organización popular que se exhibe en la Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985). En el mismo espacio, y con acceso gratuito, la obra se presentará este sábado 4 y el 11 de diciembre, a las 20.

A fines del siglo pasado, la tregua de paz (cambiaria), lograda apenas un tiempo atrás, se quiebra. Casi nadie cree lo que sus ojos ven (en las pizarras). La máscara del modelo ha caído y deja expuesto el verdadero rostro de su mentirosa perfección. La ley de convertibilidad vigente lo único que convierte es el sofá en cama para que en su colchón se eche a dormir el verde canuto. Una realidad de cartón que se desarma y en ella, entre todas sus caricaturas, la modesta existencia de un joven Ajaka queda a merced de la tragedia que ya se anuncia”. Así se anticipa el argumento de la puesta con la que el actor debutará en el formato unipersonal.

Según advierte Ajaka, en diálogo con Página/12, su obra no llega a abordar la crisis que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa, pero sí retrata los acontecimientos previos que facilitaron la implosión. “Me interesó hablar de los años anteriores al 2001, porque esos fueron los momentos en los cuales el modelo económico del menemismo comenzó a mostrar su verdadero rostro, su lado imperfecto y se cayó el velo. Para aludir a la crisis, quise hablar fundamentalmente de nuestra relación con el dólar y la inflación, porque no tenemos que olvidarnos de que De la Rúa ganó las elecciones porque prometió no tocar la convertibilidad. Votamos eso, y me incluyo en esa decisión. Todos fuimos responsables de creer que nuestro peso efectivamente valía un dólar”.

El monólogo de Ajaka forma parte de una programación teatral que busca reflexionar sobre las consecuencias del modelo neoliberal, y que se completa con otro título como el de Recorte de Jorge Cárdenas cayendo, de la Compañía Terceto, dirigido por Juan Pablo Gómez, y que homenajea a uno de los hombres que se habían sumado a la revuelta popular y resultó asesinado por la policía. También habrá dos funciones el 17 y 18 de diciembre, a las 20.

“Hacer una pieza de carácter testimonial es algo novedoso para mí”, comparte Ajaka quien, además de actuar, oficia de director de su propia dramaturgia inspirada en algunos recuerdos de su vida familiar y sobre todo en la figura de su padre, Alberto (Tito) Ajaka. “Fuimos socios, y estuvimos siempre juntos en permanente fricción. Desde que él murió el año pasado, siento que se fue la persona que iba a saltar por mí y que siempre me iba a cuidar”, comparte el intérprete que revisita la década del noventa, época en la cual administraba la imprenta familiar emplazada en una zona fabril de Ramos Mejía.

“En esos años, nuestra fábrica no cerró, pero debido a las políticas de importación uno de nuestros vecinos, que fabricaba camisas, se fundió en seis meses. Y a otro vecino que era jefe de taller en una tornería, lo jubilaron de forma anticipada”, recuerda.

La destrucción del tejido social es, precisamente, uno de los ejes de este nuevo proyecto escénico, que continúa en la línea de Los Rotos, su anterior trabajo a cargo de la compañía teatral Colectivo Escalada, con el que Ajaka decidió llevar a escena una radiografía de la marginalidad. “Este nuevo material tiene el mismo espíritu de Los Rotos porque habla de los mismos años en los cuales algunos barrios de clase media baja se empezaron a derrumbar en la medida que comenzaron a cerrarse los talleres y las fábricas. Esas persianas que se bajaron no abrieron nunca más”.

A veinte años de aquel fatídico diciembre, el actor advierte que la economía local aún no encuentra el rumbo. “En estos días se conocieron declaraciones de Cavallo donde dijo que a la Argentina le convenía poner al dólar como moneda. Creo que seguimos sin tener idea de cómo resolver esta situación. Y por eso la mejor catarsis que podemos hacer con esta obra es que entendamos que la relación que tenemos con el billete dólar y con la inflación es lo que sigue generando cada vez mayor pobreza”.