Desde Río de Janeiro

Ha sido una semana de victorias del ultraderechista Jair Bolsonaro. Logró aprobar en el Senado una ley que le permitirá liberar a diputados y senadores enmiendas al presupuesto nacional sin ningún control sobre el destino de generosos millones. Tampoco se sabrá el nombre de los contemplados. Faltan ajustes finales, pero todo indica que será aprobada: al fin y al cabo la reforma incluye el “Auxilio Brasil”, unos 75 dólares que se distribuirán cada mes a 17 millones de miserables.

La más sonora de las victorias, en todo caso, fue la aprobación, en el Senado, del nombre de André Mendonça para el Supremo Tribunal Federal.

Dice la ley que, para integrar el grupo de once ministros de la corte suprema de Justicia, es necesario “notorio saber jurídico y reputación inmaculada”.

El currículum de André Mendonça muestra que nació en la ciudad portuaria de Santos, estudió en Bauru, interior de la misma provincia de San Pablo, hizo especialización en Brasilia, maestría y doctorado en Salamanca.

Es decir: además de viajar mucho, estudió bastante. Pero no hay nada que indique "notorio saber jurídico”.

A sus 48 años tuvo más bien una trayectoria discreta en puestos públicos. Publicó tres libros. Uno, como coordinador de una reunión de textos jurídicos. Los otros son sus tesis de maestría y doctorado. Y nada más.

Con relación a la “reputación inmaculada”, mejor ni hablar. Ha sido Abogado-General de la Unión y ministro de Justicia bajo el peor gobierno de la historia de la República, precisamente el de Bolsonaro. Y todas sus iniciativas en ambos puestos fueron destinadas a proteger a la familia presidencial y perseguir a opositores, atropellando las reglas más elementales de la democracia.

Fue a parar a la más alta corte de Justicia gracias al voto de 47 senadores. Otros 32 votaron en contra.

Para seducir a esos 47 senadores, Mendonça, que en más de una ocasión prestó saludo militar a Bolsonaro, a quien clasificó varias veces como “profeta”, no medió esfuerzos.

Prometió que no será lo que es y que no hará lo que siempre hizo. A ver ahora qué pasará.

Ocho horas duró la sesión de preguntas y respuestas frente a los senadores.

Se hizo evidente que la preparación, además de un implante capilar, incluyó un intenso entrenamiento para que Mendonça participe en la sesión.

Trató de deshacer la imagen de ser “terriblemente evangélico”, que fue la razón por la que Bolsonaro justificó su nombramiento a la corte suprema. Gracias al entrenamiento al que fue sometido, dijo que “en la vida personal, la Biblia; en el Supremo, la Constitución”, como si pudiese ocurrir el revés.

Contrariando frontalmente a Bolsonaro defendió el Estado laico, reconoció el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, atacó a la dictadura militar y la tortura tan elogiadas por el clan presidencial, en fin, todo un demócrata progresista.

Tan pronto tuvo su nombre aprobado, volvió a ser el de siempre. Fue al despacho de un senador evangélico, se reunió con evangélicos, recibió la eufórica visita de la primera-dama Michelle Bolsonaro, evangélica, y un batallón de mercaderes de la miseria y de la fe ajenas autonombrados “pastores” de iglesias creadas para recaudar dinero.

En su primera declaración pública dijo que dio “gloria a Dios” por la victoria, que fue “un paso para el hombre pero un salto para los evangélicos”.

Bolsonaro, a su vez, no decepcionó. Recordó que “mi compromiso de llevar al Supremo alguien terriblemente evangélico se concretizó”.

Queda por ver si además de terriblemente evangélico André Mendonça será también, en la más alta instancia de la Justicia brasileña, terriblemente obediente a Bolsonaro.

Hay cinco pedidos de juicio al presidente abiertos en el Supremo. ¿Cómo votará Mendonça?

Fue la segunda indicación del ultraderechista al Supremo Tribunal Federal. Cuando ingresó el primero de sus designados, Bolsonaro dijo “ahora tengo 10% del STF”. ¿Habrá ahora logrado 20%?

Si se mantiene fiel a toda su vida, seguramente el nuevo integrante de la corte máxima indicará que sí.

Será la victoria de Bolsonaro y una tremenda amenaza para el país.