A Boris Johnson parecen preocuparle más las navidades que el Ómicron a pesar de que este domingo se registró un aumento del 50 por ciento de los casos. El primer ministro desautoriza abiertamente a miembros de su propio gobierno y partido que admiten la necesidad de revaluar la celebración navideña para limitar al máximo el número de interacciones sociales. “Veo gente preocupada porque hay mucho comentario y discusión sobre la necesidad de cancelar eventos navideños. Mi mensaje es que se queden tranquilos y sigan adelante con sus planes. Las navidades van a ser normales”, insistió el viernes.

A festejar


Navidades normales son las célebres fiestas pre-navideñas en los lugares de trabajo, que en esta cultura anglosajona muchas veces se parecen a bacanales Bajtianas, entre empleados, jefes y asociados que viven a cara de perro durante el resto del año. Navidades normales son los numerosos eventos escolares y barriales con presencia de todas las familias, el canto comunal de los “Carols” (villancicos) en eventos que se repiten cada navidad, y por supuesto el omnipresente paseo de compras que satura el centro de las grandes ciudades y los “shopping centres” de todo el país. Este in crescendo festivo es una prolongada previa que se lanza en noviembre y culmina el 25 con la gran fiesta familiar, probablemente la única ocasión anual en que se ven todos los miembros de la tribu – primos, tíos, etc – que con frecuencia residen en distintos lugares del país. Es decir que además de una enorme inyección económica vía consumo, la navidad puede tener un impacto político si en vez del optimista mensaje festivo de la época que se espera del establishment político y monárquico, se lanza un sombrío alerta. Y la realidad es que puesto a elegir Johnson se inclina por la popularidad, sea con Brexit, Christmas o Covid.

La popularidad, que puede ser un faro útil, pero no infalible de la acción política, termina en desastre si choca con la realidad a la manera del Titanic con el témpano. Y en esta navidad se empieza a sentir ese “deja vu”. Porque todo este optimismo ganador, toda esta euforia previa, todo esta certeza inconmovible ya la hemos vivido: Boris se repite a sí mismo tanto desde la farsa como desde la tragedia. Veamos ejemplos del Covid para que la lista no se vuelva indigesta. Cuando la pandemia hacía estragos en el continente europeo a fines de febrero y principios de marzo del año pasado, la cosa popular era mantener todo abierto, algo que el gobierno ratificaba con cada pronunciamiento que hacía porque con típica mentalidad insular lo que pasaba en el continente estaba lejos y los ingleses querían (naturalmente) la economía abierta y aspiraban además a una rutina inmodificable. En medio de una visita a un hospital, un Boris que ni por asomo en esa época usaba barbijo, bromeó ante las cámaras que le había dado la mano a pacientes de Covid. Cuando un par de semanas más tarde la proyección de 250 mil muertes si no se actuaba lo obligó a reaccionar, decretó el confinamiento. 

Optimismo

Mejor tarde que nunca, pero la demora disparó el número de muertes e internaciones. En un negrísimo tramo de 22 días en abril murieron mil personas por día. Así era la cruda realidad: el confinamiento les había llegado demasiado tarde. En el momento la excusa gubernamental fue la ignorancia sobre el Covid de las autoridades médicas y políticas del Reino Unido y del mundo entero, pero como para rebatir esa premisa de que se aprende con la experiencia, unos meses más tarde, en septiembre, con toda Europa preocupada con la segunda ola, Boris se negó a intervenir hasta que en noviembre con el Servicio Nacional de Salud (NHS) desbordado y un salto de los contagios y las muertes, que habían pasado de una decena dos meses atrás a un promedio de 400 diarios, decretó un nuevo confinamiento. El comienzo del proceso de vacunación el 8 de diciembre activó nuevamente el optimismo de Boris: se levantaron parcialmente las restricciones y el primer ministro prometió navidades normales (en julio había llegado a decir que todos nos besaríamos y abrazaríamos durante las fiestas). Ante la nueva avalancha de casos tuvo que improvisar una nueva política poco antes del día navideño con limitaciones al número de gente que se reuniría y recomendaciones seguramente inútiles porque llegaban muy tarde. Aparentemente el primer ministro no estaba pensando en él mismo al anunciar las nuevas medidas. La policía está investigando si Johnson tuvo el diciembre pasado en 10 Downing Street dos fiestas navideñas que violaban los propios protocolos gubernamentales.

A seguir vacunando

Hoy el gobierno, ante el desafío del Ómicron, sigue apostando la enorme mayoría de sus fichas al proceso de vacunación. Está haciendo una campaña denodada para que todos los que se hayan dado las dos dosis se apliquen el “booster” para reforzar la protección de las vacunas que se debilita con el paso del tiempo. Para que no lo acusen de una reacción a destiempo con el resto del mundo, unos cuatro días después de que se informó públicamente en Sudáfrica de la nueva variante, el gobierno decretó una medida elemental de protección social: el barbijo es obligatorio en el transporte público y negocios. Un verdadero avance si se considera que este año, desde julio, el gobierno nacional dijo que el barbijo era opcional en trenes, colectivos y subtes mientras que las autoridades de transporte de las principales ciudades – Londres, Manchester, Liverpool, etc - señalaban que su uso era obligatorio: todo quedaba a la interpretación del usuario. 

Casi medio año más tarde se ha alcanzado cierta claridad en este aspecto de la política pública contra el Coronavirus. En otros aspectos persiste la ambigüedad, la vaguedad y hasta una resistencia absurda, un no dar el brazo a torcer por narcisismo político, para no perder autoridad. En vez de impulsar activamente que el que pueda trabajar desde casa lo haga, el gobierno lo ha dejado al libre albedrío de cada uno – incluyendo las empresas – con lo que deja potencialmente abierta esa vía para los contagios. Algunas empresas intentan hacerlo, otras prefieren que no, nadie lo tiene muy claro si el gobierno mismo, quien tiene mucha más información que ellos, no se decide. Por el momento los casos detectados con Omicron parecen pocos: este domingo se informó de 86 nuevos casos de la variante, que llevan el total del Reino Unido a 246. El tema es que los primeros números que se detectan de una nueva variante son siempre bajos, la clave es el nivel de reproducción, la famosa tasa R que puede convertir este número en decenas de miles en muy poco tiempo. Medido así, en un día, entre el sábado y domingo, los casos crecieron un 50 por ciento. A lo que se suma que el Reino Unido arrastra un problema pre-Omoicron. 

Merry Christmas

En julio se detectaron unos 40 mil contagios diarios del Covid, variante Delta. Con el optimismo veraniego y el escudo de la vacuna, no se le dio mucha importancia. Desde entonces el número diario de contagios no ha variado mucho: el punto más bajo fue una semana de septiembre con 24 mil casos promedio, el más alto es ahora, el 4 de diciembre, con 45 mil casos. Entre julio y diciembre el número de muertes se duplicaron: alrededor de 130 diarias en esta primera semana de diciembre, Mientras tanto en el Servicio Nacional de Salud (NHS) viven el deja vu de fin de año. A la pandemia y ahora el Omicron se suma el general invierno que ha producido una catarata de casos gripales, algunos de los cuales terminan en el sistema hospitalario. En público las organizaciones médicas y de enfermeros han exhortado al gobierno a que aplique cuanto antes medidas restrictivas para evitar que el NHS quede desbordado por la nueva mutación. En privado, enfermeros y médicos, dicen que esto ya ha ocurrido y que el precio lo están pagando no solo los pacientes de Covid sino los de otras enfermedades que no son detectadas, atendidas o que quedan postergadas para un futuro incierto. A todos ellos, eso sí, Boris les dirá (como, por otra parte, corresponde), "Merry Christmas" .