El mundo enfrenta un desafío mayúsculo en materia ambiental que implica adoptar medidas concretas para mitigar las consecuencias generadas por el cambio climático, un resultado directo de diferentes acciones que generan aumento en las temperaturas globales del planeta. Los resultados están a la vista: sequías prolongadas, derretimiento de glaciares y alteraciones en los regímenes de precipitaciones, entre otros, son prueba fehaciente del daño generado por el hombre.

En ese contexto existen ecosistemas que requieren un mayor cuidado, no solo por su diversidad biológica, sino por el rol que juegan en la lucha contra el calentamiento global. Es por ese motivo que en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático número 26 (COP26), celebrada hace unas semanas en la ciudad escocesa de Glasgow, se destinó por primera vez un pabellón específico a un ecosistema que adquiere cada vez más valor: las turberas. Se trata de un tipo de humedal compuesto por materia orgánica que genera capas que se superponen entre ellas en condiciones de bajo oxígeno y sin demasiada posibilidad de transporte. Para tomar dimensión, una turbera de diez metros demora 10 mil años en formarse.

Sobre estos escenarios frágiles que brindan características paisajísticas peculiares disertó Adriana Urciuolo, docente, investigadora y ex vicerrectora de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (UNTDF), quien fue directora de Recursos Hídricos en la provincia fueguina durante 18 años. En diálogo con el Suplemento Universidad, la ingeniera civil ponderó las virtudes de un ecosistema cuya preservación es clave por su capacidad de funcionar como “grandes almacenes” del dióxido de carbono, señalado como el mayor impulsor del calentamiento global.

—¿Qué tan importante son las turberas en la lucha contra el cambio climático, y en qué regiones predominan?

—Las turberas se han ido formando a través de miles de años y poseen muchísimos beneficios para la población. Al desarrollarse en condiciones anóxicas de semidescomposición, si uno las perfora puede encontrar en diez metros información ambiental que permite reconstruir climas pasados, por lo que poseen una gran importancia paleoambiental. Por otra parte, además de ser el hábitat de diferentes especies y vegetales, son grandes almacenes de carbono, que queda depositado en esa materia orgánica sin oxígeno; ahora bien, cuando se drena para fines extractivos, ese carbono se libera a la atmósfera y genera los daños que ya conocemos. De allí la importancia de conservar las turberas por su contribución indiscutible para mitigar el cambio climático. En cuanto a su localización, estos ecosistemas abundan en el norte de Europa, en especial en los países nórdicos, en Canadá y las regiones andinas, como lo es la Patagonia.

—¿Cómo surgió la posibilidad de exponer en uno de los pabellones disponibles en la COP26?

—En 2008 hicimos un taller binacional junto a colegas chilenos denominado “hacia una estrategia para el uso racional de las turberas” que marcó el comienzo de un trabajo conjunto a partir de diversos encuentros. A raíz de ello, este año se habló la posibilidad de impulsar una iniciativa patagónica de turberas conjuntas, ya que el 90% de este ecosistema en el país se encuentra en Tierra del Fuego, que tiene como fin trabajar por su conservación. Así fue como en el marco del pabellón destinado por primera vez a estos humedales en la COP26 los colegas de Chile decidieron hacer un encuentro virtual para presentar el proyecto, y me invitaron para exponer en representación de Argentina.

—¿Qué ejes abordó?

—Mi exposición consistió en la presentación de la de ruta de conservación de las turberas en el país, que implicó un resumen de todo el proceso llevado adelante junto a organismos de investigación, áreas técnicas gubernamentales y la colaboración de distintas universidades extranjeras, de Alemania, Países Bajos, entre otras, en la lucha por defender la importancia de un ecosistema del que el ciudadano “común” sabe poco. También presenté un proyecto actual que estamos trabajando junto al Gobierno provincial para que exista un mayor control y buenas prácticas en el uso extractivo, con el propósito de que no sea un desastre. La realidad es que se trata a las turberas como minerales, pero son humedales, y si no se trabaja con cuidado los resultados pueden ser calamitosos, como tener un desierto en lugar de un humedal.

La posición argentina

—¿Cuál es el rol que cumple la UNTDF en esta temática?

—Actualmente se trabaja en dos líneas: por un lado, hay un proyecto encabezado por la doctora Verónica Pancotto, una investigadora del CONICET que suele abordar las dinámicas del carbono en los humedales; y por el otro, un proyecto que dirijo sobre el rol que juegan las turberas en las distintas cuencas fueguinas en relación con la comunidad, para así saber cuáles son importantes para el agua potable y cuáles para la conservación del turismo.

—¿Cómo valora la posición argentina respecto al tratamientos de los problemas vinculados al cambio climático?

—En primer lugar, hay que resaltar que los resultados de la COP no fueron los esperados, más allá de algunos acuerdos con algunos países para iniciar acciones específicas. Lo que sí considero valioso es que la discusión continúe vigente, y en esa línea creo que en la Argentina se observa una gestión a nivel nacional preocupada por el medio ambiente, por avanzar en cuestiones vinculadas al cambio climático y por los humedales, aunque sobre este punto necesitamos que salga pronto la ley. Uno trata de tomar los aspectos positivos siempre, sabemos que son procesos largos pero que tienen un eje clave que es la toma de conciencia por parte de la población. Hace 20 años nadie sabía lo que eran las turberas, y hoy ver a los chicos en las escuelas hablar sobre este tema nos llena de emoción.

—¿Qué señales hay en la región que exhiban los daños generados por el calentamiento global?

—Lo más visible en la Patagonia es el retroceso de los glaciares. A lo largo de mi gestión en el área de Recursos Hídricos se realizaron diferentes mediciones a través del tiempo, y los resultados que muestran ese retroceso son indiscutibles. Otra señal en la región son las grandes sequías, que sabemos a través de modelos climáticos disponibles, que van a continuar. Esto afectará a grandes ríos que hoy son generadores de economías regionales, como el Colorado y el Chubut, por lo que resulta urgente comenzar a pensar en medidas de adaptación para saber cómo seguir ante ese escenario. A su vez, en Tierra del Fuego está el Glaciar Martial, ubicado sobre la ciudad de Ushuaia, que sabemos que en 50 años probablemente ya no esté, y como no podemos hacer nada para frenar su retroceso la alternativa es cuidar aquellos elementos naturales que regularán la hidrología para cuando el glaciar no exista más, y uno de esos recursos son las turberas; de allí la importancia de no drenarlas y no explotarlas sin consideración alguna.

Entre lo irreversible y lo evitable

—Por lo que menciona, los modelos climáticos hablan de una dinámica casi irreversible. En ese orden, ¿las medidas pensadas apuntan a frenar el avance o a ver cómo seguir una vez que los resultados sean más visibles?

—Precisamente por esta controversia cuando se habla de cambio climático se piensa en adaptación o mitigación. Sobre este último concepto se trabaja en intentar reducir lo más posible las emisiones de dióxido de carbono o metano enviadas a la atmosfera para mitigar los efectos del cambio climático. Por otro lado, en las situaciones en las que no se puede hacer nada se habla de adaptación, que implica pensar cómo obtendremos el agua, cómo se regulará la hidrología, qué tipos de energías utilizaremos, entre otras disyuntivas. Hay daños que son irreversibles, por lo tanto la única opción es investigar alternativas con el fin de adaptarse a ese nuevo contexto.

—Existen marchas en todo el planeta que exigen medidas concretas para combatir el cambio climático, y hay quienes lo niegan o minimizan. ¿En qué punto de concientización social estamos?

—Considero que hay aspectos en los que falta generar una mayor conciencia, como es la explotación de los recursos. Si bien falta mucho, las movilizaciones, las grandes reuniones como la COP, son instancias que ayudan a poner el tema en agenda. En el caso del extractivismo, una vez que las turberas se drenan empiezan a desaparecer, de modo que es vital comenzar a discutir su regulación, quién gana y quien pierde, o cuánto se gana y pierde con este tipo de prácticas. Así como en Esquel la población comenzó a debatir si quería o no la minería, creo que esa discusión también tenemos que darla en Tierra del Fuego sobre la utilización no sustentable de los recursos.

—¿Cuáles son los proyectos pensados a futuro en referencia a esta temática?

—Estamos muy ilusionados con poder continuar el proyecto que comenzamos en la universidad sobre la iniciativa patagónica de turberas junto a los profesionales chilenos. Nosotros solemos decir que el ambiente no tiene fronteras, los elementos naturales son los mismos de un lado y del otro, por lo que el objetivo no solo es buscar alternativas de conservación conjunta, sino lograr posicionar nuestros estudios en la iniciativa global que existe sobre turberas para obtener fondos que permitan no solo profundizar las investigaciones, sino adoptar medidas orientadas a reemplazar el uso extractivo, porque al mismo tiempo sabemos que hay gente que trabaja de eso, por lo que apuntamos a que con esos fondos logremos brindarle el mayor uso racional posible a la turberas.