Desde Washington
Cuando le falta poco más de un mes para cumplir su primer aniversario como presidente, Joe Biden apuesta a mostrar a Estados Unidos como faro de la democracia. Con pocos logros que exhibir en el ámbito interno, el mandatario destinó la última semana a desplegar la estrategia de la Casa Blanca para combatir el autoritarismo. Una política exterior que, basada en la proclamación de los valores democráticos, tiene un único fin: aislar a sus principales rivales geopolíticos, Rusia y China.
“La democracia necesita defensores”, dijo Biden el jueves pasado al abrir su Cumbre para la Democracia, un encuentro virtual que reunió a unos 100 participantes entre gobiernos, integrantes de la sociedad civil y líderes del sector privado. La invitación no fue enviada a China, Rusia y Turquía. Tampoco llegó a Hungría, el único miembro de la Unión Europea que quedó fuera. En Latinoamérica y el Caribe, los excluidos fueron Bolivia, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Venezuela.
Al abrir el evento, Biden sostuvo que pensó la cumbre “ante los continuos y alarmantes desafíos” a los derechos humanos. Tendencias que, agregó, son exacerbadas “por la presión exterior de los autócratas” que pretenden “exportar y ampliar su influencia en todo el mundo”. Esa influencia es la que preocupa a Washington y a un gobierno demócrata que asumió enfocado en recuperar el terreno internacional que, según su análisis, Estados Unidos perdió durante el gobierno de Donald Trump.
Biden también advirtió contra las “voces que buscan avivar las llamas de la división social y la polarización política”. “Lo más preocupante de todo –añadió–, lo hacen aumentando el descontento con los gobiernos democráticos de personas de todo el mundo que consideran que no satisfacen sus necesidades”.
Un sector de Washington parece genuinamente preocupado por la degradación de las democracias, incluida la propia. En el discurso de apertura, Biden citó un informe de Freedom House, una ONG con sede en la capital estadounidense que dice que 2020 fue el decimoquinto año consecutivo en el que las libertades retrocedieron a nivel mundial. “He querido organizar esta cumbre porque aquí, en Estados Unidos, sabemos tan bien como cualquiera que renovar nuestra democracia y fortalecer nuestras instituciones democráticas requiere un esfuerzo constante”, dijo el mandatario. Una referencia a la forma en la que terminó el gobierno de su antecesor y empezó su presidencia: entre denuncias infundadas de fraude, un ataque al Capitolio en Washington y una ceremonia de investidura militarizada.
En el tablero mundial que lo enfrenta a China y a Rusia, la cumbre le sirvió a Biden para mostrar a sus aliados y a los países que Washington todavía considera dentro de su zona de influencia. El G7, el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, que comparte con Japón, Australia e India, y parte de Latinoamérica.
No es una casualidad: el gran objetivo de la presidencia demócrata este año en materia de política exterior fue intentar recomponer la relación con los aliados que, según analizan en la Casa Blanca, quedó profundamente herida con Trump en el poder. La desastrosa retirada de Afganistán en agosto pasado no colaboró con esa misión. La pandemia, que no solo no terminó sino que sigue sumando casos, tampoco: si Biden quería viajar para recomponer las relaciones personalmente, se encontró con nuevas variantes del virus que impidieron cualquier tipo de certeza y previsión en el movimiento internacional. Como recurso, le quedaron las cumbres virtuales.
Durante el encuentro, la Casa Blanca anunció la Iniciativa Presidencial para la Renovación Democrática, un fondo de hasta 454 millones de dólares destinados a cinco áreas que el gobierno estadounidense juzga “cruciales” para la transparencia y la rendición de cuentas. A través de USAID, la agencia con la que Estados Unidos distribuye fondos a nivel internacional para iniciativas alineadas con su política exterior, buscará apoyar “medios libres e independientes”. Otros ámbitos que apoyará esta iniciativa serán la lucha contra la corrupción, tecnología cívica, grupos activistas por la igualdad de género y comunidades LGBT y los procesos electorales “libres y justos”.
La cumbre también le fue útil para mencionar parte de la agenda interna demócrata. “Aquí en casa, esto significa trabajar para que toda la promesa de Estados Unidos se vuelva una realidad”, dijo al cerrar el encuentro virtual. Para Biden, esto incluye aprobar proyectos de ley que permitan avanzar en los derechos electorales, un ámbito que sufrió retrocesos este año en estados gobernados por el Partido Republicano. “El derecho sagrado a votar, a votar libremente – el derecho a que tu voto sea contado es el umbral de la libertad para la democracia”, sostuvo.
En forma paralela a la cumbre, la diplomacia de Washington se encargó la última semana de mover sus fichas contra Rusia y China. En el primer caso, con una videollamada entre Biden y el presidente ruso, Vladimir Putin, que tuvo lugar el martes pasado. Los ojos de la Casa Blanca están puestos en la situación en la frontera con Ucrania, tras los recientes movimientos militares rusos.
En la videollamada, según la versión que dio a conocer el Gobierno de Biden, el mandatario “reiteró su apoyo a la soberanía e integridad territorial de Ucrania y llamó a frenar la escalada y a volver a la diplomacia”. También discutieron sobre seguridad digital y sobre el trabajo conjunto en temas regionales, como Irán, según el comunicado difundido por la Casa Blanca.
El jueves Biden también mantuvo una llamada telefónica con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Según difundió la Casa Blanca después de la charla, Biden le manifestó “la profunda preocupación” de Estados Unidos y de sus “aliados europeos” sobre las “acciones agresivas de Rusia” y le aseguró que “responderían con fuertes medidas económicas y de otro tipo en el caso de una mayor intervención militar”. Un alto funcionario del gobierno dio luego más detalles sobre qué otro tipo de respuesta ya tiene en mente Washington: “Darle material defensivo adicional a Ucrania y fortificar a nuestros aliados de la OTAN en el flanco oriental”.
Contra China, Estados Unidos anunció el lunes un boicot diplomático. No enviará ninguna representación oficial a Pekín para los Juegos Olímpicos de invierno de 2022 ni para los Juegos Paralímpicos. La razón, según la secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, es "el genocidio y los crímenes contra la humanidad que ocurren en Sinkiang y otros abusos contra los derechos humanos" de parte de China. Se refirió así a uno de los principales conflictos en el noroeste del gigante asiático: Naciones Unidas denuncia que allí las autoridades estatales detuvieron masivamente a miembros de la etnia uigur, una minoría musulmana, y los encerró en lo que el gobierno chino llama "campamentos de reeducación".
Desde un país en el que el deporte tiene un papel central en la vida cultural, la funcionaria también tuvo que agregar que la delegación deportiva estadounidense tendrá “todo el apoyo”, pero que el gobierno no colaborará “con la fanfarria de los Juegos”. Para China, la decisión de Washington es simplemente “manipulación política” y un “grave insulto a 1.400 millones de chinos”.