Tantos años de vida en común y ahora tenemos un romance de vos encharcada en mi cama. ¡Qué amistad tan grande, amiga!

Te late la entrepierna como si tuvieses un animal convulsionando debajo de la piel. Calma a la fiera que hace muchas horas nos tiene dando vueltas por el infierno. “¡Me estoy quemando!” me decís. Corro como si fuese un bombero, le enciendo el ventilador a los cuerpos. Lo pongo en cuatro. Me pongo en cuatro. ¡Te veo transpirar en el reflejo de la ventana!. Esta amistad tan grande es ver el agua de tu cuerpo mojado en un vidrio. Y que sea de día. Porque ya fue de noche dos veces y los reflejos de las noches se ven mucho mejor. Hay botellas de agua en el freezer. Comimos media sandía y un melón. Que común era antes comer frutas con vos y verte transpirar y que elocuente excitación es en un reflejo ahora. Transpiraste tanto a mi lado, amiga: en fiestas, marchas y corriendo colectivos. En los eneros que nos quedamos en Buenos Aires comprando tabaco entre las dos para gastar menos. Pero ya ni sé qué son los gastos, porque me distraigo en cómo descansas la lengua en el paladar, que fatiga esta calentura que no para. Que agotada debés tener la lengua. ¿Cuándo fue la última vez que nos cansamos tanto?

Y así como si nada, en ausencia de reflexión y observación, te levantás y me decís que no podés ponerte ninguna de las bombachas que hay guardadas en tu cajón. ¿Por qué?, te pregunto preocupada. “Estoy toda hinchada”. Mejor no vestirse para no lastimarse, de eso en algún momento tendremos que hablar, amiga. De la reducción de daños. Ilesas ya no estamos. Tengo toda la espalda ardida de tus uñas haciendo fuerza. Es esa criatura que tenés adentro, que te hace latir un corazón más fuerte del que tenías antes. Digo antes porque yo no sabía que estaba ahí, yo no conocía esto, amiga. ¿Saldremos algún día de estas cuatro paredes? Otra vez el cuatro. Otra vez en cuatro. Con las palmas de las manos bien firmes en el colchón. cuadrúpedo será también ese animal que tenés adentro. También soy yo, que por todos lados me meto, ¿hasta cuándo amiga?. Vos no podés ponerte bombachas, yo tengo la espalda herida, vos la lengua agotada. Y sin embargo seguimos la corriente de este río que sabe dulzón. Dormite un rato, te propongo. Me hacés caso desparramando los tatuajes en la cama. Antes eran tatuajes y ahora ¿qué son?. Te cambió el cuerpo, amiga. No te cambió nada, soy yo caliente con las flores de tus dos brazos, con el cangrejo al que te acompañé en la segunda sesión. El del pecho ¿Cuándo te lo habías hecho? Qué importa si ahora todo tu cuerpo impreso no me va a dejar dormir, ¿es que ya no podré soñar? Ojalá esto fuese un sueño, de esos en los que una aparece con la cara de la otra. Pero es otra. Tal vez te estoy confundiendo con una amante futura de la que me voy a enamorar perdidamente en un colchón que no es este, que justo es el tuyo. Tiene que ser otra cosa, tiene que tener otro animal adentro. Tiene que ser una desconocida. Del sueño no me despierto y ahora, lo que es peor, con vos dormida yo también hinchada. Otra vez revuelvo el cajón del que ya sacamos todo lo que había. Y lleno de agua la cama en donde dormís plácidamente. Con los tatuajes debajo de las gotas. Con la entrepierna que late.