De un lado las piedras del hartazgo, el fuego en las esquinas, panzas vacías reclamando comida, gomas quemadas, piquetes, cacerolas, la militancia, la salida organizada y también autoconvocada. Del otro lado el brazo armado del Estado, con todo un arsenal, balas de plomo, de goma, cachiporras, gases lacrimógenos, fuerza identificada o de civil, en autos, motos, caballos y camiones hidrantes.

Muerte y represión, esa fue la respuesta que dio el gobierno de Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo a la protesta popular que se venía gestando y explotó el 19 y 20 de diciembre del 2001. Mantener viva la memoria colectiva de lo que fue la brutal represión y el saqueo a un pueblo hambriento y devastado es también exigir justicia por las 39 personas asesinadas en todo el país, cuando los responsables políticos de la masacre continúan impunes.

Los nombres de algunas de esas personas hoy se pueden leer en las veredas del microcentro porteño, son placas a las que cada año se acercan familiares y amigxs para recordar a sus seres queridos asesinados. Un acto que se convirtió en otra forma de mantener activa la memoria: Gustavo Benedetto, Diego Lamagna, Gastón Riva, Alberto Márquez y Carlos “Petete” Almirón ¡Presentes! Dicen las baldosas de la Ciudad de Buenos Aires.

Momento preciso para evocar lo que le siguió a toda esa violencia: la lucha de lxs familiares de las víctimas. María Arena tenía 29 años cuando su compañero Gastón Riva fue asesinado. Tienen tres hijxs, el más pequeño tenía apenas dos años cuando perdió a su papá. María se encargaba de la crianza y Gastón trabajaba tantas horas que apenas lo veían. Salía muy temprano con su moto a una empresa de mensajería, volvía a la tarde, pasaba unos minutos con sus hijxs mientras tomaba unos mates y casi sin descanso partía de nuevo hacia una pizzería donde hacía repartos hasta las 11 de la noche aproximadamente.

“Alquilábamos una casa en Flores, nunca le faltó de comer a nuestros hijos, pero la situación era muy difícil. Le pagaban atrasado por que el dueño de la mensajería en ese momento no podía retirar más de 200 pesos por semana y empezó a complicarse el pago a los trabajadores, él siempre trabajo de manera informal”, recuerda María.

Gastón transitaba todos los días la calle como cualquier motoquero y le había contado a María que había muchas personas con hambre, familias enteras con sus hijxs pidiendo comida en los supermercados: “Era una imagen muy triste, él vio en vivo lo que salía en la tele. El día 20 se fue para su trabajo, cuando vi que no volvía empecé a preocuparme, no sabía que había decidido ir a la manifestación. Al mediodía lo llamé, era bastante curioso tener en ese momento un celular, él usaba un handy para trabajar que solo recibía llamadas, hablé unos minutos y me dio a entender que estaba en una. Fue muy corta la llamada y muy caótica, había mucho ruido. Unas horas después estaba viendo todo lo que sucedía por la tele y vi la imagen de Gastón que se lo llevaban en una ambulancia. En ese momento entendí, el cronista dijo que se llevaban a un muerto. Traté de imaginarme que tal vez no era él porque no dieron la identidad y no se le veía bien la cara”, recuerda.

María llamó inmediatamente al dueño de la mensajería para contarle lo que había visto en la tele, y comenzó a comunicarse con cada hospital de la Ciudad. Consiguió las listas de las personas detenidas y heridas. Gastón no figuraba en ninguna. La noche de ese 20 de diciembre, el dueño de la mensajería llamó a María para decirle que había encontrado a Gastón en el Hospital Argerich y al llegar confirmó la noticia más dolorosa.

“Quería saber que había pasado con él, como fueron sus últimas horas, empecé a buscar gente que me pueda ayudar a armar la historia que después sirvió para la justicia. Al principio quería saber si él había sufrido en sus últimos minutos de vida, tenía una gran angustia por eso. Estaba totalmente quebrada, era un fantasma. Empecé con un abogado particular y me aconsejó que siguiera el proceso con un organismo de derechos humanos como el CELS. Uno de los testigos que encontré señaló a un policía, con mucha seguridad me dijo ‘fue este’ y yo considero que es muy probable esa historia porque ese policía está filmado, hay fotos de él disparando con una ithaca justamente, de la cual se desprende un cartucho rojo, que son los de plomo. Este señor se llama Víctor Belloni, era un oficial de la Policía Federal que hoy es un pastor evangelista y vive en la provincia de Misiones.”

20 años de impunidad

El 23 de mayo de 2016 el ex secretario de Seguridad del Gobierno de Fernando De la Rúa, Enrique Mathov y la cúpula de la Policía Federal en aquellos años, Rubén Santos, Raúl Andreozzi y Norberto Gaudiero fueron condenados por haber ordenado y ejecutado el operativo represivo de diciembre de 2001 en la Ciudad de Buenos Aires.

El Tribunal Oral Federal 6 impuso una pena de cuatro años y tres meses de prisión para el entonces secretario de Seguridad Enrique Mathov; tres años y seis meses de prisión para Rubén Santos, quien era el comisario a cargo de la PFA; y tres años de prisión en suspenso para Norberto Gaudiero, comisario a cargo de las operaciones de la PFA. El año pasado la Cámara de Casación Penal ordenó revisar el monto de las penas y recién el martes pasado, a pocos días de cumplirse 20 años de la masacre, las condenas quedaron firmes para los policías que durante todos estos años gozaron de libertad, aun cuando había sido ampliamente comprobada su actuación en los hechos.


Marta Almirón, la madre de Carlos

Para Mathov y Santos las penas son de cumplimiento efectivo, por lo que se abre la posibilidad de que queden detenidos en un próximo paso, si presentan recursos extraordinarios y ---como es previsible-- el tribunal se los rechaza, detalló la periodista Irina Hauser. Esta decisión judicial llega luego de un extenso reclamo de lxs familiares de víctimas y sobrevivientes de la represión.

“El CELS realizó una presentación ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos donde solicita una revisión total de la causa y del proceso judicial por las falencias que tuvo, los malos manejos, la falta de trabajo de los fiscales, el sobreseimiento De la Rúa y además porque han quedado muchísimos heridos fuera de la demanda. Cuando la jueza Servini decidió unificar todas las causas en una quedó suelta un montón de gente que había sido damnificada durante la represión”, explica María.

Lxs familiares de las victimas de la represión, al igual que María, remarcan la necesidad de juzgar a los responsables políticos de los asesinados durante las protestas sociales de diciembre de 2001, son 20 años de impunidad que incluyen no solo a De la Rúa y el ex ministro del Interior Ramón Bautista Mestre que fallecieron sin recibir condena, sino, también, al por entonces ministro de economía Domingo Cavallo, entre otros funcionarios: “De la Rúa con la mano de su amiga la justicia fue sobreseído y finalmente terminó muriendo sin ser juzgado, teniendo en cuenta que fue el presidente que mandó a despejar la plaza como sea, no había dudas que él era el responsable. Cavallo terminó de hundir el país, es un tipo muy peligroso, su nombre debería estar manchado como el de De la Rúa y todavía es consultado por algún que otro gobierno, por los medios, da seminarios, un tipo que llevó a la Argentina a la debacle total, cuando además ya se conocía su actuación en el gobierno anterior, de Menem.”

La lucha de Marta Almirón

El 19 de diciembre de 2001 fue el último día que Marta vio a su hijo Carlos con vida, tenía una sensación horrible, presentía que algo iba a pasar. “Carlos siempre luchó para que no falte un plato de comida, yo trabajaba por hora en casa de familia y así íbamos juntando la plata para que tengamos una comida al día. Todo siempre fue a los tirones para poder comprar una fruta o un pedazo de carne y zapatillas ni hablar. Mi cuñada, que tenía los hijos un poquito más grandes, nos iba pasando la ropa y así nos arreglábamos”, recuerda Marta.

Las ofertas laborales eran muy pocas, pero Carlos se la rebuscaba siempre para conseguir alguna changa. Colocar membranas con el padre, ayudante de albañil, hacer pan para vender o cortar el pasto. Estudiaba y estaba cursando el tercer año de sociología en la UBA. A sus 23 años ya estaba muy avanzado en la carrera y le iba muy bien, cuenta su mamá. Militaba en Correpi (Coordinadora Contra la Represión Policial) y en la Coordinadora de Desocupados 29 de Mayo, un movimiento barrial que activaba en Remedios de Escalada. “Le gustaba mucho ayudar a los más necesitados, mucho no hablábamos de eso porque siempre tuve miedo de que le pasara algo, por la policía”, dice Marta.

El 19 de diciembre Carlos no le dijo a su familia que iría a la plaza, solo comentó que a la noche no iba a dormir en su casa, vivía en Lanús con su abuela. Carlos Petete Almirón llegó herido al hospital de La Boca, la primera en enterarse fue su hermana de 12 años. “Tenía que ir al hospital, yo vivo en Lomas de Zamora y nadie me quería llevar, fue un caos pasar por los piquetes. Cuando llegué eran las dos de la mañana y ya había fallecido. Tengo todos los recuerdos en la cabeza, estoy en tratamiento psiquiátrico y todavía tengo un dolor muy grande.” Petete murió asesinado, como consecuencia de una hemorragia interna que le produjo un balazo en el tórax.

“Pienso que estamos muy abandonados, creo que en la Argentina desgraciadamente la justicia para los pobres no existe. Contra los poderosos, nosotros los pobres tenemos que luchar. Encima de tener tanto dolor por haber perdido un hijo o que las otras chicas hayan perdido sus maridos, sus hermanos, tenemos que andar detrás de ellos para que se haga justicia. Ni siquiera son capaz de preguntar si necesitamos algo, estar con nosotros, apoyarnos, porque esto es algo que pasó, algo que tiene que estar en la historia”, reclama Marta.

El 20 de diciembre de 2001, Petete salió a la calle con sus compañerxs de Correpi, sumándose al hartazgo masivo de un pueblo que no soportó más ver como sus derechos eran vulnerados por medidas neoliberales y explotó en las calles con un grito de lucha para reclamar lo que le correspondía: una vida digna. “Movido por sus convicciones, llegó a la plaza, donde estuvo en la primera línea poniéndole el pecho a la agresión del aparato represivo del estado. Un compañero de militancia recuerda que la última vez que lo vio, lo abrazó en la plaza y que, sonriendo, se dijeron: “Nos vemos después de tomar el poder”, relata un comunicado de Correpi del 2017.

“El luchaba para que haya igualdad, salía a la calle por eso, yo me enteré muchas cosas después que murió, eso me dijeron los mismos compañeros, era una hermosa persona, sacaba de donde no tenía para poder comprar, aunque sea un sache de leche. Era increíble y con sus 23 años no tenía miedo, iba adelante. Nosotros siempre vivíamos luchando por un pedazo de pan, tal vez eso lo motivó a salir a la calle, el sacrificio de levantarnos todos los días para trabajar para poder comer.” El dolor atraviesa cada una de las palabras de Marta, y agradece a cada una de las personas que recuerdan a su hijo. Está cansada, sin embargo, nunca bajó los brazos para mantener viva la memoria de su hijo.

Hoy los nombres de lxs caídxs en la rebelión popular “están cargados en la memoria. Arma de la vida y de la historia”, como escribió León Gieco.