Bajofondo regresó a los escenarios porteños, en la noche del jueves en el Teatro Coliseo, con un show contundente, incluso superior a la presentación de su disco Aura en el Opera, en 2019. Ese había sido su último recital en Buenos Aires y también el único que tuvo su cuarto álbum de estudio en esta ciudad. Sin embargo, antes que recuperar el tiempo perdido de esa etapa, el colectivo de neo música ciudadana se dedicó a poner el foco en el reencuentro con su público, que respondió agotando las localidades. El recital, epílogo de una mini gira rioplatense, sirvió además para revisitar su repertorio y para aceitar el engranaje de la performance, por lo que terminaron el año dos de la pandemia con una nave con un motor V8 en estupendas condiciones.

Lo demostraron apenas se subió el telón, con esa suite tanguera que da título a Aura, donde Alejandro Terán y su octeto de cuerdas, desde bien temprano, ganaron protagonismo. A continuación, aparecieron los invitados de la noche, el grupo de candombe uruguayo Cuareim 1080, para hacer “Solari Yacumenza”, suerte de oda montevideana al Philadelphia Soul. En “Flor de piel”, también incluido en ese repertorio, el guiño era a los Beatles. El álbum presente pidió cancha con “Código de barra”, milonga milénica en la que el diálogo entre el grupo dirigido por el fundador de la orquesta Hypnofón y el bandoneonista Martín Ferres se llevaron el protagonismo. Entonces habló Gustavo Santaolalla y saludó al público, aludiendo al tiempo y al encierro.

Y se quedó frente al micrófono para cantar “Pena en mi corazón”, antecedida por la ciudadana “Pide piso. Otra del arrabal, “Espiral”, pisó fuerte en la melancolía porteña. Y sin mover un pie de Buenos Aires, “Clueca la cueca” tiró un cable hacia la tradición chilena. Antes de avanzar, el otrora Arco Iris advirtió que entre el público se encontraban Estela de Carlotto y Taty Almeida, quienes recibieron una ovación aparte. Y evocaron uno de los temas de cuando Bajofondo era “Tango Club”: el breakbeat tanguero “Duro y parejo”. Apelando a ese matiz urbano y dialéctico, del 6x8 y el hip hop, “Miles de pasajeros” tuvo a Santaolalla y al tecladista Luciano Supervielle excavando en el cosmopolitismo de ambas orillas del Río de la Plata.

En “Grand Guignol”, que abre Mar dulce (2009), Bajofondo se embaló hacia la pista de baile, para luego virar hacia el piazzoliano “Trapecista”. A la urgencia de “A las siete” la secundó el espíritu rockero de “Caminé”. Y sí. Ahí estaba sentado, comandando a ese fabuloso ensamble en el que despuntaron asimismo el violinista Javier Casalla y el contrabajista Gabriel Casacuberta, uno de los fundadores del rock latinoamericano. O al menos el que veló por su identidad. Eso le dio pie para invocar a otros de sus próceres, Gustavo Cerati, y ponerse en su piel al cantar “El mareo”. Hasta invitó al Gracias Totales de hoy y mañana (está entre los partícipes). Tras “La trufa” y “Olvidate”, vino una más: “Pa’ bailar”. Justo la que faltaba para coronar una noche con sabor a festejo.